Fue hace casi ocho años cuando se convocó una concentración a pocos metros del Congreso de los Diputados que acabó con cargas desproporcionadas por parte de la policía, que incluso asaltó la estación de Atocha para repartir estopa. Como por estos lares todo se pasa por el tamiz ideológico -pues son muchos los que viven o aspiran a vivir de las migajas de la partitocracia-, hubo quien no entendió que esa manifestación era una explosión lógica de indignación, tras cinco años de crisis galopante en los que fueron muchos proyectos personales los que se fueron por el sumidero de un día para otro. Para algunos, la reacción fue cosa de los alborotadores de la izquierda y bien es cierto que varios estaban detrás de su convocatoria. Pero en un momento de sufrimiento económico tan fuerte, el acto estuvo cargado de lógica. Erraron quienes calificaron a todos los asistentes de anti-sistema o de 'rojos peligrosos'. Una buena parte, eran simplemente afectados por su situación. Quizá descargaron su frustración de forma errónea, pero lo importante en este caso no era el método, sino el fondo.
Lo que ocurrió en aquellos años no alcanza la dimensión de una posguerra, ni podrá compararse con las calamidades que se esperan en los años venideros. Pero no hay duda de que la historia de la 'gran recesión' de 2008 se escribió en tono dramático. Hubo a quien la ley de la gravedad le bajó de su castillo en las nubes y le estampó contra el suelo, tras cerrar su negocio, otrora próspero; poner a la venta su Porsche Cayenne y sacrificar eso de comer fuera tres días a la semana.
Otros, tuvieron que arremolinarse alrededor de la casa de los abuelos para vivir de su pensión. Los más jóvenes, de los que nadie habla y nadie escribe, se sintieron estafados por quienes les prometieron que el esfuerzo garantizaba un futuro mejor y se largaron a fregar vasos a Londres, heridos en su orgullo, pues era mejor rebajarse en otro país que en el propio, que les había defraudado. Quienes se fueron más lejos, quizá no pudieron acudir al funeral de 'la yaya', como, por cierto, sucede estos días, aun estando cerca.
A la izquierda le asombran las caceroladas callejeras de Madrid, pues todo ha surgido en un barrio acomodado, cuando lo que más sorpresa debiera causarle es su mansedumbre ante la imposición de tantas y tan drásticas medidas a la población
Como los medios de comunicación aparecen estos días repletos de propaganda gubernamental, hay a quien le cuesta apreciar que los episodios que pasan por delante de nuestros ojos no versan únicamente sobre una crisis sanitaria, pues el coronavirus ha provocado un alud que arrasará con todo lo construido en los últimos años, con esfuerzo y con lo justo, pues el tiempo precedente fue de vacas flacas.
Cuando el abismo se agranda en el horizonte, es normal revolverse y ceder ante los embates de la ira. Y tras dos meses confinados, con algunos derechos suspendidos, la familia a distancia y la prosperidad alejándose, las explosiones de indignación son normales. La chispa puede ser una o varias decisiones gubernamentales, pero la pólvora es la incertidumbre y el malestar con la situación.
Del 11-M a Núñez de Balboa
A la izquierda le asombran las caceroladas callejeras de Madrid, pues todo ha surgido en un barrio acomodado, cuando lo que más sorpresa debiera causarle es su mansedumbre ante la imposición de tantas y tan drásticas medidas a la población. Su actitud habría sido diametralmente opuesta si en Moncloa hubiera estado el Partido Popular, lo que vuelve a demostrar que en este país el malestar sólo se expresa cuando el enemigo político gobierna, lo cual dice todo sobre su ciudadanía y su delegación de facultades. Si la gestión de la pandemia hubiese estado en manos de la derecha, las fiestas en los balcones y los llamamientos a la responsabilidad hubieran quizá sido sustituidos por barricadas en las calles y contenedores incendiados. No tengo dudas.
Se han podido observar estos días constantes muestras de desprecio desde la izquierda hacia los manifestantes, pues no conviene olvidar que son sus partidos y movimientos sociales los que han patrimonializado la calle y los que se arrogan la responsabilidad del progreso -sólo se avanza por ellos-. Su concepción sobre este movimiento se resume en la penosa frase pronunciada por Pepa Bueno desde una de las más acríticas atalayas mediáticas de la izquierda: “Debe ser excitante descubrir de mayor que existen las cacerolas y golpearlas”.
La frase está a la altura de la argumentación de los palilleros que, en 2012, concluyeron que todo aquel que expresa su malestar en la calle era un anti-sistema. Pero ése es el nivel; y el del periodismo es aún peor que el de la población.
Si la gestión de la pandemia hubiese estado en manos de la derecha, las fiestas en los balcones y los llamamientos a la responsabilidad hubieran quizá sido sustituidos por barricadas en las calles
Quizá sea insensato convocar una manifestación en un momento en el que se ha propagado un nuevo virus que supuestamente es muy contagioso y sobre el que se desconocen unos cuantos aspectos importantes. Entre ellos, el relativo a las consecuencias que puede generar a medio y largo plazo en algunos de quienes lo han padecido. Ahora bien, quizá sea todavía más irresponsable asistir al desmoronamiento del bienestar sin hacer preguntas incómodas, pues no procede, dado que gobiernan los míos; y, por tanto, lo que decidan, bueno será.
Lo que parece claro es que el ambiente cada vez está más cargado y ésta no será la única explosión que se producirá en los años venideros. Lejos de contribuir a relajar las posturas, en el Congreso y en los cuarteles generales de los partidos parece que hay un especial interés por alimentar el revanchismo. Lanzan más leña al fuego.