La Segunda Guerra Mundial, ya cerca de completar el primer cuarto del siglo XXI, sigue influyendo de forma determinante en nuestras vidas. Muchas instituciones actuales tuvieron en ella su génesis. Posiblemente, la más destacada es la OTAN. La Organización del Tratado del Atlántico Norte nace del Tratado de Washington de 1949, mediante el cual diez países de esa zona geográfica (Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido) se comprometieron a defenderse mutuamente en caso de agresión armada contra cualquiera de ellos. Pero en realidad el impulsor de su nacimiento fue la actitud de Stalin al final de dicha guerra
El desenlace del conflicto en Europa ya era evidente a comienzos de 1943 pero Hitler se empeñó en continuar la contienda. Sus propios militares se lo advertían, incluso planearon asesinarlo para intentar capitular sin que el país acabara destrozado (y dividido) como finalmente ocurrió. Tampoco en los últimos meses los aliados querían negociar. Buscaban una rendición incondicional y poner punto final a la amenaza alemana que ya había costado dos guerras mundiales en menos de medio siglo. Mientras los Estados Unidos seguían enfrascados en el conflicto del Pacífico (que sin las bombas atómicas se calculaba duraría uno o dos años más y a un coste económico y de vidas enorme), Stalin estaba encantado de llevar su ejército hasta el centro de la Europa Occidental y aumentar su poder mientras Churchill parecía ser el único que se daba cuenta del peligro que esto suponía.
Salvo algún historiador muy fanático, todos reconocen que, sin el armamento estadounidense, y sin desmerecer el enorme coste de vidas soviéticas, la situación del “Frente Oriental” habría sido muy diferente
En la Cumbre de Yalta de febrero de 1945 se puede decir que empezó la Guerra Fría, y ante un Roosevelt que no tardaría mucho en fallecer, sólo Churchill parecía ser consciente de ello. Stalin, que había sido aliado de Hitler para poder quedarse con parte de Polonia, no dudó en exigir ayuda a los países occidentales cuando su país estuvo en riesgo. Salvo algún historiador muy fanático, todos reconocen que, sin el armamento estadounidense, y sin desmerecer el enorme coste de vidas soviéticas, la situación del “Frente Oriental” hubiera sido muy diferente. Sin embargo, en febrero de 1945, Stalin estaba reforzado en su poder, ocupaba gran parte de Europa, sus tropas estaban más cerca de Berlín y Viena (que, de hecho, ocupó) que las de sus “aliados” y ya no pedía, exigía. Se consideraba una gran potencia y lo demostraba con sus palabras: “Jamás accederé a subyugar alguna acción de cualquiera de las grandes potencias al juicio de las pequeñas potencias”.
La polémica por Polonia suena muy actual. Parece que Stalin accedió a que se celebraran elecciones libres, pero aseguró que, para la seguridad de sus fronteras, no podía permitir un gobierno hostil, con lo que, con ese argumento rápido, se zafó de su compromiso. Tras el fin de la II Gran Guerra, éste y otros muchos temas provocaron más y más conflictos. Uno que no es muy conocido es la guerra civil griega, que duró desde 1946 a 1949. En 1943 habían acordado británicos y soviéticos que Grecia quedaría bajo la influencia occidental a cambio de que Yugoslavia quedara en la de Stalin, pero la URSS no tuvo problema en armar a los rebeldes comunistas que querían derrocar al gobierno griego. Más de tres años de guerra en la que murieron sobre todo griegos, que además enfrentó un bloque con otro, lo que resagiaba la tónica de la mayoría de conflictos bélicos de las siguientes décadas.
No ocurre así puesto que en noviembre de 1991, en Roma, se reafirma la OTAN con un planteamiento amplio sobre seguridad, basado en el diálogo, la cooperación y el mantenimiento de una capacidad de defensa colectiva
Truman fue menos flexible con Stalin que Roosevelt y decidió tomar con la iniciativa, una vez que Churchill resultara derrotado en las urnas de forma imprevista. Confiado en ser el único que poseía la bomba atómica, y una vez demostrada su fuerza, creyó que el poder soviético sería fácilmente subyugado. Desconocía que los espías de Stalin pronto conseguirían la misma tecnología, y en 1949 probaron su primer artefacto nuclear. Sin este contexto histórico, el nacimiento y expansión de la OTAN no es explicable. Y cuando acaba la Guerra Fría en 1989 (y en 1991 desaparece el Pacto de Varsovia) se empieza a cuestionar si no debe disolverse ante la ausencia de un gran enemigo. No ocurre así puesto que en noviembre de 1991, en Roma, se reafirma la OTAN con un planteamiento amplio sobre seguridad, basado en el diálogo, la cooperación y el mantenimiento de una capacidad de defensa colectiva, reduciendo la dependencia de las armas nucleares, que habían sido la base de la defensa durante décadas.
En cuanto a España, hace 36 años del referéndum acerca de la permanencia en la OTAN que realizó el Gobierno de Felipe González. Era una de sus promesas estrella de las primeras elecciones que ganó con mayoría absoluta de 1982, y quería realizarla antes de acabar la legislatura. Sin embargo, en esos cuatro años, el giro del PSOE fue de un “OTAN de entrada no” a un “OTAN de salida no”, argumentando que no era lo mismo no querer casarse que querer divorciarse. Fue una campaña que se vivió con mucha pasión y que no fue fácil para el PSOE ya que AP -el germen del PP- lejos de apoyarle, promovió la abstención. La gran mayoría de los votantes de izquierdas eran radicalmente antiamericanos, quizás por el apoyo que, en plena Guerra Fría, recibió la España de Franco, que pasó de ser un auténtico apestado en la política internacional la primera década posterior a la II Guerra Mundial, a un aliado más de los Estados Unidos; algo que se concretó en el Pacto de Madrid de 1953 entre ambas naciones, y que posibilitó que en 1955 España ingresara en la ONU. Tampoco las bases militares situadas en España eran muy populares. Sin embargo, Felipe González -y los votantes de entonces- fueron pragmáticos, y se dieron cuenta que el ingreso en la OTAN -realizado por la UCD en 1982, y que se completó en 1999 con Aznar al ingresar en la estructura militar integrada- era lo mejor.
En 1997 se realizó en Madrid una cumbre similar a la de esta semana, si bien fue más importante la de Praga de 2002. En ella se decidió la ampliación de la Alianza a siete nuevos miembros de Europa Central y Oriental, lo que elevó a 26 el número de aliados. Este proceso de ampliación culminaría con la incorporación de Croacia y Albania en 2009, hasta alcanzar los 28 miembros actuales. Parece que pronto serán 30 con Finlandia y Suecia, y el espíritu sigue siendo el mismo de su nacimiento: auxiliarse en caso de un agresor, y lo más probable es que éste sea alguien parecido a Stalin… y del mismo país.
Almacadi
A muchos lectores les viene bien conocer la génesis de la OTAN. Hay muchos que no conocen el giro de 180 grados del PSOE que ni siquiera permitía a sus militantes pronunciar OTAN o NATO. Lo cambiaron por “ALIANZA”. Creo que es en ese momento cuando el PSOE inaugura su curso de semántica para engañar a la gente.