El 28 de septiembre un hombre mata en Sestao a su pareja, una mujer extranjera. La policía, fuera del domicilio, había intentado en vano tranquilizar al hombre. Cuando por fin derriban la puerta ven a la mujer en el sofá, con múltiples puñaladas y un corte en el cuello. El hombre no está; ha saltado por la ventana y también ha muerto.
El titular en la Ser al día siguiente fue éste: “Sestao condena el último asesinato machista”. La primera frase de la noticia insistía en la misma idea: “Es la primera víctima de la violencia machista en lo que va de año en Euskadi”. El Ayuntamiento de Sestao ya había publicado el mismo jueves un comunicado en el que invitaba a la ciudadanía a “mostrar activamente su rechazo ante cualquier expresión de violencia contra las mujeres y a asistir al acto institucional de repulsa”
En Deia también habían titulado del mismo modo, aunque hoy ya no se puede leer el titular original. En una pieza publicada dos días después, el periódico dejaba hablar a “las autoridades”. Entre esas autoridades estaban la directora de Emakunde; el secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad; el alcalde de la localidad y la presidenta de las Juntas Generales de Vizcaya. Entre esas autoridades, ningún psiquiatra; ningún forense. Por eso el mensaje fue simple y directo: condenar la lacra que vive la sociedad desde hace muchos años, trasladar a los jóvenes valores de respeto e igualdad y cuidarnos a todos, o manifestar el compromiso contra la violencia de género.
Ningún psiquiatra, decíamos. El titular original que publicó Deia no se puede leer porque el actual, en una noticia aún hoy etiquetada como ‘violencia machista’, dice lo siguiente: “Mata a su mujer en pleno brote psicótico mientras su madre escuchaba al teléfono”. Otra noticia sobre el mismo caso en el mismo medio, aún hoy etiquetada como ‘asesinato machista’, lleva este otro: “La familia confirma que Eneko estaba en tratamiento médico por esquizofrenia”.
Había un hombre esquizofrénico que se sentía perseguido por todo el mundo. Los mismos medios que se apresuraron en llamar a Eneko ‘asesino machista’
No había antecedentes de violencia doméstica en la pareja. No había denuncias. No había ni siquiera un carácter problemático que permitiera racionalizar a posteriori lo que resultaba incomprensible. Había un historial de enfermedad mental y de tratamiento médico. Había un hombre esquizofrénico que se sentía perseguido por todo el mundo. Los mismos medios que se apresuraron en llamar a Eneko ‘asesino machista’ contaban en la misma noticia lo que había dicho a la policía mientras intentaban calmarlo: era un traficante al que perseguían varias personas para matarlo. Después de decir esto, después de matar a su pareja, se tira por la ventana.
Este caso es la manifestación desgarradora de una tragedia. Un suceso horrible sin culpable, sin motivación racional, una maldición que muchas veces destruye a quien la sufre haciendo que destruya a aquellos a quienes ama. Los dioses, decíamos antes; la locura de Áyax. Hoy podríamos escoger palabras que intentaran hacer comprensible la tragedia, porque el hecho de que no haya motivación racional no quiere decir que la explicación no pueda serlo. En su lugar, elegimos las etiquetas y dejamos que hablen los oráculos de la interpretación ideológica. Elegimos la ignorancia reconfortante.
Cada vez que aparece un caso como el de Sestao las autoridades políticas, académicas y periodísticas entran en la escena del crimen dando patadas a todo lo que estorba y colocan ante la vista de todos, como aquel personaje en la novela de Dürrenmatt, una pistola humeante o un cuchillo ensangrentado con el número de serie que permita alimentar la narrativa. Las autoridades llevan a cabo la investigación, pero también dictan sentencia. El agresor es al mismo tiempo culpable y marioneta del auténtico culpable. Si las autoridades son académicas, el culpable es el patriarcado. Si son periodísticas, el machismo o la homofobia. Y si son políticas, cualquiera de los partidos que aún no hayan aceptado las sentencias simplistas de las autoridades académicas y periodísticas; munición de calibre grueso para las campañas electorales.
Pero no todos los casos encajan en la narrativa. En octubre de 2021 un hombre muere en su casa. La policía lo considera una muerte súbita, no hay signos de violencia ni de sustancias tóxicas. Al cabo de pocos días ocurre algo extraño: el hermano de la víctima observa que alguien está sacando dinero de las cuentas del fallecido. Se realizan más pruebas y esta vez hallan restos de éxtasis líquido en la sangre. Aparecen más hombres fallecidos en circunstancias parecidas. Una de esas circunstancias es especialmente relevante: las muertes se habrían producido después de haber quedado con alguien a través de una aplicación de citas entre hombres. La policía cree que hay más muertes relacionadas y comienzan a buscar al responsable. En diciembre de 2021 un hombre queda con otro a través de una aplicación de citas. Los dos toman algo en el domicilio del primero, que se niega a consumir drogas, y el invitado intenta estrangularlo. La víctima se defiende y hace huir al agresor, que se deja una mochila con documentos personales y con una sustancia que podría ser éxtasis líquido.
Aquí podrían haber entrado en escena las autoridades habituales: delito de odio, crimen homófobo. Pero no. Tal vez, a lo mejor, si hubiera sido Madrid… Pero ocurre en Bilbao
Esto ocurrió en diciembre de 2021. Hace unos días apareció en El Correo la primera noticia sobre un supuesto asesino en serie en Bilbao. En otros medios comienzan a hablar de “asesino de gays”. Se publica la foto del sospechoso, y se entrega al día siguiente. Es un hombre colombiano de 25 años. Aquí podrían haber entrado en escena las autoridades habituales: delito de odio, crimen homófobo. Pero no. Tal vez, a lo mejor, si hubiera sido Madrid… Pero ocurre en Bilbao, y esta vez aparecen autoridades científicas. En Deia hacen hablar a un criminólogo, César San Juan: “No parecen crímenes homófobos porque no hay sadismo”. En la Ser acuden a los clásicos: “Los expertos señalan que el sospechoso de los crímenes en Bilbao no actúa por homofobia”. Los expertos son en concreto Juan Ángel Anta, otro criminólogo, que tampoco considera que se trate de un asesino en serie homófobo porque si lo fuera “tendría un odio dentro que lo iba a reflejar en la escena del delito”.
Lo más probable es que los criminólogos tengan razón. El sospechoso tenía antecedentes por estafa, y no hace falta haber leído a Dostoievski para saber que no es necesario el odio para asesinar a alguien. No hace falta haber leído Crimen y Castigo o El malentendido de Camus para saber que muchas veces es la miseria guiada por la inmoralidad o la desesperación lo que explica el crimen.
El sospechoso tiene antecedentes por estafa del mismo modo que Eneko, el hombre que mató a su mujer en Sestao, tenía un historial clínico de esquizofrenia. En un caso aparecen los expertos en crímenes. En el otro aparecieron las autoridades expertas en colocar etiquetas y narrativas. No hace falta haber leído a Dostoievski o a Camus para entender que la miseria tiene muchas formas, y que la peor de todas ellas no es la material.