Se puede hacer todo en política, desde el crimen sin rastros de sangre hasta la estafa que no deje pruebas, pero lo más difícil de superar quizá sea el ridículo. Vivimos tiempos en los que hacer el ridículo apenas tiene consecuencias electorales, o lo que es lo mismo, hay un montón de gente que está dispuesta a ser benevolente ante las payasadas. Trump y Boris Johnson son dos líderes inseparables por su capacidad de sobrevivir a comportamientos indignos, pero ahí los tienen gozando de un crédito entre el paisanaje que para sí quisieran dirigentes con sentido común. Lo más patético es cuando un político hace el ridículo involuntariamente, por torpe o por cándido.
Es el caso de Pablo Casado. Tratando de zafarse de una compañera que consideraba letal se metió en una charca y ya no supo salir de ella. En una semana el erial político español se convirtió en tierra de trincheras donde nadie iba suficientemente armado; sólo palos y piedras. Desde la muerte de Franco la derecha carece de continuidad, como si tuviera que inventarse cada cierto tiempo. Esperanza Aguirre, que ejerce de Margaret Thatcher castiza y sin apearse del mantón de Manila, afirma con su tono de marisabidilla que la situación actual del PP le recuerda los avatares del final de la UCD. Nada que ver. Aquella fue una conspiración contra Adolfo Suárez de mediocres incompetentes, más traidores que Vellido Dolfos, que se consideraban a sí mismos talentos incombustibles buscando la ocasión para apuñalar a su Julio César. Se creían Bruto o Casio pero atufaban a sacristía. La única coincidencia con el presente se reduce al ridículo.
No me canso de repetir, porque siempre se olvida, que la candidata propuesta por Fraga para dirigir el futuro PP, no era otra que la felizmente olvidada Isabel Tocino y que Aznar alcanzó la presidencia después de una conspiración de sus iguales, Cascos y Rato entre otros. Otra nueva interrupción y llegó Rajoy, candidato de consenso. Los finales de todos no fueron festivos sino ridículos. Fraga se salvó porque escogió su terruño para desfogarse.
De Casado apenas sabemos cómo va a ser su retirada forzosa. Cada semana dará para actualizar los datos. La única certeza es que ya ejerce de pato cojo y herido y que nadie apuesta un duro por su cabeza
De Casado apenas sabemos cómo va a ser su retirada forzosa. Cada semana dará para actualizar los datos. La única certeza es que ya ejerce de pato cojo y herido y que nadie apuesta un duro por su cabeza. Pasar pantalla resulta fácil pero hay que abrir otra. La ansiedad corroe al PP. La fauna periodística, cada vez más fauna y menos periodística, considera que es la corrupción lo que le lastra. Daltonismo político. Seamos sinceros, la corrupción se convirtió en endémica tras la experiencia de los 14 años de poder absoluto del PSOE, e incluso ahora, de tener unos medios de comunicación más decentes, no ya objetivos, se haría un balance que acabaría en tablas. No es lo mismo lo que domina el mercado informativo que lo que produce la práctica política institucional.
Núñez Feijoo será presidente del PP con entrada bajo palio. Los palmeros se desollarán las manos de tanto aplaudir, pero como están ansiosos exigirán milagros todos los días. Las expectativas se fían tan desmesuradas que le va a ser muy difícil salir del palio, quitarse los atavíos, amasar el barro y poner sentido en una tropa desnortada. Sólo sabemos que su foto con bañador en el barco del narco se va a reproducir hasta en los calzones de los adversarios. Se convertirá en tema capital de tertulianos y columnistas salomónicos.
Resulta inquietante esa inclinación puritana de la izquierda real hacia la fiscalización extrajudicial de palabras, gestos, contratos de cien euros y pasados inconfesables. Quizá crean que eso es la forma más contundente de hacer política, algo así como confundir al senador McCarty con Maquiavelo. Aún estoy por saber si la emergencia de construir el madrileño Hospital Isabel Zendal fue una buena idea. No tengo razón para pensar lo contrario y cada vez que escucho los ladridos de la médico Mónica García, representante de Más Madrid, me siento como uno de los 101 dálmatas intimidados por Cruella de Vil y me cabe la duda si es posible que en estas molleras quepa la idea de que un adversario pueda hacer algo útil. Bastaría con callarse.
Lamento ser el único que no tiene una idea formada de la capacidad política de Díaz Ayuso, ni para bien ni para mal. Ha conseguido una arrolladora victoria en Madrid rompiendo los marcos convencionales, algo a valorar
“Ahora todos detrás de Feijoo”, el lema de las baronías del PP es como para echarse a temblar después de años sufriendo el “ahora todos detrás de Sánchez”. Antes de la pandemia se decía efecto rebaño, signo inquietante de que nuestro papel es el de súbditos, gobierne el que gobierne. Lamento ser el único que no tiene una idea formada de la capacidad política de Díaz Ayuso, ni para bien ni para mal. Ha conseguido una arrolladora victoria en Madrid rompiendo los marcos convencionales, algo a valorar. El desparpajo de su discurso sorprende, más que nada porque el resto de la clase política habla con lengua de madera. Carece de complejos fuera de los que se tratan con los psicólogos y que están al margen de la función pública. Oculta la inseguridad con arrogancia. No exhibe títulos académicos fraudulentos. Pero Casado dejó una pregunta en el aire de la radio: ¿se puede conceder un beneficio de 280.000 euros a un hermano cuando se trata con 700 muertos diarios?
Los talentos emergentes sólo se convierten en líderes salvadores cuando sus seguidores tienen pocas ideas y muchas frustraciones. De momento es lo que es y punto. Ayuso araña en la derecha conservadora y en la izquierda hastiada, sin perros sintientes que educar. Habría que preguntarse por qué se eclipsaron los asaltantes de cielos y ahora se glorifican los descubrimientos de estrellas, quizá fugaces. No se trata sólo de que vivamos en tiempos líquidos en que todo fluye, sino también en el valor legendario de lo efímero, como si compitiéramos en listas de grandes éxitos. Se necesita tiempo para afianzar un carácter y una función. Un elemento en apariencia tan sencillo como ése permitió a Alfonso Guerra hacerse omnímodo secretario de organización del PSOE, vicepresidente del gobierno y retirado de lujo taciturno. Teodoro García Egea pasó de campeón de lanzamiento de pepitas de aceituna a dirigir la anquilosada maquinaria del Partido Popular; el aparato se atascó y él buque embarrancó.
De momento dicen que botarán otro artefacto en abril con Núñez Feijoo. Profecías de gentes que deben asumir que han alcanzado el punto más sublime del ridículo. Ya no hay otro horizonte fuera de las elecciones generales en 2023 que amenazan con convertirse en una ruleta, de suerte tan poco predecible como el congreso del PP. La guerra en Ucrania cambia el escenario, pero los payasos son los mismos.