Opinión

Está volviendo

No será en otoño, como auguraban los profetas de calamidades, que esta vez se equivocaron… por exceso de optimismo. Es ahora

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Se venía avisando desde hace meses, incluso desde antes de que llegase lo peor de la congoja, pero no hicimos mucho caso; lo achacamos a nuestra tradicional agorería, al cuñadismo que nunca falta, a la manía tan española de vaticinar no solo lo malo sino lo peor. Pero era cierto. Está volviendo. Si haberse ido en absoluto, el virus está regresando.

Aragón, Cataluña, Navarra. También Murcia y Valencia. Y desde luego Madrid, como no podía ser de otro modo porque aquí hay muchísima gente. Resisten Asturias y Canarias, al menos todavía, pero es evidente: está volviendo. Más de mil nuevos contagios diarios cuando escribo esto, y no sirve de nada esconder la cabeza bajo el ala y argüir que es que ahora tenemos medios mucho mejores para contarlos que hace dos o tres meses. Las cifras absolutas son terminantes. No será en otoño, como auguraban los profetas de calamidades, que esta vez se equivocaron… por exceso de optimismo. Es ahora. No se había ido pero ha vuelto. Y ha vuelto precisamente por eso: porque nunca se fue. Y todos nos habíamos puesto tácitamente de acuerdo en creer que sí, que todo (o casi todo) había pasado ya.

Pero, menos mal, hay algo más que el regreso a la acción de los cuervos que estaban ahí posados, como en la película de Hithcock. Mientras ya llega la segunda ola del tsunami, Antonia dell’Atte se ofrece como guía espiritual de Ana Obregón, Arturo Valls triunfa con un vídeo en el que se disfraza de Kim Kardashian y Santiago Abascal anuncia una moción de censura contra el “Gobierno criminal”, lo cual es reconfortante: qué sería de nosotros sin la gente que, aun en los peores momentos, nos hace reír.

En esta nueva embestida, el virus ataca mucho más a la gente más joven y también muestra una menor agresividad, datos que muy probablemente están relacionados

Está volviendo, pero es distinto. En esta nueva embestida, el virus ataca mucho más a la gente más joven y también muestra una menor agresividad, datos que muy probablemente están relacionados. Aquí escribí hace algunas semanas, quizá un par de meses, que sería muy difícil que aprendiésemos nada de o con la pandemia, por una razón sencilla: estaba siendo demasiado breve como para que se despertase en nosotros, en el conjunto de la ciudadanía, un ansia colectiva de renovación. Para eso hace falta un padecimiento más largo.

Pero las sucesivas fases de la 'desescalada' produjeron en grandes sectores de la población, sobre todo los más jóvenes, el efecto del descorche de una botella de cava. Ya se acabó, parecimos pensar todos; a la calle, que ya es hora. Se llenaron las terrazas, los paseos, los lugares de marcha; se burló el estricto horario de los locales nocturnos con la proliferación de botellones, en la clara conciencia de que no hay policías suficientes para sofocarlos todos; y la chavalería andante tomó la decisión, por sí y ante sí, de que todo el rollo del virus era una cosa 'de mayores'; que ellos (Juventud, egolatría, escribía Baroja) estaban a salvo por el simple hecho de tener menos años, más fortaleza y sobre todo más ganas de salir. Y empezaron a reírse de las mascarillas, a difundir por sus tuits el disparate de que ponérsela es cosa de nerds.

Brasil y Estados Unidos

Pero todo indica que esta estúpida despreocupación no durará mucho. El hideperra del virus está regresando en muchos lugares más, en los cuales hasta ahora estaba más o menos sujeto. Japón, por ejemplo, o Alemania, donde a la gente le dices que se tiene que quedar en casa y se queda en casa sin mayores aspavientos. No hablemos ya de Estados Unidos, donde ya se ha sobrepasado la cifra de 150.000 muertos (¿ustedes se hacen una idea cabal de lo que son ciento cincuenta mil muertos? Yo no lo consigo); o de Brasil, donde casi se han acostumbrado a sumar mil cadáveres diarios; o de toda Hispanoamérica, donde el 'cuarto jinete' del Apocalipsis (la peste) cabalga desbocado, o media Asia, o toda África. El virus está volviendo a los lugares en los que parecía haberse aplacado y está devastando todos los demás.

Creo que una cosa sí hemos aprendido, y me atrevo a hablar en términos globales: las tonterías, y los tontos con ellas, son tolerables en tiempos en los que no pasa nada especialmente grave. Pero cuando pintan bastos es otra cosa. Cuando la muerte se abate sobre países enteros, bromas, las justas. Ya nadie se ríe cuando Donald Trump repite y repite que la solución para el virus es la hidroxicloroquina, que ni él mismo sabrá seguramente lo que es; ni cuando anuncia se ha comprado todos los frascos que hay en el mundo de Remdesivir, un medicamento cuya utilidad está aún por demostrar aunque él esté convencido de que es algo así como the Benedict purge, es decir, la purga de Benito. Ya vale de bromas. Son ciento cincuenta mil muertos, sea eso lo que sea. Y no están los ciudadanos, ni siquiera los de la América profunda, para seguir riéndole las gracias a este mentecato al que ya no se le ocurre ninguna nueva payasada para encandilar a los ignorantes. Con las encuestas en la mano, Trump tiene ahora mismo todas las papeletas para darse, en las elecciones del próximo noviembre, una castaña de proporciones bíblicas… frente a un señor tan soso como Joe Biden, que tampoco es precisamente el ángel del Señor que anunció a María.

Tener un mono al volante de un autobús cuando se acaban de estropear los frenos y vas bajando por una carretera de montaña no es una buena idea. Ni hace reír a nadie

En Brasil ocurre igual. Otro clown hidroxicloroquinero como Bolsonaro empieza a tener claro que le va a faltar campo para correr en cuanto la gente termine de cabrearse, porque no hay gobierno que aguante mil muertos diarios tapándolos nada más que con gansadas. Las bravuconadas y la demagogia de charanga y pandereta, trufada siempre de mentiras para el consumo de los más simples, pueden soportarse y tienen su (relativa) gracia cuando las cosas van más o menos bien. Pero nada más. Tener un mono al volante de un autobús cuando se acaban de estropear los frenos y vas bajando por una carretera de montaña no es una buena idea. Ni hace reír a nadie. Sobre todo si vas dentro.

Algo deberían aprender los epígonos y admiradores de estos dos sujetos (y de unos cuantos más), en el resto del mundo y aquí también. El virus está volviendo y está claro que tardará mucho en ser vencido. Nuestro sufrimiento será largo. Y tratar de apagar ese fuego con gasolina, con fanfarronería patriotera, con salidas de pata de banco o con el intento grosero de sacar tajada política de la desgracia de todos es, además de una canallada, un error estratégico que pagará caro quien lo cometa. Antes o después. Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…

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