Opinión

Política superficial

Seguí con atención el debate a tres organizado por RTVE el miércoles pasado, en el que Alberto Núñez Feijóo fue el gran ausente. La confrontación fue claramente de dos contra uno, Sánchez y Díaz co

Seguí con atención el debate a tres organizado por RTVE el miércoles pasado, en el que Alberto Núñez Feijóo fue el gran ausente. La confrontación fue claramente de dos contra uno, Sánchez y Díaz como campeones del modelo de sociedad llamado progresista y Abascal como defensor del liberal-conservador. Por tanto, hubiera sido de agradecer que los contendientes utilizasen argumentos de fondo y abordasen de forma clara y contundente los aspectos fundamentales de su visión del mundo y de la convivencia organizada de los seres humanos, porque este es al final el objeto de la política. Al igual que sucedió en el mucho más comentado cara a cara del 9 de julio, el desarrollo del choque dialéctico abundó en acusaciones mutuas de mentir, anécdotas de poco relieve y reproches airados, mientras que la parte propositiva, de menor presencia en las exposiciones respectivas, quizá con la excepción de la todavía vicepresidenta del Gobierno, que hizo un cierto esfuerzo en ese sentido, tuvo un carácter meramente enunciativo eludiendo elementos clave como la viabilidad de las propuestas, su coste y sus efectos indirectos.

Los representantes de la izquierda aún en el poder insistieron machaconamente en sus temas favoritos, la emergencia climática, la ideología de género y la justicia social, tratando a Abascal de acientífico, misógino y capitalista. Aunque el presidente de Vox tuvo momentos acertados en los que señaló con contundencia el desastre de la ley “Sí es Sí” y de la ley “Trans”, le recordó a Díaz su condición de comunista y destacó la irracionalidad de renunciar a la explotación de nuestros recursos energéticos propios y a la prolongación de la vida activa de nuestras centrales nucleares, no quiso o no supo o no se atrevió a recurrir a la artillería gruesa para desmontar las falacias de sus oponentes.

El presidente de Vox debería haber expuesto los abundantes datos -por ejemplo, la relación demostrada entre actividad solar y variaciones de temperatura en la tierra- que disocian el cambio climático de las concentraciones de CO₂

En lo referente al alarmismo climático, Abascal perdió una buena ocasión de separar el fenómeno del progresivo calentamiento de la atmósfera que se viene registrando en las últimas décadas de su supuesto origen antropogénico debido a las emisiones de dióxido de carbono producidas por la industria, el transporte y la generación de electricidad. Existe fundada evidencia científica de que las altas temperaturas que experimentamos no guardan una correlación con los niveles de CO₂ y de que el empeño del IPCC de la ONU en sostener esta tesis, obligando a todos los países a una descarbonización acelerada y ruinosa tiene una base más ideológica que empírica. El presidente de Vox debería haber expuesto los abundantes datos -por ejemplo, la relación demostrada entre actividad solar y variaciones de temperatura en la tierra- que disocian el cambio climático de las concentraciones de CO₂, información de la que obviamente carecen Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, que se limitan a repetir como papagayos la doctrina climática políticamente correcta.

En cuanto a la ideología de género, es un puro delirio que conduce a actuaciones aberrantes que están destrozando la vida de numerosos adolescentes sometidos al bombardeo incesante en los medios, en las redes y en las escuelas de conceptos sobre la sexualidad que les sumen en la confusión. Además de citar algún caso concreto particularmente llamativo, Abascal debería haber entrado a fondo en la crítica de planteamientos antropológicos y biológicos que sobrepasan el marco del respeto y de la no discriminación que cualquier persona tolerante ha de aceptar y practicar, para pasar sin reparo a la promoción agresiva y proselitista.

Abascal tenía que haberle preguntado a Yolanda Díaz y a Pedro Sánchez, lo mismo que preguntó Josep Pla, deslumbrado por el despliegue de luces de Nueva York: “Esto, ¿quién lo paga?”.

Yendo al terreno de la tan cacareada por la izquierda ampliación de los derechos, es clave la distinción, que el líder del partido conservador no trajo a colación, entre derechos que no tienen coste económico -igualdad ante la ley, libertad de culto, libertad de asociación, libertad de expresión- y los que sí gravitan sobre el presupuesto -derecho a la educación, derecho a la atención sanitaria, derecho a la vivienda-, es decir, sobre el contribuyente. En este punto crucial, Abascal tenía que haberle preguntado a Yolanda Díaz y a Pedro Sánchez, que multiplicaban ante las cámaras de TVE sus promesas de más y más subvenciones, ayudas y ventajas materiales, lo mismo que preguntó Josep Pla, deslumbrado por el despliegue de luces de Nueva York: “Esto, ¿quién lo paga?”. Incluso si se confiscasen a las grandes fortunas españolas el 90% de su patrimonio para repartirlo entre todos los ciudadanos, como propone el neomarxista Thomas Piketty y contempla la jefa de filas de Sumar en sus sueños húmedos, la cantidad que nos correspondería a cada uno sería ridícula y España se hundiría en la miseria inherente a los colectivismos sin garantía del derecho a la propiedad privada. La Nación necesita un presupuesto base cero seguido de un saneamiento de las cuentas públicas que acabe con el tremendo despilfarro que nos conduce a la catástrofe.

Mecanismos de presión

La política que se viene ejerciendo en nuestro país es, pues, de una decepcionante superficialidad, y los responsables públicos con capacidad de decisión sobre muchas cuestiones que afectan de manera directa y relevante a las vidas de la gente o no poseen los conocimientos necesarios para su elevado cometido o, si los tienen, los aparcan a tenor de su conveniencia electoral o de su temor a enfrentarse al mainstream. Es misión de la sociedad civil debidamente articulada, establecer mecanismos de presión sobre los gobernantes para que afronten los auténticos problemas de nuestro tiempo a partir del reconocimiento de la realidad y de las verdaderas necesidades de sus administrados.

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