Hasta hace nada, apenas se soportaban. Más bien, no se podían ni ver. Mariano Rajoy apostó por Soraya Sáenz de Santamaría en las las primarias en las que Pablo Casado resultó elegido presidente del Partido Popular. La displicencia de uno y el empeño centrípeto del otro lograron limar esas asperezas. Ahora no sólo se toleran sino que se frecuentan, se tratan, se reúnen con cierta periodicidad y se supone que hablan de algo más que de fútbol. Este mismo jueves coincidieron en el Congreso en el homenaje póstumo al diputado gallego Carlos Mantilla.
"Nos vemos de vez en cuando", repetía Rajoy, como un gramófono averiado, en estos días de promoción de su libro, Política para adultos, tan interesante y ameno como una partida de dominó en el casino de Pontevedra. Tuvo que esforzarse el veterano líder gallego para asumir su nueva situación, no la del retiro político, que también, sino la de que no fuera su protegida quien se hiciera con las riendas del partido. Algo enredó tras su salida de Génova. No alentó conspiraciones pero sí participó en divertidas maquinaciones de sobremesa, y hasta se sumó prudentemente a discretas celebraciones tras alguno de los sonoros trastazos electorales sufridos por su joven heredero. En especial, cuando esos 66 diputados de abril del 19, que sonaron a vísperas de algo inevitable y fatal. Muchos de estos inocentes conciliábulos llegaban a los oídos del joven presidente, que apenas les prestaba importancia.
Aquellos que perdían el ritmo, se salían de tono galleaban, es decir, se les escaba un gallo, resultaban fulminados a la 'cayetana manera', según la expresión patentada por un muy ocurrente diputado madrileño
Todo eso se acabó cuando Casado, con esa concepción familiar del partido, se empeñó en convertir las siglas en una mansa y jovial escolanía de agradables vocecillas en la que todos sus miembros debían entonar con entusiasmo la partitura que previamente les habría entregado el director del coro. Que no es otro que el secretario general de la formación, Teodoro García Egea, insistente en las órdenes, árido en las formas e implacable en los modos. Aquellos intérpretes que perdían el ritmo, se salían de tono o galleaban, es decir, se les escaba un gallo, resultaban fulminados a la 'cayetana manera', según la expresión patentada por un muy ocurrente diputado madrileño.
En ese espíritu de reconciliación fraternal, de pelillos a la mar y de adiós a las rencillas, se consumó el reencuentro con Rajoy, a quien medio partido considera un lastre y el otro medio pocas dudas tiene. Arrebatado por ese espíritu de camaradería fordiana, quiso también Casado recuperar a Aznar, proscrito durante el marianismo, quien, al principio, participó en campañas, mítines, se prodigó en declaraciones e incluso señalaba el camino cual si fuera el asesor de referencia. El experimento duró menos que la alegría en el Wanda, vaya panda. Igual que le ocurre a los fans de Almodóvar, en un plisplás se pasó de la euforia al desengaño. La defenestración de Cayetana y la ofensiva contra Ayuso quizás influyeron en este distanciamiento que, al menos desde fuera, no sólo se advierte sino que resulta tan ostensible como pasmoso.
"No estamos aquí para hacer ideología sino para sacar a España de la crisis", repetía Rajoy en sus tiempos de Moncloa. Aún lo piensa. Casado, en buena parte, sintoniza con la frasecita
Casado prefirió a Rajoy. Y no sólo para coincidir de cuando en cuando en una conferencia, la presentación de un libro, alguna charla jocosa en la convención del partido y otros acontecimientos sociales o mundanos. La cosa va más allá de esporádicas charletas o compartir severos escenarios. El líder del PP se muestra en amable sintonía política con su predecesor y ha decidido seguir algunas de sus líneas maestras. Un esquema bien sencillo: mucho pragmatismo, economía, números, resultados y muy poca batalla ideológica, guerra cultural o la construcción de un proyecto de futuro sólido y ambicioso para consolidar la España del siglo XXI. De ahí el desdén marianista por tumbar las iniciativas radicales del zapaterismo, como la memoria histórica, los enaltecimientos republicanos, el sectarismo educativo, la apoteosis nacionalista... "No estamos aquí para hacer ideología sino para sacar a España de la crisis", repetía Rajoy en sus tiempos de Moncloa. Casado, en buena parte, sintoniza con la frasecita.
