Ya está. Se ha intentado. Podía haber salido, pero ha sido que no… también esta vez. La conquista del poder mediante el asalto definitivo a la derecha falló en las generales, pese a la debilidad extrema del PP; ha fallado en las municipales (cualquier porcentaje suena alto desde la nada) y, por fin, la negociación para lograr la alcaldía de Madrid, única posible desde la que mostrar poderío y capacidad de gestión, también ha sido un fiasco sin paliativos para Ciudadanos. No deja de tener su guasa que los naranjas hayan logrado más réditos en lo negociado marginalmente con el enemigo socialista que lo acordado al más alto nivel con su socio preferente del PP. Mucha alforja para viaje tan discreto.
Visto lo visto: que ya no vencerán al PP, que el apoyo que le han dado a los populares nunca se verá recompensado y que han quedado inevitablemente esposados a Vox, por muchos ascos que le hagan y por mucho que miren a otro lado, lo normal sería que los de Rivera se replanteasen su posición en el tablero político español. No digo regresar a la original socialdemocracia de hace miles de años (en concreto de febrero de 2017), pero sí al menos a la posición de un partido centrado, influyente, moderado y capaz de negociar con todos. Pero no lo van a hacer.
Después de equivocarse creyendo que la moción de censura no les incumbía, de volverse a equivocar pensando que superarían al PP y de tropezar una vez más en la negociación de la imprescindible alcaldía de Madrid, aún les queda un error que cometer para redondear el desastre naranja, y lo cometerán. Obligarán a Sánchez a ganarse La Moncloa con los votos independentistas. La satisfacción final de ver al socialista depender de los indepes no se la pierde Rivera. Será el absurdo consuelo de su propio fracaso, pero lo hará. Solo que Sánchez, tras el mal trago, seguirá en lo alto de la escalera del palacete y a Ciudadanos no le quedará otra que contemplar cómo el PSOE gobierna y cómo el PP se va fortaleciendo durante los próximos cuatro años, justamente con el poder local y autonómico que le han facilitado ellos prácticamente gratis.
No deja de ser curioso que Cs haya logrado más réditos en la negociación ‘marginal’ con el PSOE que lo acordado al más alto nivel con su socio preferente, el PP
La prueba definitiva de la obcecación que envenena a Rivera es su ruptura con Valls porque haya impedido un alcalde independentista en Barcelona votando a Colau. Valls sabe que la política no siempre va por donde uno quiere o le gustaría, y que, llegado el caso, hay que hacer lo que hay que hacer, aunque duela. Un conocimiento que también ha demostrado tener Abascal, que ha aceptado el papel que le correspondía a Vox en esta obra, obviando los desprecios inauditos que ha recibido de Ciudadanos.
Fue el insuperable odio a Sánchez lo que llevó a Ciudadanos a encerrarse en una jaula y, con grandes aspavientos para que todos lo vieran, tirar la llave. Poco margen le quedaba a partir de ese momento, y el PP supo aprovecharse. Solo la cúpula de Ciudadanos fue incapaz de ver la realidad de que ellos estaban exactamente igual de prisioneros del pacto que lo estaba Vox, que el órdago era imposible y que había poco o nada que negociar, como se ha visto al final.
La impostada satisfacción que públicamente muestra ahora la dirección naranja por el “éxito” de su negociación con el PP recuerda mucho al técnico nuclear de la serie Chernobyl, quien, tras el desastre, repite como un mantra: “Lo hemos hecho todo bien… lo hemos hecho todo bien”. La realidad es que a Ciudadanos le queda ahora la difícil tarea de pensar cómo escapar de la jaula de la irrelevancia, desde donde le será imposible volver a llamar de nuevo a los votantes convocados a tantos fracasos seguidos. Lo de pasarle la factura al PP en las próximas Generales suena a chiste, porque vaya usted a saber donde estará Ciudadanos para entonces, si es que está.