Opinión

La política y los cambios de opinión

La incoherencia y la mentira consagradas como método de trabajo por nuestros representantes públicos y gobernantes seguirán rampantes en tanto no reciban el correspondiente castigo en las urnas

  • Pedro Sánchez conversa con Pablo Iglesias, con Carmen Calvo en medio. E. Parra / Europa Press.

Es de general aceptación la idea de que la juventud, por su idealismo y visión romántica de la vida, tiende a situarse mayoritariamente en la izquierda y que la madurez, por haber experimentado la dura realidad de las cosas y haber serenado el ánimo, se ubica con mayor probabilidad en el conservadurismo. De hecho, es conocido que unos cuantos políticos, periodistas, intelectuales o empresarios de gran proyección pública en España -no procede citar nombres porque se trata de reflexionar sobre el asunto y no de molestar a nadie- se situaron en sus años universitarios en el campo comunista, incluso en sus formas más revolucionarias, para evolucionar gradualmente hacia una defensa entusiasta del libre mercado, la democracia representativa, el Estado de tamaño justo, la moderación fiscal y la sacralidad de la propiedad privada. Este camino desde el colectivismo utópico al liberalismo militante es digno de alabanza ya que todo lo que sea rectificar errores debe ser bienvenido. He de confesar que yo, en mi adolescencia y etapa estudiantil en los años sesenta del siglo pasado, jamás me sentí tentado por semejantes veleidades, que me parecían totalmente faltas de elegancia y teñidas de ordinariez. Tampoco me suscitaba ningún sentimiento de adhesión el sistema autoritario entonces vigente que consideraba tosco y carente de refinamiento y cuyo discurso no me resultaba atrayente por su linealidad simplista y escenografía pomposa. Ni que decir tiene que vi el mayo del 68 como una desagradable explosión de vulgaridad violenta y que sufrí sus réplicas en la universidad patria con profundo desagrado. En aquellos tiempos mis criterios para interpretar el mundo eran fundamentalmente estéticos y no derivaban para nada, en contra de lo que algunos de mis detractores mal informados o confundidos a causa de mi apellido han difundido, de una situación económica privilegiada dado que mi abuelo paterno, ilustre prócer barcelonés de poblado y bien cuidado bigote aficionado a tocar el violín con mayor voluntad que virtuosismo, se había encargado de dilapidar su considerable fortuna en arriesgadas operaciones de bolsa. Para dar una idea de la personalidad de este caballero baste decir que manifestó su desagrado ante un pretendiente de una de sus hijas dotado de considerable riqueza con el argumento de que era “un fabricante”.

De proclamar con vibrante énfasis que la amnistía de los delitos asociados al golpe separatista de octubre de 2017 es contraria a nuestra Norma Fundamental e inasumible por su Gobierno a concederla presuroso en aras de una concordia inexistente

Por consiguiente, nada que objetar a los desplazamientos de la zurda a la diestra, muestra de lucidez, mientras que los caminos inversos, de escasa frecuencia, suelen estar asociados a trastornos patológicos en la esfera mental o al puro esnobismo. Otra cosa son las piruetas inverosímiles fruto del oportunismo o de la desfachatez. Así, el candidato a vicepresidente que acompañará a Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales norteamericanas, el senador por Ohio J.D. Vance, que hace ocho años le dedicaba los amables apelativos de “Hitler de Estados Unidos” o “cínico idiota”, actualmente le cubre de halagos y se declara muy honrado por ser su compañero de ticket. Hay que tener estómago tanto por parte de Trump por elegirle como del lado de Vance por aceptar, aunque, eso sí, se ha disculpado por sus insultos pasados, lo que no se sabe si es peor que haberse mantenido en un púdico silencio al respecto.

Comportamientos indecorosos

Otro campeón de los giros de ciento ochenta grados es nuestro prestidigitador de La Moncloa, capaz de jurar por la memoria de su santa madre que jamás pactará con Podemos para a continuación encamarse políticamente con Pablo Iglesias sin asomo de rubor, de acusar a Puigdemont de delito de rebelión y de prometer traerlo a España para ser juzgado y condenado para seguidamente sellar con el prófugo una alianza parlamentaria que le ha obligado a pulverizar la Constitución y el imperio de la ley, de proclamar con vibrante énfasis que la amnistía de los delitos asociados al golpe separatista de octubre de 2017 es contraria a nuestra Norma Fundamental e inasumible por su Gobierno a concederla presuroso en aras de una concordia inexistente.

Este tipo de comportamientos indecorosos no son raros en los políticos, entre los cuales abundan personajes de moral elástica y convicciones oscilantes que no vacilan a la hora de mudar drásticamente de posición en un tiempo sorprendentemente corto si conviene a sus intereses particulares o partidistas. Es desolador comprobar una y otra vez cómo esta clase de villanías no se traduce en derrotas electorales fulminantes, sino que son metabolizadas por votantes abducidos por rencores irracionales, prejuicios maniqueos o anestésicos patriotismos de partido. La incoherencia y la mentira consagradas como método de trabajo por nuestros representantes públicos y gobernantes seguirán rampantes en tanto no reciban el correspondiente castigo en las urnas. Para que tan deseable fenómeno se produjera las sociedades democráticas deberían también modificar su sensibilidad ética y su concepto de la decencia, pero esto nos llevaría a otra conversación.

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