Cuando ayer al pagar mi café matutino de rigor comprobé que éste había pasado a costar 1,7 euros desde los 1,6 euros del día anterior (una subida del 6,25%), tomé plena conciencia de que la inflación ya no era una cosa estacional y limitada a la energía y a los productos frescos, sino que ya se había instalado en toda la cadena de suministros y que había venido para quedarse, al menos por un tiempo, entre nosotros.
Y las sospechas, certezas más bien, se han visto refrendadas con el dato adelantado de inflación del mes de marzo que se ha disparado hasta el 9,8% en tasa interanual, frente al 7,6% del mes de febrero. Solo en este último mes los precios han subido un 3%. Teniendo en cuenta que el indicador adelantado se calcula con datos hasta el 25 de marzo es más que probable que el dato definitivo que se publicará en unos días esté por encima del 10%, ya que se recogerá el impacto total de los paros en el transporte de mercancías.
Son datos que no se veían desde mediados de los años 80 y suponen un castigo a los bolsillos de los españoles, empresas y particulares, que verán recortados sus márgenes y su poder adquisitivo de manera severa.
Pero si malo es ese dato, aún más preocupante es el de la inflación subyacente que se sitúa ya en una tasa del 3,4% frente al 3% del mes anterior. Solo en lo que llevamos de año ha escalado casi un punto porcentual. Y digo que es más preocupante porque esta tasa elimina la volatilidad de los precios de la energía y los productos frescos y es un indicador mucho más fiable del coste real de la vida, no sometida a los vaivenes que una guerra o una huelga pueden provocar en los precios de según qué productos. Mi café de por la mañana, para que me entiendan.
A mí me daría mucha vergüenza vender como un triunfo el haber dejado este problema, acuciante desde hace meses, para el momento en el que la infección ya se había extendido
Así que cuando oigan al presidente Sánchez hablar de la inflación como si de una tasa Putin se tratara, sepan que para no cambiar sus hábitos, si no riéndose de nosotros, sí que nos está tratando como tontos. La inflación en España lleva subiendo de manera continuada muchos meses, los mismos que lleva el presidente, en ese gesto que le caracteriza, mirándose las uñas en su escaño. Y ahora nos anuncia a bombo y platillo una serie de medidas que no son más que parches temporales que en poco o nada van a ayudar a paliar un problema necesitado de medidas de carácter estructural y no de cataplasmas.
Sirva de ejemplo lo que está ocurriendo con la medida estrella anunciada a bombo y platillo estos días de bonificar el precio de los carburantes. El efecto producido ha sido exactamente el contrario al perseguido, ya que las gasolineras se han apresurado a subir los precios ante la que se avecina. Y no les culpo por ello.
Cuando oigan al presidente Sánchez hablar de la inflación como si de una tasa Putin se tratara, sepan que para no cambiar sus hábitos, si no riéndose de nosotros, sí que nos está tratando como tontos
No se trata de avaricia como algunos pretenderán que creamos, sino que esa bonificación será asumida en parte por unos negocios que a unos márgenes ciertamente estrechos añadirá la incertidumbre de no saber cuándo y como cobrarán esa parte subvencionada por el Estado, y que podría poner en serios apuros a muchas de ellas.
Pero no se les ocurra poner en duda el ímprobo esfuerzo de este Gobierno por hacernos las cosas más fáciles, por favor, que estuvieron hasta las tantas de la madrugada del lunes negociando con unos y otros si ponían una tirita o dos en la herida. A mí me daría mucha vergüenza vender como un triunfo el haber dejado este problema, acuciante desde hace meses, para el momento en el que la infección ya se había extendido. Pero mucho me temo que ese término, el de la vergüenza, abandonó hace ya mucho el Consejo de ministros.