El actual líder del PP, que inevitablemente ganará las elecciones generales de 23/24, no arde en entusiasmo por enfrentarse frontalmente a los planes más tóxicos de la izquierda, consistentes básicamente en la voladura de la monarquía parlamentaria y erigir sobre sus cenizas una variante republicana en la que no encajará, ni con fórceps, el adjetivo de democrática. No está en eso Casado, pese a que, en ocasiones, alienta un hálito de esperanza en algunas de sus intervenciones en el Congreso, donde suele ofrecer la mejor versión de su perfil político, frente a un rival engreído y torpón, a quien derrota, indefectiblemente, en cada sesión de control.
Rajoy acaba de echarle un cable con la reforma laboral, a la que Casado, en una maniobra errada, optó por oponerse radicalmente, en lugar de reclamarla suya y por tanto, reivindicar su aprobación como una victoria
Casado se anotará la victoria de Mañueco en Castilla y León, (en cuya campaña colaborarán tanto Rajoy, este lunes con su libro en Salamanca, y el propio Aznar, pionero del PP victorioso en la zona) con lo que pretenderá empalidecer el actual brillo de la lideresa madrileña. Luego enfilará la ruta hacia el Congreso Nacional del PP, antes del verano si las andaluzas lo permiten, en el que se podrán despejar todas las dudas sobre su apuesta ideológica, si economía o política. Ambos empeños, se dirá, son tan compatibles como complementarios. Cierto. Pero visto cómo se ha manejado Génova en las elecciones catalanas y madrileñas, cabe dudar de que así sea. Rajoy acaba de echarle un cable con la reforma laboral, a la que Casado, en una maniobra precipitada y errada, optó por oponerse radicalmente, en lugar de reclamarla suya y por tanto, reivindicar su aprobación como una victoria.
"La economía es la vida de la gente", han dicho tanto Mariano como Casado. Y es cierto. Pero hay algo más. ¿O no se aprecia con la gravedad necesaria la inminente salida de los asesinos etarras de la cárcel, o a Bildu en el palco presidencial decidiendo los Presupuestos del país que quiere demoler, o a los golpistas indultados, la Justicia acosada, la Monarquía en vilo, la unidad de todos en peligro y la convivencia a dos palmos del precipicio?.
Sólo le cabe confiar en una victoria a lo Ayuso. Sumar más escaños que toda la izquierda junta. Así podrá seguir el consejo de Rajoy y reclamarle a Vox, a quien tanto desprecia, al que tanto maltrata, su apoyo de investidura
Ahora lo importante es ganar, sumar 176 escaños con Vox y "luego ya se verá cómo se hace", le susurra su antaño jefe y ahora afectuoso consejero. Casado no puede soñar con una fórmula 'a lo Rajoy', es decir, que el PSOE se abstenga en su investidura. El sanchismo, autocrático y absolutista, exhibe una daga entre los dientes y un cargamento de trilita entre las cejas. Sólo le cabe confiar en una victoria a lo Ayuso. Sumar más escaños que toda la izquierda junta. Así podrá seguir el consejo de Rajoy y reclamarle a Vox, a quien tanto desprecia, al que tanto maltrata, su apoyo inexcusable en la investidura. El problema es que faltan aún dos años. Y quizás, a la hora de la verdad, en la noche del recuento, de las urnas emerjan unos números inesperados pero posibles, 95 escaños para PP y 75 para Vox. ¿Y qué ocurrirá entonces? ¿Qué podrá exigir Génova con esos números? Quizás Abascal desvele sus exigencias. Y quizás a alguien en la planta noble de Génova le dará un soponcio. Y no será precisamente a Rajoy.