Los famosos Cien Días de gracia a un Gobierno recién llegado, en homenaje al segundo retorno al trono de Luis XVIII como Rey de Francia, suelen aprovecharse para menesteres muy diversos. Quim Torra, el autodenominado presidente 131 de la Generalitat, ha ido directo al grano y, sin esperar a cumplir la centena, ha decidido subirse el sueldo en llegando al día 70 de su era. Lo ha fijado en 146.926 euros, para ser exactos. Un 5,2 por ciento más que su predecesor, el fugitivo de Waterloo. Un acto de indiscutible justicia puesto que Puigdemont apenas ejerció como tal. Dio un golpe de Estado, eso sí, pero poco más ha hecho por la causa, salvo evadirse de la acción de la Justicia y protagonizar vídeos hilarantes con un lacito amarillo en la solapa y una mueca tontaina en la comisura. Torra ha ido raudamente ‘per feina’. Esto es, se ha redondeado la soldada con una generosa determinación que define toda su obra. El racista de la ratafía, ya que no en otros aspectos, se ha situado en lo tocante a ingresos por encima de otros líderes occidentales. Pedro Sánchez, por ejemplo, apenas cobra la mitad.
Volviendo a los cien días de Napoleón y Luis XVIII. Sánchez, por ejemplo, no se ha tocado la nómina, pero los ha aprovechado para armar un ‘gobierno bonito’, posar con su perra Turka, pasearse en jet hasta las tierras del rock y hacerse colega de Macron, a quien sonríe con desgana y contempla con displicencia desde su ventaja de veinte centímetros de altura.
Dado que nada ocurre que no suceda cada verano, dicen, Sánchez ha decidido tomarse unas bien merecidas vacaciones, al parecer de tres semanas"
Cierto es que, pese a no haber cumplido aún los cien días de cortesía, ya ha sufrido dos derrotas de las que dejan costurones en el Hemiciclo y en la moral. Las agotadoras escaramuzas para hacerse con el control de RTVE se han librado entre el bochorno y el ridículo. Quería una tele plural y bebecé y tan sólo ha conseguido rescatar de la jubilación a Rosa María Mateo, musa de la Transición y de 'Informe Semanal'. Quería aprobar una senda de déficit para asegurarse un presupuesto tranquilo y se ha quedado más sólo que Rajoy en aquellas sesiones de previsible revolcón parlamentario.
Los huesos de Franco
Le han cundido estos sesenta días al líder del PSOE. Ha contemplado, como un Nerón de Aravaca, es decir, cruzado de brazos y tocando la lira, cómo las principales capitales españolas quedaban paralizadas y secuestradas por miles de taxistas que se echaron a las calles tras una iniciativa estrambótica y delirante de la alcaldesa Colau, amiga de la casa. Y ha adoptado similar actitud de frenética inactividad ante la llegada en tropel de miles de inmigrantes subsaharianos que asaltaron las vallas de Ceuta lanzando excrementos y cal viva a la Guardia Civil. “Esto ocurre cada verano”, fue la respuesta de Sánchez en Lisboa al ser preguntado sobre la cuestión. “La herencia recibida”, le coreaban Marlaska y Ábalos, desde su preocupante inoperancia. Tiempo ha tenido, sin embargo, de juguetear con los huesos de Franco, con la cruz del Valle, con los colegios concertados, la memoria histórica, la comisión de la verdad y hasta con la asignatura de Religión. El catálogo habitual de un partido de izquierdas cuando llega al Gobierno.
Sesenta días no dan para más desastres, a la espera de los episodios que llegan de Cataluña, donde se escrachea a los jueces y se amenaza con cruces amarillas casi gamadas. Por eso, el presidente del Gobierno, ya que no puede subirse el sueldo, ha decidido tomarse unas bien merecidas vacaciones, dicen que de tres semanas.
Taxistas en pie de guerra, inmigración sin control; y sin contar con Cataluña, donde se escrachea a los jueces y se amenaza con cruces amarillas casi gamadas"
En el otro lado del tablero, Pablo Casado tan sólo ha precisado diez días para darle la vuelta al calcetín del PP y hasta para tomar impulso en las encuestas. “El PP ha vuelto”, ya lo dijo. De momento va por buen camino. La izquierda le odia y le barniza con los espumarajos que le dedica a la ultraderecha. El nuevo líder del PP se frota las manos. Recupera los estandartes perdidos, rescata a los votantes en fuga y, además, aprovecha la galbana de Sánchez para asfixiar con su hiperactividad a un Gobierno atolondrado. Casado no toma vacaciones. Ordena sus tropas para la gran gincana electoral, que quizás arranque en octubre. Le ha sacudido el polvo a un PP oxidado, ‘la mitad de viejo que el tiempo’, y se ha puesto a la labor de acogotar a los ministros, denunciar las torpezas y arrollar a Sánchez sin contemplaciones. La guerra de los cien días está en plena ebullición y todo el mundo sabe quién va ganando.