Muerto Pedro Sánchez se acabó la dictadura del ‘no’. Los poros de la solución al eterno bloqueo político se abren. Se preparan para que el PSOE, tras una cuidada escenificación, inyecte su abstención a Mariano Rajoy. Nos esperan días de teatro, de firmeza extrema de los nuevos líderes del PSOE en sus peticiones al PP, incluso algún que otro amago de ruptura total ante los de Génova. Una sucesión de guiños con los que calmar a esas bases socialistas que andan con la tijera en la mano para destrozar el carné de afiliado, que consideran unos golpistas a sus nuevos líderes y a los que el cuerpo les pide una escisión para sostener la pancarta de Sánchez o echarse en otros brazos más a la izquierda.
Porque este domingo, un día después de que la sede de Ferraz se convirtiera en la Rue 13 del Percebe, las quejas de los perdedores entre la militancia silenciaban al otro bando. Y no sólo por la cantidad, el descontento se adueñó de las redes o de las tertulias más cercanas, sino por el mutismo de los vencedores. En el fondo, Susana Díaz, Javier Fernández y afines saben que lo suyo no es una victoria sino un sinuoso camino, cargado de precipicios, sin destino conocido.
Suavizar la reforma laboral, acabar con la Lomce, desgranar una reforma constitucional… La panoplia de condiciones del nuevo PSOE calcará a la del régimen del ‘no’. Pero el dibujo ya es diferente. Si en las conversaciones previas entre los dos grandes partidos, porque haberlas haylas desde el 26J, el guiso estaba ya cocinado en aras a la investidura de Rajoy, ahora en Moncloa, tras lo ocurrido el sábado de autos, el horizonte ya no es el de pacto. Ni tampoco la investidura. El objetivo ahora son las elecciones.
Forzar unas elecciones con el viento a favor (la nueva posición del PSOE y el apoyo de Ciudadanos) tiene difícil venta
“Ahora tenemos la posibilidad de gobernar, pero si hubiera otras elecciones podríamos volver a gobernar cerca de la mayoría absoluta”, comentaba este domingo alguien con despacho en Génova. La calculadora de Pedro Arriola ya echa humo. El bochorno de Ferraz ayuda a que salgan sus cuentas. La fragmentación del actual PSOE supone un buen caladero para los intereses de los populares. El votante reaccionario al movimiento de Susana Díaz se repartiría entre la abstención, Podemos o incluso ciudadanos. El votante partidario de Sánchez, diferente al anterior, es más imprevisible. Su sufragio dependería del estado de ánimo ante la urna. El desencanto, el cabreo, en definitiva, el castigo a la nueva dirección, le acercaría a Podemos. Pero, el despecho puede suavizarse de aquí a unas hipotéticas terceras elecciones. Esta base de votos se convierte en imprevisible.
Con toda esta disgregación, el PP sale reforzado en aquella plazas, municipios, ciudades o provincias donde el escaño se dirime a cara de perro entre unas decenas, centenas o pocos miles de votos. “La mayoría absoluta está difícil, pero siempre es mejor tener 160 diputados que 135. Se negocia de otra manera”, insiste la fuente. Lo complicado ahora para Moncloa es encontrar el envoltorio para vender las bondades de unas terceras elecciones en Navidades. Más cuando llevan bombardeando al personal durante meses de la necesidad de formar gobierno. Por la necesidad de tener unos presupuestos que cumplan con los compromisos adquiridos por Bruselas, por el bien de las estabilidad, por el bien de la dinamización de la economía, por el bien de contar con un gobierno que frente a los secesionistas catalanes…
Forzar unas elecciones con el viento a favor (la nueva posición del PSOE y el apoyo de Ciudadanos) tiene difícil venta. Más cuando el debilitamiento de los socialistas apoya la tesis de Rajoy de “yo o el caos”. Esta es su actual trampa. Por eso, será pronto presidente, a su pesar. Por más, que quiera terceras elecciones.
@miguelalbacar