En el fondo del pozo se halla el miedo, quizás el instinto más potente e irracional. Es el pavor a enfrentarse a la imagen de la despensa vacía o a quedar rezagado del grupo. Hay quien siempre aprovecha ese sentimiento para ganar dinero. Diría que es lo más normal. Este viernes, un vendedor de Amazon ofrecía una garrafa de 5 litros de aceite de girasol a 47,99 euros. No es tan costosa en los supermercados, pero su precio ha aumentado con las compras masivas. ¿Quién dijo que el temor no es rentable? ¡Es lo más lucrativo que existe!
Publicó Nerea San Esteban el pasado 3 de marzo en Vozpópuli que Makro había tomado la decisión de limitar el número de unidades de este producto que podían adquirir sus clientes ante el riesgo de desabastecimiento, toda vez que el 60% del que se importa en España procede de Ucrania, zona de conflicto.
Este jueves, en una tienda de Mercadona y un hipermercado de Carrefour se terminaba el producto en tan sólo una hora, tras reponerlo. Habrá quien lo compre por necesidad, pero otros lo harán porque han escuchado la palabra “escasez” y temen quedarse sin aceite.
Fue el 9 de marzo de 2020 cuando la prensa comenzó a hablar de que podrían confinar a la población y los ciudadanos se lanzaron a los supermercados para adquirir decenas de rollos de papel higiénico. Habían escuchado en reiteradas ocasiones que en la Venezuela gobernada por el tiránico Nicolás Maduro falta este producto. Si nos iban a encerrar en casa, mejor tener el armario lleno. Mejor limpiar y pulir que comer.
El aceite de girasol y el miedo
Hay quien trata estos días de sentar cátedra sobre la guerra de Ucrania cuando hace dos años, sin tener tampoco ni puñetera idea del asunto, desaconsejaba el uso de mascarilla para quien no estuviera enfermo de covid-19. La gente fue al supermercado -a abastecerse de papel higiénico- sin tomar las mínimas precauciones. Al poco, las mascarillas quirúrgicas y los guantes de látex comenzaron a venderse a 3 euros la unidad en las farmacias. Luego, el tapabocas se hizo obligatorio incluso en la calle. Los ciudadanos escuchaban los consejos cambiantes en los medios y los seguían. Estaban precedidos de las consiguientes noticias sobre las elevadas posibilidades de morir de esa enfermedad respiratoria. Una presentadora de televisión dedicó su sección a un tema de vital importancia: ¿qué posturas sexuales minimizan el riesgo de contagio?
Es de suponer que quienes tratan de dirigir a la opinión pública y de vender sus productos en los mercados habrán tomado buena nota del nivel absurdo al que ha llegado el instinto gregario en estos tiempos. Su combinación con el miedo ha creado una masa estúpida que lo ha tenido todo y que no conoce la escasez (o apenas). Ni de libertades, ni de cosméticos, ni de alimentos. Así que basta con que el César Carballo de turno lance la voz de alarma en un medio de comunicación para que el producto se agote en los supermercados. Por razones de suministro (como ocurre en el caso de Ucrania) o porque alguien prevé, presiente o supone que un determinado episodio va a afectar al stock. Hace unos meses, dijeron que había riesgo incluso de que los centros comerciales se quedaran sin ginebra.
Es penosa la experiencia de vivir bajo ese estado de terror, ansiedad y comportamiento compulsivo, que es el que cada día contribuyen a engarzar a la mente de los ciudadanos los medios de comunicación, convertidos a veces, por el clickbait, en una especie de trompetas del Apocalipsis
Es penosa la experiencia de vivir bajo ese estado de terror, ansiedad y comportamiento compulsivo, que es el que cada día contribuyen a engarzar a la mente de los ciudadanos los medios de comunicación, convertidos a veces, por el clickbait, en una especie de trompetas del Apocalipsis. La situación es tan lamentable que incluso hubo quien llenó su búnker de productos no perecederos -incluido el papel higiénico- hace unas semanas porque se había puesto de moda una teoría sobre la próxima caída de un meteorito. O por el rumor de un gran apagón europeo. Por cierto, esto último cobra cierto sentido en estos días. Curioso…
Cabe reflexionar acerca de dónde está el límite. Es decir, sobre cuál es la línea roja a partir de la cual los ciudadanos no estarían dispuestos a sacrificar su comodidad para seguir la llamada de su miedo. Porque el desastre en una sociedad tan cambiante e impulsiva ante estas neuras es cuestión de tiempo. Por eso, conviene lanzar la pregunta sobre del principio de este párrafo.
Quizás estas crisis -la de 2020 y la actual- también han servido para comprobar lo permeables que son los televidentes o los lectores de prensa hacia lo que les transmiten los medios, en los que trabajan expertos que no son tal y analistas que tampoco, además de periodistas con un largo historial de desatinos. Alguno lleva muchos años gritando cada mañana eso de “a cubierto”. Y cada tarde otros más.
Con miedo, impulsos irracionales, falta de reflexión y confianza en estos demonios mediáticos, quizás no esté tan asegurada la democracia liberal como pensamos. O quizás haya quien considere que esta afirmación es también exagerada e implique dar innecesariamente la voz de alarma. Sinceramente, no lo creo.