Opinión

Piqueras, mucho más que un apellido

Anoté la fecha en la agenda como el adolescente enamorado esculpe con tinta sobre una hoja en blanco de su diario íntimo, una última cita: “jueves 21, a las 21 horas, despedida de Piqueras”.

Y allí estaba yo ese día, puntual

  • Desde hace meses, son fuertes los rumores sobre la jubilación de Pedro Piqueras. -

Anoté la fecha en la agenda como el adolescente enamorado esculpe con tinta sobre una hoja en blanco de su diario íntimo, una última cita: “jueves 21, a las 21 horas, despedida de Piqueras”.

Y allí estaba yo ese día, puntual a esa misma hora, sentada frente al televisor en mi recién estrenado sofá beige, con la luz a medio gas en el salón mientras fuera el otoño apuraba su tiempo despidiéndose lloroso y con rabia más allá del ventanal. Como si hubiera elegido Pedro a conciencia su partida coincidiendo con el final de la estación de las hojas caídas; como si marchar fuera más sencillo cuando todavía el frío ni corta ni rasga la piel.

El caso es que el del pasado jueves no fue un telediario más, no fue uno de los muchos que me han acompañado a lo largo de estos casi 18 años y de los que yo, incluso, he formado parte tantas veces como de un sueño. Esa noche no quise que se me pasara ni un gesto, ni un detalle y analicé -cual forense- con especial atención el rostro y la inigualable mirada turquesa de un periodista de altura. También abrí bien los oídos para que no se me escapara el más mínimo quebranto de emoción en esa voz que tantas veces me informó, que tanto admiré, de la que tanto aprendí y que hasta tuve el honor de que me diera paso.

El último día

Aún recuerdo mi último día en Informativos Telecinco. Era noviembre y llovía en Madrid como si no lo hubiera hecho nunca en la capital. No había nada especialmente noticioso, ni directo al que pudiera enviarme, pero se empeñó Piqueras en que debía salir de alguna forma, por última vez, junto a él en pantalla y me envió a la calle a grabar unas cuantas medianillas y empaquetarlas en un reportaje sobre las recientes elecciones presidenciales de aquel año en Estados Unidos. Ni yo hacía política internacional, ni fue mi mejor trabajo. Tenía, sin embargo, su perseverancia un fin: poder recoger el video y despedirme en directo con un sentido “gracias Ane” que pasaría desapercibido para los espectadores, pero que a mí me sonó mágico.

Hoy soy yo quien te digo “gracias Pedro” por el cariño que me brindaste siempre. Por ser profesional, amable, generoso y, sobre todo, humilde a pesar de tu condición de historia viva del periodismo. Para mi quedan, para mi guardo muchas frases y conversaciones que me regalaste y que probablemente ni estén en lo más hondo de tu recuerdo. Te veo todavía, por ejemplo, sentado imponente frente a mí en tu despacho cuando acudí nerviosa a comentarte mi marcha y cómo me animaste sutil y elegantemente a irme, a dejar mi contrato indefinido, a soltar amarras para seguir a flote, a lanzarme al mar aun sabiendo que me encontraría tiburones. Te veo también junto a la máquina del café aquella tarde que no pasaba yo por mi mejor momento a raíz de una de tantas decisiones injustas que se tomaron y que me apartaron de un programa en el que andaba feliz. Una decisión que generó cierto malestar en la redacción y fue en esa fragilidad cuando me dijiste algo que consiguió recomponerme y que llevo grabado a fuego: “El cariño de la gente, ése es el verdadero éxito. Y tú, lo tienes”. No te imaginas lo mucho que me emocionaron tus palabras, la cantidad de veces que volví después a ese instante para seguir adelante en un negocio -el de la tele- que en muchas ocasiones trató de empujarme hacia atrás.

Te marchaste el jueves con discreción y habiendo sido capaz de no posicionarte nunca, de no revelar tus filias y tus fobias, todo un mérito en este oficio cada vez menos objetivo

Y ése sí que es tu éxito, Pedro. Haber conseguido durante tantos años que millones de españoles te abriéramos la puerta de nuestra casa y te dejáramos entrar, que te sentaras en nuestra mesa, que fueras un comensal más en la cena, que te convirtieras en uno más de la familia. Ahora ya no estás al otro lado de la pantalla. Te marchaste el jueves con discreción y habiendo sido capaz de no posicionarte nunca, de no revelar tus filias y tus fobias, todo un mérito en este oficio cada vez menos objetivo. Te despediste sin llamar la atención. Manteniendo la entereza incluso cuando una de tus reporteras, Silvia, te dijo lo que te hubiéramos dicho todos los que hemos trabajado contigo: que nuestra verdadera suerte ha sido tenerte.

Leo casualmente en el libro que me atrapa estos días una frase que lo resume todo: “Hay gente que tiene brillo y gente que no”. Que sigas brillando, aunque ya no te escuchemos decir aquello de “hasta mañana”. Que la vida te dé tiempo para vivirla, para tomarte esos vinos que te gustaba compartir con tus compañeros junto a buen embutido mientras hacías un paréntesis en la preparación del informativo. Que disfrutes de la luz que deja el cielo en las tardes de Madrid lejos de ese balcón alargado de la redacción al que te gustaba salir a charlar y a coger aire, inspiración. Que disfrutes de la ciudad, pero ya desde la calle, donde está siempre la noticia, donde te aguarda ahora una nueva página de la información que tendrás que reescribir con otra pluma.

Como tú ya dijiste, “Buenas noches y hasta siempre”.

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