José Rodríguez de la Borbolla, personaje probablemente desconocido para el 90 por ciento de los que estén leyendo este artículo, lo decía esta semana sin la menor concesión al matiz: “España se va al cuerno si se atienden las exigencias de los nacionalistas catalanes”. A pesar de la llaneza que transmite el apelativo cariñoso con el que se le conocía, “Pepote”, Rodríguez de la Borbolla dista mucho de asemejarse a ese estereotipo borreguil y escasamente ilustrado con el que se ha venido pintando al dirigente medio del PSOE andaluz. Quizá por ello hubo de abandonar la Presidencia de la Junta a la mitad de su segundo mandato (1984-1990), y fue el segundo presidente socialista andaluz, tras Rafael Escuredo, que pretendió defender un espacio propio de autonomía, por lo que, consecuentemente, acabó laminado por aquello que conocimos en su día como el guerrismo.
Curiosamente, las opiniones de Alfonso Guerra y “Pepote” son hoy casi idénticas. Pero España no se va al cuerno porque lo digan estos y otros “incunables” políticos, sino debido a que no hay ni un solo indicio que apunte a lo contrario, esto es, a que de esta sucesión de osadías, desatinos y ambiciones vaya a salir una España más civilizada, más cohesionada y más próspera. La sesión constitutiva de las Cámaras que deberán tramitar la XIV legislatura (no parece que vayan a ser capaces de otra cosa), fue un nuevo ejemplo de que, hoy por hoy, hay poco que hacer; de que la política está anclada en un cortoplacismo suicida; de que los trileros, como aquí los llaman @Gabrielsanz64 y @Sainz_Jorge, han invadido definitivamente el escenario, y los que nunca debieron abandonar su papel de comparsas ya se visten sin complejo alguno de primeras figuras.
Los que mantenían viva la esperanza de que Pedro Sánchez cambiara el rumbo y virara hacia las aguas más templadas de babor ya pueden ir perdiéndola del todo
Que gracias a PSOE y Vox Gerardo Pisarello haya desplazado de la Mesa del Congreso a José María Espejo (Cs); que se premie o se confraternice con no pocos de los que han venido al Congreso y al Senado con el propósito de reventar ambas instituciones, son indisimulables evidencias de la ansiedad en la que está instalado el presidente en funciones. Los que mantenían viva alguna esperanza de que Pedro Sánchez cambiara el rumbo y virara unos grados hacia las aguas más templadas de babor, ya pueden ir rindiéndose. Lo de Pisarello es la cata que faltaba para constatar la madurez del compromiso adquirido con Iglesias; y con Junqueras; la demostración de que esta vez habrá gobierno sí o sí. A un alto precio. El que Sánchez está dispuesto a pagar para mantenerse en el poder.
Se concede a Vox una vicepresidencia en la Mesa y se desplaza a Ciudadanos de la misma para que ocupe su lugar un tipo abiertamente contrario a la Constitución, el mismo que protagonizó aquel episodio vergonzoso en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona al impedir que Alberto Fernández desplegara la bandera de España; decae con desdoro la intención de levantar frente a las legiones del centurión Abascal un cordón sanitario para, así, asegurarse la vicepresidencia primera a sabiendas de que se adereza la sobrerrepresentación de la izquierda en la Mesa con la presencia del sujeto que al llegar al palacio de la Carrera de San Jerónimo la pasada legislatura lo primero que hizo fue mandar retirar la rojigualda de su despacho.
Patético viaje a Lledoners
çComprendo sin demasiada dificultad que, con la vista puesta en recuperar una cierta normalidad en Cataluña, se intente hasta el último minuto que ERC se involucre en la gobernación del país. Hasta, siendo benevolente, se podría pasar por alto el patético peregrinaje de Pepe Álvarez y Unai Sordo a la cárcel de Lledoners para suplicar a Oriol Junqueras el apoyo de ERC a un gobierno “progresista” (lamentable espectáculo el de nuestros principales líderes sindicales postrándose ante el apóstol de una solidaridad falsaria, limosnera y de misal). Pero ya es más difícil de asumir el enésimo intento de disfrazar la verdad y aceptar que los españoles miremos para otro lado mientras los representantes del Gobierno de la nación pactan con los sediciosos los “instrumentos necesarios” para encauzar el “conflicto político” existente.
Que alguien me explique qué tiene de progresista dejar pasar sin más el cuento inviable de un potencial acuerdo en el que, para que acabe siendo tal y tenga una cierta utilidad, Sánchez no se vea obligado a, como poco, retorcer la Constitución y hacer sitio de un modo u otro al partido de Puigdemont. Que alguien nos explique a todos cómo puede abordarse una negociación que en teoría debiera implicar reformas duraderas del Título VIII de la Carta Magna sin involucrar, cuando menos, al primer partido de la Oposición. En definitiva, que Sánchez nos diga a qué diablos juega cuando sabe que no es posible conciliar la asunción del catálogo de exigencias básicas de los nacionalistas catalanes con la recomendable intención de que, en esta dinámica autodestructiva, España no se vaya apresuradamente al cuerno. Claro que siempre queda la esperanza de que nos esté engañando de nuevo.