El pasado 21 de noviembre presenciamos en el Congreso de los Diputados hechos lamentables. Durante la sesión de control al gobierno Gabriel Rufián volvió a hacer de las suyas. Con el aire chulesco al que nos tiene acostumbrados, calificó a Borrell como "el ministro más indigno de la historia de la democracia española", un "hooligan", "una vergüenza para su grupo parlamentario’, entre otras lindezas. Antes había añadido ‘el matiz’ (sic) de que llamaría ‘fascistas’ a los miembros de Ciudadanos cuando estos llamaran golpistas a los de ERC, para referirse luego a Sociedad Civil Catalana como una organización de extrema derecha. La respuesta de Borrell no se hizo esperar: ‘Una vez más, señor Rufián, ha vertido usted sobre el hemiciclo esa mezcla de serrín y estiércol, que es lo único que usted es capaz de producir’. Ante los aspavientos del diputado de Esquerra durante el tiempo de intervención del ministro, la presidenta de la Cámara lo llamó reiteradamente al orden antes de expulsarlo. No faltó el incidente final para rematar la escena. Los parlamentarios republicanos abandonaron el hemiciclo en solidaridad con Rufián y Borrell acusó a uno de ellos de haberle escupido al pasar.
Sería quedarse corto decir que la escena fue poco edificante. De ‘espectáculo bochornoso’ lo tachó la portavoz del Gobierno y expresiones similares abundaron en la prensa. ‘Hoy en el Congreso de los Diputados se han dicho y hecho cosas terribles’, escribió ese mismo día el presidente del Gobierno. Lo hacía en un comunicado que colgó en Facebook y se difundió por las redes sociales. Empezaba mostrando su solidaridad con el ministro por haber tenido que ‘soportar palabras y gestos inaceptables’, pero después llamaba a hacer una reflexión general sobre lo sucedido. Puestos a reflexionar, vale la pena prestar atención a esa llamada a la reflexión del presidente.
La declaración tiene interés por dos razones. Primero porque lo que empieza como una supuesta denuncia termina por cobrar un sentido completamente distinto. Más importante aún: el texto ofrece una buena ocasión para considerar la noción de responsabilidad, que está siempre en boca de los políticos y se emplea con profusión tanto en los asuntos públicos como en la vida cotidiana. Aunque el término ‘responsable’ sólo aparece dos veces en el texto, las dos como sustantivo, bien podría decirse que la reflexión de Pedro Sánchez quiere ser una llamada a la responsabilidad de todos.
La reflexión de Sánchez es puramente inane si no se insertara, como es de temer, en una estrategia política bien calculada
Como saben los filósofos, la idea de responsabilidad es particularmente enrevesada. La razón es la ambigüedad, pues términos como ‘responsabilidad’ o ‘responsable’ admiten sentidos distintos, pero también a causa de lo difícil que resulta desenmarañar esos usos diversos.
Empecemos por el primer uso de ‘responsable’ en el comunicado de Sánchez, pues aparece justo cuando da un giro inesperado a su reflexión. Como hemos visto, antes había calificado los hechos de terribles e inaceptables. Por eso su llamada a la reflexión se dirige en primer lugar a los diputados que insultan en lugar de dialogar, pues con sus actos faltan al decoro parlamentario y a la dignidad de la institución. Uno pensaría que se refiere a Rufián y a los diputados de Esquerra. Pero no está claro, puesto que señala que él mismo ha sufrido graves insultos en anteriores ocasiones. Lo sorprendente viene a continuación cuando sostiene, como segunda parte de su reflexión, que todos los asistentes a la sesión, tanto los diputados como los miembros del Gobierno, deben pedir disculpas. Y remata el giro así: ‘El espectáculo presenciado hoy y otros días, sean quienes sean los protagonistas y los responsables, nos afecta a todos y todas’.
El párrafo suscita perplejidad. Que el espectáculo nos afecte a todos (¡y a todas!) no es obviamente una razón para que todos pidan disculpas. De modo que nos quedamos sin saber por qué todos los asistentes al pleno deberían pedir disculpas. Lo razonable es pensar que quienes tienen que pedir disculpas por el espectáculo son aquellos que lo han dado. Pero no es eso lo que opina el presidente, para quien lo sucedido es malo para todos, con independencia de quienes sean los responsables, y todos han de pedir disculpas.
Hay una evidente incongruencia. En este contexto, por responsable de un suceso se entiende quien lo ha causado o ha contribuido con sus acciones a producirlo (R1). Lo que nos da una condición necesaria para la atribución de responsabilidad a un agente por un evento: si no cabe establecer un nexo causal entre sus actos y el evento producido, no ha lugar a considerarlo responsable. Por eso los niños (y los mayores) dicen ‘yo no he sido’ o ‘no he tenido nada que ver’ para defenderse de una acusación. Sin ser causante no se puede ser responsable.
Lo de que los diputados se comporten con el debido decoro es algo incompatible con el histrionismo que viene practicando Rufián para compensar sus limitaciones
Tenemos un segundo sentido de responsabilidad ligado a las disculpas (R2). Tanto en lenguas románicas como germánicas, la etimología de responsabilidad viene de responder de algo o ante alguien. ‘El que la hace la paga’, se dice. Si la persona hizo algo ilícito o causó algún daño, está sujeta a reproche o sanción; está obligada a reparar de algún modo lo que hizo o sufrir castigo por ello. Disculparse está conectado con esto, pues implica reconocer que uno ha cometido una falta o causado un perjuicio. Si uno ha dado un espectáculo bochornoso con sus insultos y mala conducta, como en la sesión parlamentaria, debería disculparse por ello; carece de sentido que uno se disculpe o pague por aquello que no ha hecho.
Eso es precisamente lo que Sánchez propone por dos veces sin dar razón alguna. Y además pretende dar ejemplo: ‘Reitero: creo que todos debemos pedir disculpas a la sociedad. Yo, como presidente del Gobierno y por tanto máximo responsable político de nuestro país, lo hago. Pido disculpas a la sociedad’. De hacerle caso, tendrían que disculparse tanto Borrell como Rufián, y hasta la misma Ana Pastor. El absurdo es manifiesto.
Por cierto, la expresión ‘máximo responsable’ en la frase citada indica un nuevo sentido de nuestro término (R3), pues aquí hablamos de responsabilidad cuando alguien ocupa un cargo relevante o puesto directivo en una organización, que comporta funciones y obligaciones específicas. Ser responsable en este sentido es estar a cargo de algo, cumpliendo con las tareas y obligaciones que conlleva dicha posición. Como tales responsabilidades se pueden desempeñar bien o mal, tenemos un cuarto sentido de responsabilidad entendida ahora como virtud (R4): es responsable quien se toma en serio sus tareas y cumple diligentemente con sus obligaciones. A estos dos sentidos parece aludir el presidente cuando recuerda a los diputados la honrosa función que tienen de representar a los ciudadanos y les pide que estén a la altura del cargo.
Por descontado, una institución como el Congreso requiere que los diputados se comporten con el debido decoro; algo incompatible con el histrionismo que viene practicando Rufián, seguramente para compensar sus limitaciones. Falta así a su responsabilidad (R3), podríamos decir, o se conduce irresponsablemente (R4). Sin embargo, las consecuencias de sus actos son trasladadas, en un gesto de prestidigitación, al conjunto de los diputados. De ahí que el llamamiento a la responsabilidad de Sánchez se malogre irremisiblemente, si no es contraproducente. Su declaración no hace otra cosa que diluir la responsabilidad de algunos en las disculpas de todos. Una reflexión puramente inane si no se insertara, como es de temer, en una estrategia política bien calculada.