Incluso a riesgo de sonar repetitivo tengo que remarcar que en estos días penumbrosos abundan los contrasentidos. Por ejemplo resulta paradójico que en esta sección, que se creó para hablar de lo que ocurría dentro de casa, cada vez tengamos que abordar más lo que ocurre fuera de ella. Consecuencias extrañas de la 'desescalada' por fases que nos ha tocado vivir. Lo de este sábado no fue sólo el inicio del largo final que nos espera. Fue también, como por cierto ya preveíamos aquí sin mérito alguno, una avalancha. Pero no sólo una avalancha de gente, sino también de vida.
Los más viejos y quizás hasta los más jóvenes recordarán una canción que ha sonado en casi todos los garitos, incluidos los más inhóspitos, cuando nos querían decir que era hora de irse. "A la puta calle", de El mecánico del Swing. La estrofa clave de la canción es esta: "A la calle, / a la puta calle. / Cuando se chapa el último bar, / la vida está en la calle". Sublime. E incluso premonitorio, aunque su autor lo escribiera con cualquier otro sentido. Porque la vida, o al menos la vida que merece la pena vivir, está en la calle.
Lo contradictorio, una vez más, es que durante el confinamiento han cerrado todos los bares, desde el primero hasta el último, pero, frente a lo que prometía aquella canción, la vida estaba en el hogar. Hasta este sábado 2 de mayo, que seguramente se recordará como el Día de la Liberación -así se mantiene la remembranza del levantamiento madrileño ante los franceses- pero que yo sigo proponiendo que se llame Día de la Picaresca, porque todo bicho viviente se las ingenió para aprovechar más de lo recomendable la vuelta a la semilibertad.
Este sábado 2 de mayo seguramente se recordará como el Día de la Liberación -así se mantiene la remembranza del levantamiento madrileño ante los franceses- pero yo sigo proponiendo que se llame Día de la Picaresca. Otros apuestan por el Día Nacional del Deporte, porque los deportistas se multiplicaron para la ocasión
Otros apuestan por celebrar cada 2 de mayo el Día Nacional del Deporte. Mi querido Rubén Arranz ya les explicó aquí que en las calles de Madrid había más deportistas que nunca, como si se hubieran multiplicado para la ocasión. No sólo Madrid es España, aunque a veces lo parezca al leer periódicos que no ven más allá de la M-30, pero lo acontecido en la capital del reino es extrapolable en este caso porque en todas partes pasó lo mismo.
Los amantes de la polémica hablarán en Twitter sin descanso sobre los "falsos corredores" ("runners", dirán los modernos). Habrá sesudos debates dignos de La Sexta Noche acerca de si esta lógica avalancha provocará o no un repunte de contagios, al igual que ya se creó el mismo debate una semana atrás por la salida de los niños y al igual que ya se habló sobremanera sobre el 8-M. La cosa es bastante más sencilla. Simplemente la gente lo cogió con ganas, como parece natural tras cuarenta y ocho días de reclusión.
Todos, en cada franja, atrapábamos, disfrutábamos, acariciábamos esa vida que parecían habernos quitado. Todos en la puta y amada calle
Lo comprobé a las 7.30 desde la ventana, donde padre e hijo estábamos asomados porque él quiere ver a los camiones que se llevan los contenedores. Muchas personas corrían o andaban o pedaleaban ya a primera hora. A media mañana abundaban los mayores -no hay perdón posible por cómo se les ha maltratado-, muchos de ellos del brazo de algún hijo. Luego nos tocaba a los padres con hijos. Y después más deportes y paseos. Todos, en cada franja, atrapábamos, disfrutábamos, acariciábamos esa vida que parecían habernos quitado. Todos en la puta y amada calle.
Necesitábamos como sociedad este respiro. Le pese a quien le pese, esta bocanada de aire libre sin duda supone un chute de alegría entre tanta penumbra. Cuestión distinta es, claro está y dicho sea sin ánimo de destrozar el bello momento, que la expresión "a la puta calle" también se vaya a utilizar al hablar del futuro laboral de miles de ciudadanos en los próximos meses. Pero para entonces ya habrán abierto los bares.