En estas circunstancias tan adversas, la noticia de que el Rey emérito ha sido acusado de presuntas actividades delictivas a cuenta de una concesión en Arabia Saudita, y en las que medió una amiga intima de don Juan Carlos, me ha producido una profunda pena, además de una gran inquietud.
Soy amigo de don Juan Carlos, y aunque se demostrara su negativo comportamiento personal, seguiría reconociéndole su decisiva y magnífica tarea como Jefe del Estado de nuestra democracia constitucional. Hace ya años, en una larguísima entrevista en TVE, me manifesté monárquico de la Constitución, y lo hice respondiendo a la pregunta del entrevistador sobre si yo era juancarlista, como se definían muchos antiguos republicanos. Dije que no era juancarlista, aunque admiraba al Rey Juan Carlos.
Siempre he pretendido ser coherente en mis actos con mi pensamiento, y por eso llegué a la conclusión que yo era realmente un monárquico de esta Constitución, y no tuve que hacer un gran esfuerzo intelectual, pues el republicanismo en mí procedía de una prolongada tradición familiar y personal.
Tengo el convencimiento de que esas actividades para acumular dinero obsesivamente, ese supuesto ideal de hacerse rico como demostración de un triunfo vital, es una moral errónea que el capitalismo de esta época ha contaminado el discurso y los comportamientos de muchos dirigentes sociales, y creo que el rey emérito ha sucumbido a sus falsos encantos, en su vejez, tal vez engañado por la turbia Corinna Larsen, una peligrosa cortesana que ahora ha acudido a los tribunales ingleses, involucrando al rey emérito en su desesperada defensa.
Hago votos para que esta fatídica epidemia termine alumbrando una moral distinta, regresando a una moral kantiana, no muy distinta del cristianismo ascético, que ponga como referente social el cumplimiento de la ley y la búsqueda de la equidad, como objetivo de la actividad económica.
Eso quiere significar que el Estado -el único refugio de los desprotegidos- tiene que imponerse al poder del dinero. Bien es verdad que el Estado nacional ya no puede imponerse solo, y por eso demandamos que la UE recupere los ideales originarios del europeísmo, ideales de paz, democracia representativa, cosmopolitismo y solidaridad.
El Rey de la Monarquía parlamentaria no obtiene su legitimidad del nacimiento, como los monarcas antiguos, sino del ejercicio cotidiano de su autoridad
Y en ese objetivo, Felipe VI, nuestro Jefe del Estado democrático, es esencial para conseguirlo. El Rey de la Monarquía parlamentaria, porque su función es políticamente neutral, representa de hecho a todos los ciudadanos, y su autoridad está más allá de la competencia entre partidos (lógica, hasta en sus excesos, en la democracia representativa), en estas circunstancias de descrédito del Estado y de la política, el Rey de la Constitución puede asegurarnos esos ideales, mucho mejor que otras jefaturas de tipo electivo. No hace falta que comente, por su siniestra intención, la propuesta del vicepresidente Iglesias de erigir una república plurinacional de los pueblos de España.
El Rey de la Monarquía parlamentaria no obtiene su legitimidad del nacimiento, como los monarcas antiguos, sino del ejercicio cotidiano de su autoridad. Por lo tanto, la integridad y la decencia del Jefe del Estado monárquico es absolutamente imprescindible. En ese sentido, las decisiones de Felipe VI, desvinculándose del dinero de su padre, y cortando su relación económica con la Casa Real, supone una prueba más de que el Rey está cumpliendo radicalmente su promesa de hacer de la Monarquía un ejemplo de probidad y de honradez, promesa que realizó en su discurso ante las Cortes Generales, el día de su proclamación.
Las leyes y los sentiemientos
¿Avizoró Felipe VI que algo así le podía explotar? Lo que está meridianamente claro es que en el dilema entre los sentimientos filiales y el cumplimiento de las leyes, nuestro Rey optó por el cumplimiento de las leyes, aunque ha tenido que ser un doloroso desgarro en sus sentimientos como hijo.
Al optar Felipe VI por las leyes, en vez de las atávicas fuerzas de la sangre y del linaje, nos expresa el profundo sentido de la Monarquía parlamentaria, “la forma política del Estado”. Felipe VI personifica la culminación de un proceso en el que el Rey dejó de ser una institución tradicional, para transformarse en una institución racional.
Necesitamos al Rey Felipe VI, y el Rey necesita el apoyo de los ciudadanos, y del Gobierno. El Gobierno está dándose cuenta de que el Jefe del Estado debe estar presente allí donde se ventila el combate contra la pandemia. Afortunadamente, Felipe VI apareció en un hospital de emergencia en Madrid. Pero el Rey podría acompañar a los militares que luchan contra la infección, a los trabajadores que voluntariamente están montando infraestructuras hospitalarias, sin olvidar que Felipe VI puede mover la voluntad de gobiernos y gobernantes en todo el mundo.