No es ningún secreto decir que Pedro Sánchez está dispuesto a casi cualquier cosa con tal de permanecer en el poder y acabar la legislatura. A lo largo de este año las cosas se le han complicado con dos imprevistos. Por un lado, la covid-19, que aún está lejos de remitir. Por otro, la crisis económica que acaba de hacer acto de presencia y que le obligará a encadenar déficits si lo que pretende es seguir expandiendo el gasto para llevar a término el programa de izquierdas que prometió en su discurso de investidura. La pandemia irá cediendo a lo largo del próximo año tan pronto como estén disponibles los fármacos para inmunizar a la población y curar a los ya contagiados. No sabemos cuándo sucederá, pero los expertos estiman que a mediados de 2021 hablaremos de covid-19 en pretérito perfecto. La crisis irá a más porque es mucha la riqueza que se está destruyendo este año.
Tras el paso de este tifón quedará un país en shock que ha tenido que enterrar a no menos de 60.000 personas y que camina raudo hacia la ruina. Ante desafíos de semejante magnitud y con una clamorosa debilidad parlamentaria, lo razonable sería que el Gobierno se replantease de cero la legislatura y llamase a elecciones para despejar el panorama político tras una pandemia cuya gestión ha oscilado entre lo malo y lo peor. De haber salido nuestro país más o menos bien librado de esta crisis sanitaria podría mirar con buenos ojos lo de las elecciones porque no sólo las ganaría, sino que aumentaría su ventaja sobre el principal partido opositor.
En los seis meses que transcurrieron entre los comicios del 28 de abril y del 10 de noviembre de 2019 el PSOE perdió 761.000 votos, unos votos que se esfumaron porque no los recogió su socio
Pero ese no es su caso. En Moncloa saben que las elecciones las carga el diablo. En los seis meses que transcurrieron entre los comicios del 28 de abril y del 10 de noviembre de 2019 el PSOE perdió 761.000 votos, unos votos que se esfumaron porque no los recogió su socio. Entre ambas convocatorias Podemos se dejó más de medio millón de votos. Todo sin pandemia y con la economía marchando moderadamente bien. Simplemente no pueden exponerse a algo igual, las urnas serían para la coalición de Gobierno algo parecido una ruleta rusa con cinco balas a la que no están dispuestos a jugar.
Eliminadas las elecciones, sólo les queda resistir y para ello tienen buenas armas porque la configuración de partidos que dejó el 10-N les favorece. Hay un total de 16 partidos en la Cámara Baja de los cuales sólo dos, PP y Vox, son genuinamente de oposición. Con todos los demás se puede llegar a acuerdos. A eso en Moncloa lo han denominado geometría variable y lo cierto es que, al menos hasta la fecha, les está funcionando. Pero una cosa es ir aprobando leyes puntuales o prórrogas del estado de alarma y otra bien distinta es conseguir unos Presupuestos propios con los que atornillarse al poder hasta 2023, que esa y no otra es la intención manifiesta de Sánchez.
Un apoyo ideológico
Esta geometría variable puede articularse de varias formas. La coalición necesita 21 escaños para alcanzar la mayoría absoluta. Ahí en principio no necesita a todos los partidos, le basta con unos pocos. Los Presupuestos bien podrían salir adelante con el apoyo de Ciudadanos, el PNV, Más País y Coalición Canaria, y esa mayoría podría incluso aumentarla a bajo coste con partidos menores como el PRC, el BNG o Teruel Existe por aquello de dar al asunto algo más de color, aunque no sean estrictamente necesarios. Pero esa no es la vía que ha escogido Sánchez. Seguramente empujado por su socio de Gobierno, quiere algo más ideológico, algo que incluya a independentistas catalanes y vascos, mucho más costoso en todos los aspectos pero que sea algo así como una declaración de intenciones.
En esa clave hay que entender el pacto con EH Bildu y el previsible acuerdo con ERC. Entre ambos suman 17 escaños, algo a todas luces insuficiente, pero, ante el hecho consumado, al resto no le quedará más remedio que sumarse para no quedarse fuera. No deja a ningún enemigo a la izquierda y suma por descarte a todo lo que se encuentra a su derecha. De este modo, Sánchez reedita el grupo de investidura para una empresa mucho mayor, la de afianzarse en el poder para los próximos tres años. Es una apuesta arriesgada sin duda, pero si se sale con la suya ya no los necesitará más. Ese es el dibujo de la situación que le han hecho sus asesores en Moncloa.
Podría ser también que quien quiera la ruptura sea el propio Gobierno, lo cual no es descabellado, ya que uno de los partidos que lo conforma es abiertamente rupturista
Por razones que se me escapan parecen persuadidos de que partidos maximalistas como Bildu o ERC devendrán tibios reformistas y se integrarán sin queja en un sistema político que aborrecen. Todo por amor a un tipo al que hace no tanto tiempo desdeñaban. Claro, que podría ser también que quien quiera la ruptura sea el propio Gobierno, lo cual no es descabellado ya que uno de los partidos que lo conforma es abiertamente rupturista. Pero una cosa es desear algo y otra llevarlo a la práctica sin vulnerar la ley. Es cierto que las leyes son interpretables, pero hasta cierto punto. La Constitución se puede estirar como un chicle, pero recordemos que los chicles también se rompen.
Para que el programa máximo de Podemos, Esquerra o Bildu se convierta en realidad habría que reformar la Constitución, algo que no está al alcance ni del Gobierno ni de sus socios de investidura. Para meter mano a la Carta Magna necesita contar con el favor de 3/5 partes de ambas cámaras, es decir, 210 escaños en el Congreso de los Diputados y 159 en el Senado. Hoy por hoy Sánchez y sus socios fijos más los ocasionales no llegan a los 200 diputados en el Congreso y han de conformarse con 120 senadores. Con eso no se puede emprender ruptura alguna, pero es eso mismo lo que van a pedir a cambio de su apoyo las malas compañías de las que Sánchez se está rodeando.
Acercamiento de presos
Para salir del paso tendrá que ir prometiendo cosas que no puede entregar y, entre tanto, ingresar algunos anticipos en cuenta como el acercamiento de los presos etarras a las cárceles del País Vasco, la eliminación del castellano de la enseñanza en Cataluña o el indulto de los condenados por el procés. Mucho más lejos de eso no puede ir porque ya no quedan apenas competencias regionales que transferir y dinero no va a sobrar para sostener lealtades con cargo al Presupuesto.
Pero Sánchez, a diferencia de Iglesias, no piensa a largo plazo. Lo suyo es ir comprando días en el poder uno a uno. Más amoral y carente de principios que ninguno de los anteriores presidentes de Gobierno, todo lo fía a que la oposición siga dividida y enfrentada y a que, tras la crisis, venga una recuperación fulgurante que le permita capitalizarla políticamente. Las ideas no le interesan, sólo seguir mandando. Todo lo que le ayude a ese fin será bienvenido sin importar con quien tenga que juntarse y lo que se vea obligado a prometer. Lo primero puede resolverlo cambiando de socios sobre la marcha; lo segundo, incumpliendo lo pactado. Esa es la receta maestra del doctor Sánchez. Desconocemos durante cuánto tiempo seguirá haciendo efecto, pero mientras les sirva la irá administrando en pequeñas dosis