Dice siempre un buen amigo que los españoles se mueven con arrancadas de caballo andaluz y paradas de burro manchego. Conversábamos hace unas horas y le preguntaba por la forma en la que actualmente camina el bicho y respondía sin vacilaciones: avanza como un pollino. La causa es el miedo; el temor paralizante que provoca una patógeno que ha hecho al país asomarse a los abismo de la muerte y la pobreza. La decadencia suele resultar difícil de percibir, pues es un enemigo que suele camuflarse con maestría entre la rutina. La situación es diferente con esta nueva infección, pues surgió hace apenas unos meses, llegó aquí en febrero y se ha extendido a temible velocidad. Mata, además, de forma cruel, por ahogamiento y en soledad. Y aniquila a los débiles de forma despiadada.
El miedo explica, en parte, la sorprendente obediencia que han demostrado los ciudadanos -aunque ha habido el triple de multas que en Italia- ante las órdenes gubernamentales, que les obligarán durante semanas a renunciar a su derecho más valioso, como es la libertad, y a apartarse de los suyos y de 'lo suyo'. Dado que la amenaza vírica es nueva, existen fundadas dudas sobre la efectividad a la larga de este método, aunque parece la solución más lógica para tratar de frenar esta oleada de contagios y minimizar las víctimas, más allá de la evidencia de que el Gobierno actuó tarde y de los motivos que le impulsaron a ello, bien camuflados por sus voceros mediáticos. En cualquier caso, bien parece que la medida está justificada y, aunque el mundo navega a ciegas, en mitad de una tormenta, no creo que haya que porfiar del plan. Tampoco es la actitud predominante, ni mucho menos, pues en medio de este miedo paralizante los españoles han optado por la mansedumbre de borrico y parece lo más adecuado, por el momento. Otra cosa será si la situación se alarga y comienza a causar más pavor la falta de dinero que de salud.
Los españoles han optado por la obediencia y parece lo más adecuado, por el momento. Otra cosa será si la situación se alarga y comienza a causar más pavor la falta de dinero que de salud.
Ese confinamiento ha servido a unos cuantos para dar rienda suelta a ese carácter cainita que es tan típico de estos lares; y es el que se pirra por acusar a sus vecinos. La figura del chivato, el soplón, el acusica, el membrillo...ha encontrado en el estado de alarma una buena excusa para señalar desde la ventana, sin atender a las circunstancias del acusado; cosa que hace concluir que, por muchos años que pasen, en lo esencial, siempre seremos los mismos. Los que observan al vecino por la mirilla y apuntan sus movimientos con una libreta. En el país del mundo con más ascensores (casi 20 por cada 1.000 habitantes), se vive muchas veces en enjambres donde las sensibilidades están a flor de piel; y, desde luego, el confinamiento no ayuda.
El error de repartir culpas
Tampoco lo hacen esos mensajes que los periodistas más cortesanos han lanzado durante los últimos días para intentar confundir al personal. El otro día, uno de ellos, lamentaba la escasa diligencia con la que habían actuado los italianos en las últimas semanas, lo que había contribuido a extender la enfermedad y alargará los tiempos de recuperación. Como en otras tantas cosas, lo hacía sin tener ni idea de lo que hablaba, pero bien consciente de lo que decía. Porque hay alguna fuente gubernamental que se ha empeñado estos días en transmitir que el estado de alarma se ha endurecido como consecuencia de la 'relajación' de los españoles, cosa que es falaz y que esconde una enorme maldad, pues, salvo excepciones, no es así. Afortunadamente, Pedro Sánchez no cayó el sábado en ese error y justificó esta medida en que, dada la cercanía de la Semana Santa, merecía la pena paralizar la actividad desde unos días antes para tratar de combatir la pandemia con la inmensa mayoría de los españoles en sus casas.
Conviene llamar la atención, en cualquier caso, sobre los intentos de echar balones fuera que han surgido desde las filas socialistas durante los últimos tiempos, pues demuestran que sus pensamientos no solo están centrados en aminorar el efecto de la crisis sanitaria, sino también en camuflar sus evidentes errores y culpar al apuntador de todo lo que sea posible. Uno de los últimos, repetido por los papagayos de tertulia, es el que trata de desviar la atención a Centroeuropa, en otra actitud que recuerda a la de 2008. Entonces, se señalaba a Alemania para evitar observar el incendio que había generado la infame gestión de los partidos sobre las cajas de ahorro, entre otras decenas de corruptelas.
Conviene llamar la atención sobre los intentos de echar balones fuera de socialistas, pues demuestran que sus pensamientos no solo están centrados en aminorar el efecto de la crisis sanitaria, sino también en camuflar sus evidentes errores y culpar al apuntador de todo lo que sea posible.
Ahora, se insulta -sí, se insulta- a Países Bajos y, una vez más, al país presidido por Angela Merkel. Incluso los personajillos de programa de actualidad apelan a ir al Algarve, en detrimento de Ámsterdam o Berlín, como si los ciudadanos de un país fueran cómplices de las malas decisiones de sus gobernantes. Desconozco cuál de las dos partes tiene razón, pero, desde luego, el seguidismo del argumentario de Ferraz de tantos y tantos rostros influyentes los retrata y vuelve a dejar claro que algo se ha hecho en este país muy mal como para haber dado tanta voz y tanto tiempo ante las cámaras a auténticos hooligans de partido. A un lado y al otro del hemiciclo, claro.
Son tiempos complejos. No es una situación de conflicto bélico, pero es lo más parecido que han vivido algunas generaciones de españoles. De hecho, se ha optado por el vocabulario de guerra para hablar de las acciones contra el coronavirus. También se han aplicado los típicos eufemismos que tan comunes son en esa circunstancia, de ahí que se haya empezado a hablar de 'picos' y 'olas', cuando la cosa va de muertos e infectados.
Incluso Sanidad mostraba el otro día imágenes de aviones que aterrizaban en aeropuertos cargados de material sanitario, lo que recordaba a la más chabacana propaganda gubernamental que ridiculizó Clint Eastwood en Banderas de nuestros padres. En realidad, aquí no hay enemigo, por mucho que los publicistas de Moncloa y los medios afines traten de transformar en epopeya la estrategia para aminorar una emergencia sanitaria. Ni lo es el virus, ni mucho menos el vecino. Aquí se discute y se ha de vigilar a quienes gestionan la crisis; y, en todo caso, porfiar de cualquier maniobra propagandística que les sirva para escurrir el bulto.
Merece la pena estar atentos, pues, quien habla de 'lucha', tarde o temprano acaba apelando a la batalla contra el enemigo interno. O externo. Todo, para evitar que la atención se centre en su gestión.