Los aniversarios largos y redondos proporcionan la ventaja de ver con la perspectiva del tiempo transcurrido la trascendencia de un hecho histórico o su sinsentido, la oportunidad o inoportunidad del momento en que se produjo, los compromisos, las traiciones, las energías que se gastaron en balde o no; algo de eso hay en este cuarenta aniversario de la adhesión de España a la OTAN.
Para empezar, en 1982 existía una mayoría de españoles a izquierda y derecha a los cuales, cuanto menos, se les antojaba inoportuno que, cuando empezábamos a dejar de hablar de guerra -civil, por más señas-, a dejar de vernos como enemigos, rojos y azules, hasta en la familia, viniera un tal Leopoldo Calvo-Sotelo, a la sazón presidente del Gobierno, a volvernos a hablar De muerte y destrucción; Más que proponernos el ingreso en vísperas de su desintegración, el Gobierno de la UCD nos ingresó en una OTAN que olía a hongo de explosión nuclear cuando todavía estábamos recibiendo exiliados, incluido el Guernica de Picasso y localizando cadáveres -las exhumaciones vendrían muchos años después-.
Vamos, como ir a hablarle de matrimonio a un recién divorciado. De ahí vinieron casi todos los problemas y la tensión política durante buena parte de la década de los 80. Ni Felipe González ni nadie de ese PSOE a punto de gobernar España con la mayor mayoría absoluta que hayan visto los siglos, 202 diputados, tenía gana alguna de heredar la decisión y no se atrevieron a decir a las claras a los españoles que de nuestro sí a la OTAN dependía nuestro posterior (1986) ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea (CEE), hoy Unión Europea.
Lejos de rectificar, los socialistas cimentaron la demolición final de UCD en un referéndum sobre la OTAN de esos que González, muchos años después, abjuraría; hablando del Brexit dijo que los carga el diablo porque ”la gente no responde a lo que se le pregunta”.
Los socialistas cimentaron la demolición final de aquella UCD ya con tanta aluminosis como para caerse ella solita (el escándalo del aceite de colza, el golpe de Estado del 23-F o la dimisión de Adolfo Suárez) en el compromiso firme de que los españoles se desdijeran del ingreso en un referéndum de esos que González, muchos años después y hablando del Brexit, diría que carga el diablo porque ”la gente no responde a lo que se le pregunta”.
Claro, que si uno lee la papeleta -que no la pregunta- sometida a consulta popular sobre el ingreso en la Alianza Atlántica entiende todo: no me cabe duda de que fue diseñada para que saliera el Sí, nada de aquel OTAN, de entrada NO que figuraban en sus viejas pegatinas de oposición socialistas con triángulo rojo a modo de señal de tráfico de prohibido.
La papeleta del referéndum en cuestión terminaba preguntando a los españoles: “¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica, en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?”. En la parte superior dpodían leerse las tres condiciones a las que se comprometía el nuevo Gobierno: la no incorporación a la estructura militar integrada de la OTAN, la prohibición de instalar o introducir armas nucleares en el país y la reducción de la presencia militar norteamericana en el territorio español.
El referéndum se saldó con un 52,54% de los votos a favor, un 39,83% en contra y un 6,54% de abstenciones… y cuarenta años después no se ha cumplido ninguna de las tres condiciones bajo las cuales ganó el SÍ: España forma parte de la estructura militar desde 1998 -el gobierno de José María Aznar así lo decidió-, los submarinos y barcos británicos, estadounidenses o franceses han atracado y atracan en puertos españoles con armas nucleares, y Estados Unidos, por supuesto, sigue manteniendo bases en territorio español.
Décadas tardó Felipe González en reconocer que aquel simulacro que convocó para legitimar el SÍ en diferido fue ”la mayor equivocación” en sus catorce años de mandato
¿Eso ha sido malo para España?, se preguntaran ustedes. Yo creo que no, pero también creo que lo ocurrido en torno a la OTAN es una lección de lo que no debe ser la política: falsedad a raudales, corto placas o, regate corto.
Décadas tardó Felipe González en reconocer que aquel simulacro que convocó para legitimar el SÍ en diferido y por la puerta de atrás fue ”la mayor equivocación” en sus catorce años de mandato; y aunque casi cuarenta años después del episodio no hay riesgo alguno de que el actual gobierno socialista vaya a sacar a España de la OTAN, máxime en plena guerra de Ucrania y con los neutrales Suecia y Finlandia echándose en brazos de la Alianza para que el oso ruso no se los coma, sí hay síntomas de que vuelve con fuerza el debate del aislacionismo español a escena.
Y lo hace, nada menos, de la mano del socio minoritario del gobierno, Podemos, que representa al antiatlantismo que se divorció de González, hoy criticando los 37 millones que va a costar la cumbre de la OTAN este junio en Madrid y advierte que no va a participar del incremento del presupuesto de Defensa, tampoco del envío de nuevas remesas de armas a los ucranianos, porque España tiene ”otras prioridades”.
¿Alguien se imagina a España, cuarta economía del euro, saliéndose de la OTAN cuarenta años después mientras corren a entrar los neutrales Suecia y Finlandia, y solo por incumplir España el aumento presupuestario en Defensa hasta el 2% del PIB que han adoptado todos sus socios?… Les digo lo mismo que rezaban aquellas pegatinas con mucha guasa con las cuales la izquierda se la devolvió al PSOE en vísperas del referéndum de 1986: OTAN… de salida tampoco