Si hay algo sobre lo que no quiero escribir es sobre los indultos. En parte, porque esta casi todo dicho; no hay nadie, a estas alturas, que no haya expresado su opinión, y dudo que vaya a convencer a nadie de nada. Mi principal reparo cuando me pongo a escribir esta columna, no obstante, es que estoy harto, completamente harto, de lo que se ha convertido la política en mi país.
Por si mi nombre y apellidos no lo dejan lo suficiente claro, soy catalán. Adoro mi tierra, uno de los sitios más hermosos, civilizados y agradables del planeta. Aunque llevo casi dos décadas viviendo fuera, sigo pensando en catalán, soñando en catalán, y echando de menos todo lo que he dejado atrás.
Desde hace varios años, sin embargo, hablar y escribir sobre Cataluña es agotador. Es agotador tener que dar explicaciones de todo, es agotador tener que siempre tener el tema, el dichoso tema, siempre detrás de cualquier debate, polémica, o decisión política. Para empezar, cada vez que escribo sobre el tema es necesario empezar con obviedades, casi como a modo de disculpa. Tengo que repetir que si defiendo una cosa o la contraria es porque quiero lo mejor para mí país, no porque soy un colono, un botifler, o un miembro de la anti España.
No importa lo que diga, cualquier intento de ser conciliador o dar con escalas de grises acaba siempre con unos cuantos tarados (a veces unionistas, a veces nacionalistas, a veces ambos a la vez) buscando tweets antiguos para exigirme coherencia, llamarme vendido, o estar buscando la paguita de alguien. Cualquier argumento lógico será siempre respondido con la habitual sarta de palabrería y eslóganes abstractos a estas alturas completamente vacíos de contenido. Todo el mundo apelando a sus valores y convicciones, casi convertidos en creencias religiosas. Nadie con ganas de escuchar.
Es conflicto imaginario que vive en los medios, en las declaraciones de los políticos, en las voces de los activistas, tanto en Madrid como en Barcelona
Lo más desesperante, sin embargo, es que a estas alturas todo el mundo sabe que está actuando en una obra de teatro, fingiendo participar en un conflicto artificioso, banal, y completamente estúpido en vez de hablar de los problemas de fondo. Es conflicto imaginario que vive en los medios, en las declaraciones de los políticos, en las voces de los activistas, tanto en Madrid como en Barcelona.
Para empezar, los políticos independentistas catalanes son unos iluminados, pero no son estúpidos, y saben de sobra que han perdido la batalla de la secesión. Ahora mismo Cataluña no tiene ninguna ruta viable para alcanzar la autodeterminación, ni por las buenas, con un referéndum pactado, ni por las malas, con una declaración unilateral. El Gobierno catalán es, ahora mismo, una coalición de dos partidos que son incompatibles ideológicamente que no se aguantan entre ellos. El movimiento social independentista que tienen detrás está igual de perdido, y ha conseguido alienar a gran parte de la población de Cataluña. Todo lo que están haciendo ahora, con el flipado de Puigdemont en Bélgica, las provocaciones simbólicas, el elaborado teatro de hojas de ruta, banderitas, el victimismo, los inacabables debates constituyentes, asociaciones soliviantadas exigiendo acción, etcétera, saben que es una pantomima, el independentismo convertido en un pasatiempo para activistas amantes de lo inútil y algo para distraer al personal.
La importancia de los indultos
Todo el mundo en Madrid es perfectamente consciente que esto es cierto, y que los presos secesionistas son inofensivos en un día bueno, y los mejores aliados del constitucionalismo en un día malo, gracias a su persistente incompetencia. Cualquier político con dos dedos de frente en la capital (y son mayoría, aunque a veces lo disimulen bien) sabe que los indultos son una cuestión secundaria en toda esta historia. Aunque los delitos que cometieron los encarcelados fueron extraordinariamente graves (y merecen de sobras estar en prisión), otorgar un perdón ni debilita al estado, ni refuerza al independentismo, ni cambia nada de los problemas de fondo. Pedro Sánchez y el PSOE, por supuesto, participan en el teatrillo dándole a los indultos la más suprema importancia, llenándose la boca con reconciliación, diálogo y demás brindis al sol zapateriles, aunque los independentistas seguirán encontrando excusas para hacerse las víctimas.
Las profundas divisiones de la sociedad catalana han hecho que una de las regiones más ricas y dinámicas de Europa haya caído en un provincianismo paleto, desesperante
El problema de fondo de Cataluña no es el independentismo, ni un conflicto ente centro o periferia, o entra la España y la anti-España. El problema de Cataluña es que tenemos una sociedad dividida en dos mitades y una de ellas está insistiendo en que ellos son Cataluña y no el resto, y que únicos problemas del país son los problemas que a ellos les preocupan. Este es un conflicto entre catalanes, donde una minoría (porque el secesionismo es minoría) que ha estado en el gobierno desde 1980 insiste que están oprimidos mientras excluyen sistemáticamente al resto de las instituciones.
Las profundas divisiones de la sociedad catalana han hecho que una de las regiones más ricas y dinámicas de Europa haya caído en un provincianismo paleto, desesperante. La gobernanza en la comunidad es disfuncional, con una Generalitat a menudo inoperante, perdida en batallas absurdas en vez de cualquier atisbo de gestión económica.
Los catalanes estamos atrapados en un profundo bucle de estupidez política que amenaza con arruinar el país, y hemos atrapado al resto de España
Empeorando las cosas, la cada vez más tóxica política catalana ha hecho de España un sitio cada vez más ingobernable. No es sólo cuestión de Pedro Sánchez teniendo que babosear a los secesionistas para poder aprobar unos presupuestos. La cuestión catalana destruyó la derecha reformista encarnada en Ciudadanos hace unos años, y con ello cualquier posibilidad de reformas estructurales en España durante esta década. Vox y el PP compiten entre ellos en el teatro del anti- independentismo, y lo han convertido en la eterna excusa para negar cualquier pacto de estado con los socialistas acuerdos de calado.
Los catalanes estamos atrapados en un profundo bucle de estupidez política que amenaza con arruinar el país, y hemos atrapado al resto de España en su campo gravitatorio. Todo el mundo es consciente (o debería ser, a estas alturas) que la única salida al conflicto es que en Cataluña los independentistas acepten de una vez que el país no es suyo, y que en el resto de España dejemos de utilizar sus rabietas como arma arrojadiza.
Al hablar del 'procés', el problema es que en Madrid se está haciendo demasiada política y en Cataluña demasiado poca. Es hora de exigir a todos los políticos, de uno y otro lado, que dejen sus espectáculos teatrales en casa y arreglen las cosas de una maldita vez.