Mi compañero y director adjunto de este periódico, Álvaro Nieto, publicó ayer un necesario artículo en el que no sólo recordaba la importante labor que desempeña el periodismo en la fiscalización del poder incluso en situaciones excepcionales como la que vivimos, sino que además la ponía brillantemente en práctica sintetizando los principales errores del Gobierno español en la gestión de la crisis. Un espejo profesional en el que muchos deberían mirarse.
Como ya muchos saben, yo no soy periodista. Soy una abogada en ejercicio que goza del privilegio de ver sus reflexiones y análisis en este medio. Así que me van a permitir que, en mi condición de no periodista, dedique esta columna a reflexionar sobre el papel que han tenido los medios de comunicación en nuestro país durante esta crisis, pero no desde el punto de vista del periodista, sino del consumidor de información.
La evolución de las sociedades democráticas surgidas al albur de las revoluciones francesa y americana ha evidenciado que a la división de poderes ideada por Montesquieu como sistema de frenos y contrapesos del poder le faltaba la cuarta pata: la prensa. Mientras que la división entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial constituye un contrapeso interno del propio sistema, los medios de comunicación se erigen en un agente fiscalizador externo. Pero, además de constituirse en un ojo avizor en permanente estado de alerta frente a los excesos del poder, la prensa es un vaso comunicante entre los tres poderes del Estado y la sociedad. El instrumento a través del cual la ciudadanía se educa en el espíritu crítico y coadyuva en la labor fiscalizadora, para acabar expresándose en las urnas. La fuente de alimento del pensamiento crítico de las sociedades.
Una prensa que asista al poder soslayando las críticas, que se limite a actuar de portavoz de la versión oficial, constituye una de las más importantes herramientas del autoritarismo
Entenderán pues el ansia primigenia por parte del poder en controlar los medios de comunicación. Cuanto mayores son las aspiraciones totalitarias del gobernante, más se afana en intervenir la prensa y ponerla a su servicio. Porque una prensa que asista al poder soslayando las críticas, que se limite a actuar de portavoz de la versión oficial, constituye una de las más importantes herramientas del autoritarismo para imponer su paz social impostada. Para la creación del relato único y de la verdad incontestable. Así que a los ciudadanos de a pie no nos queda más que permanecer vigilantes y ser conscientes de que somos mucho más que meros consumidores de información: si la labor de los medios es fiscalizar al poder, la de la ciudadanía es demandar que la misma sea efectiva y real, y la única forma de garantizarlo es la pluralidad informativa.
Desconfíen pues del gobernante que sólo aprecia la virtud de lo público escudándose en la necesidad de “regulación social” del poder mediático. Porque tras estas afirmaciones grandilocuentes lo que pretenden, en último término, es controlarlo a usted. Es imponerle el pensamiento único mediante la criminalización de la crítica. Y la justificación siempre ha sido, es y será la misma: la seguridad, la atávica necesidad de nuestras sociedades de defenderse frente al enemigo.
En la historia de nuestra democracia no hay momento que haya evidenciado mejor esta dinámica que el actual, con una declaración de estado de alarma que confiere al ejecutivo facultades extraordinarias para hacer frente a una alerta sanitaria sin precedentes. En una situación así, en la que los poderes legislativo y judicial están prácticamente inoperantes, lo normal es pensar que el periodismo asumiría la responsabilidad extraordinaria de evidenciar los fallos y excesos del ejecutivo, trasladándolos a la ciudadanía.
La crítica no sólo sirve para exigir responsabilidades, sino también para identificar errores, aprender de ellos y propiciar la mejora
Pero, para mi sorpresa, la actitud que han adoptado buena parte de los integrantes de nuestro mundillo mediático ha sido la contraria. En lugar de reforzar el espíritu crítico, muchos se han dedicado directamente a amancebarse con el Gobierno. Y lo peor no es esta renuncia a su labor primordial en pos del seguidismo ideológico, sino que además se han dedicado a señalar y a afear, con el pretexto de la unidad, el comportamiento de quienes han decidido resistir e informar. Una falsa disyuntiva digna del pensamiento binario que nos imponen. Porque la crítica no sólo sirve para exigir responsabilidades, sino también para identificar errores, aprender de ellos y propiciar la mejora. Que sí, que los políticos son humanos, pero una de sus obligaciones en democracia es someter su actuación al escrutinio público, tolerar las críticas y, por qué no, recibir alabanzas si es menester. Pero estas tienen que ser espontáneas y no inducidas.
Quienes se empeñan en negar el error, en excusarlo o en hacer borrón y cuenta nueva no están colaborando en su subsanación, no están aportando nada a una causa común por mucho que se empeñen en convencernos de ello. Más bien al contrario, inciden y agravan el mismo. Pero, como me dijo hace poco mi amiga Anabel, quien se vende una vez se vende para siempre. Nuestra es la decisión como ciudadanos de dejarnos arrastrar y formar parte de esta indeseable transacción. No olviden que ellos recibirán cumplidamente su contraprestación, pero ustedes no. El estado de alarma no es incompatible con estar alerta.