Son dos opciones y para cada una hay motivos sobrados. El dilema inevitable consiste en tomárselo tan en serio que acabemos por no saber cuándo debemos parar de llorar de vergüenza o que de tanto reír caigamos en la peor de las misantropías, la de reírnos de nosotros mismos, y hacerlo solos y ante el espejo. La invención de un Plan para la Regeneración Democrática del que forman parte 7 ministros y un secretario de Estado me tiene sumido en la duda; no sé si echarme a llorar por lo que nos espera o soltar una carcajada ante un chiste espectacular.
Hay precedentes. En 1964 el más joven y más arrebatado de los ministros del Caudillo, Manuel Fraga Iribarne, con la ayuda de su cuñado, experimentado manipulador, Carlos Robles Piquer, pusieron en marcha una campaña que dio un vuelco a la retórica. Se conmemoraron como hito emblemático los XXV Años de Paz, en cesarianos números romanos. Ahí se cambió el relato, que diríamos hoy. En una España zaragatera y triste, con una represión omnímoda y un temor sin límites, se utilizaron todos los medios para imponer un oxímoron: teníamos los dirigentes más virtuosos, más pacíficos y más comprensivos en una dictadura implacable. Quien no se lo creyera y osara manifestarlo, sobre él caería el peso aplastante del Poder. Franco se convertía en pacifista y la oposición en guerrera. Quienes lo vivieron no necesitan que se lo cuenten, ni echar mano de una supuesta Memoria Histórica, por más que en algún caso sea menester un psicoanalista que despeje las fantasías.
La ministra portavoz Pilar Alegría -hay apellidos que delatan- nos regaló una rueda de prensa esta semana que inevitablemente me retrotrajo a tiempos pasados que felizmente ella no vivió. Se puede ser más falaz pero no más descarado. Mintió con plena conciencia sobre las causas abiertas a Begoña Gómez, sobre los procedimientos del juez Peinado, sobre la amnistía, sobre la singularidad del cupo y alcanzó el sarcasmo al enfocar la drástica reducción de penas a 44 condenados por delitos de sangre, vulgo asesinatos, pactados por el presidente Sánchez y Bildu para sacar adelante los Presupuestos.
La ministra portavoz Pilar Alegría -hay apellidos que delatan- nos regaló una rueda de prensa esta semana que inevitablemente me retrotrajo a tiempos pasados que felizmente ella no vivió
Sin pretenderlo, porque la inteligencia no es valor que cuente en los nombramientos, Pilar Alegría ha puesto sobre la mesa de nuestras conciencias algo tan evidente como aquello de los XXV Años de Paz. O lo tragas o lo denuncias con grave riesgo de tu futuro, o de lo que quede de él. Me estoy refiriendo en concreto al arma letal pero nada secreta que administra el Gobierno: los medios de comunicación y su cohorte de columnistas, tertulianos, editorialistas, blogueros y demás soldados de la palabra. No somos conscientes de que el silencio, cuando no la adhesión, exigirán un día otro proceso de Transición en el que se pedirá a la ciudadanía que sea benevolente y olvide, por el bien de la concordia. Un modo muy particular de disolver el servilismo que tantos beneficios les ha prodigado, en aras de no ser proclives al resentimiento. Y lo dirán con una sonrisa, como buscando la complicidad. Ahora que me entero que Juan Luis Cebrián, curtido hacendado político durante décadas, siempre fue -sospecho que en su fuero interno- un defensor a ultranza de la crítica al Gobierno, intuyo el advenimiento de un nuevo período de reconversiones que dejarán chicas las que hizo el ministro Solchaga en el campo de la industria.
No inquietarse. Aunque todo pueda cambiar, seguirá igual de inseguro. Quizá se ha deteriorado hasta un extremo insólito el valor de la palabra, que no del discurso. Los tiempos que se marcaba el presidente Sánchez para expresar lo contrario de lo que ya había afirmado con vigor de converso, se han ido reduciendo. Hace seis años tardaban meses pero ahora pueden ser cuestión de un día. Hacer de la necesidad virtud obliga a un aparato fiel y engrasado que borre y reescriba. Desde el momento que asignas al adversario el monopolio de las mentiras y los bulos, debes incluir la pretensión de organizar un aparato adicto que las controle y diluya; a partir de ahí eres el Puto Amo.
Esa curiosa situación de provocar la crispación al tiempo que descargas la artillería sobre el enemigo es tan vieja como el arte de la guerra político. Hay dos referentes que deberían hacernos pensar, porque son letales. Uno es el sustantivo “innovación”. Cada vez que lo escuchen manténganse atentos; es una palabra señuelo y si pican comprobarán que esconde intenciones nada novedosas tras el trampantojo semántico.
La otra es “patrón europeo”, con sus derivadas “los países de nuestro entorno”, “ajustarse a las normas de la Comunidad”, “homologar la legislación”. Europa no es sólo una realidad sino una evidencia beneficiosa para todos. El antieuropeísmo, dicho en bruto, es una estupidez geopolítica y regresiva. Ahora bien, cabe leerse bien la letra pequeña. Sucede con los productos que llevan como un adhesivo el mantra “ecológico”, que en muchos casos es una treta de la mercadotecnia y no una marca de calidad.
Tarradellas decía que en política se puede hacer de todo menos el ridículo
El patético ridículo del Partido Popular, con su presidente a la cabeza, aceptando una enmienda, propuesta por Sumar en el papel de palanganeros, para rebajar las penas de 44 militantes de ETA convictos de asesinatos, con el marchamo de “ajustarse a la legislación europea”, es un ejemplo hispano, españolísimo, de incompetencia. Sin más, por decencia, deberían abandonar los tres expertos ¡juristas! que avalaron el pacto Otegui-Sánchez. En épocas taurinas se denominaba “vergüenza torera” y no necesitaban que los sacaran a la fuerza de la plaza, salían solos. Como no va a suceder así, tendremos otra razón para confirmar que el patio está hecho un asco. Que una periodista, Itziar Reyero, descubriera la truca, la honra a ella y hasta al gremio, muy falto de incentivos últimamente. Tendremos ocasión de comprobarlo ante la emergencia del “caso Ábalos” que amenaza arrasar con los titulares adictos. Las hemerotecas cerrarán por decreto.
Tarradellas decía que en política se puede hacer de todo menos el ridículo. El relato aún se mantiene, aunque tartamudee, y la vergüenza ajena les importa un carajo. La mayoría que sostiene al Amo seguirá cosechando sin haber arado y a eso se llama vivir en el mejor de los mundos posibles, el sueño del agricultor autocomplaciente. Recibir frutos de un Gobierno exangüe. Lo que dure. Nosotros podremos llorar o descojonarnos de risa, pero hay muchos más de los que creemos que viven de esta situación anómala y letal. Siempre habrá otra Transición que les evoque lo astutos que han sido. Comprensivos y a esperar. ¡Vaya consuelo!