Una ley es un texto y todo texto tiene su contexto. Mis reparos a la legislación vigente en materia de violencia de género se deben, fundamentalmente, a su contexto: el feminismo de género. El feminismo de género, en el que la legislación sobre violencia de género y su aplicación se inspiran, resulta extremadamente lesivo para el Estado de Derecho, para la democracia constitucional y para la posibilidad misma de una convivencia deseable con todos nuestros semejantes con independencia de su sexo.
Rechazar el feminismo de género no implica indiferencia hacia las mujeres maltratadas. Nadie (sensato) rechaza las medidas orientadas a proteger a las mujeres de la violencia machista o familiar. Asimilar la crítica al feminismo de género o a algunos aspectos de la legislación vigente con actitudes machistas y violentas es un argumento burdo y carente de toda respetabilidad intelectual.
El feminismo de género tiene cierta relación con el feminismo liberal, que es el feminismo de quien se declara partidario de la igualdad de derechos de hombres y mujeres. Pero va más allá: cree que la igualdad formal de derechos no vale para nada sin igualdad real y considera que vivimos en sociedades patriarcales, en las que el hombre domina estructuralmente a la mujer y la priva del disfrute de sus derechos. Por eso el feminismo de género considera que la cuestión no es proclamar la igualdad, sino acabar con la discriminación social a la mujer.
El feminismo de género promueve un modelo de derecho que castiga a los individuos por lo que son o porque conviene y no porque lo que hayan hecho sea contrario a la ley
No voy a negar que en algunas sociedades exista esa situación de dominio. Sin embargo, no creo que la discriminación por razón de sexo sea el rasgo definitorio de la nuestra. Por otro lado, una cosa es promocionar a la mujer en, por ejemplo, ámbitos profesionales o educativos y otra distinta y mucho más delicada es condenar más a los hombres que a las mujeres por los mismos hechos. Los partidarios del feminismo de género no lo consideran así y parece que sus tesis están calando hondo.
El Tribunal Supremo, en una reciente y polémica sentencia (4353/2018), ha adoptado resueltamente la perspectiva de género y ha dictaminado que cualquier agresión de un hombre a una mujer que ha sido o es su pareja, con independencia de que el agresor haya actuado por motivos de género, es violencia de género y, por tanto, merece un reproche penal mayor que una agresión similar de ella a él. Esta sentencia ignora la presunción de inocencia o el principio de culpabilidad y eso es gravísimo. Así lo destaca el voto particular a la sentencia, que señala que no es de recibo castigar a un hombre singular porque lo consideramos responsable de que exista una “pauta cultural” de dominación del hombre a la mujer, cuando él en sus actos no reprodujo ese dominio. Lo que ha hecho el Supremo, añado yo, es como castigar a alguien que tiene un accidente cuando conducía prudentemente, por la inseguridad vial que se da como consecuencia de que otros conducen de modo temerario.
Regresión de la civilidad
Estas imputaciones de la culpa a quienes no son subjetivamente responsables de algún mal objetivo son incompatibles con los fundamentos más esenciales del Estado de Derecho y, por eso, hace tiempo que vengo manifestando que el feminismo de género es una de las amenazas fundamentales para el Estado de Derecho. El feminismo de género nos exige renunciar a la presunción de inocencia y al principio de culpabilidad y promueve un modelo de derecho en el que se castiga a los individuos por lo que son o porque conviene y no porque lo que han hecho es contrario a alguna ley establecida de antemano. El feminismo de género no quiere jueces que se limiten a valorar si nuestros comportamientos son ajustados a las leyes, sino agentes comprometidos que se impliquen con entusiasmo en la creación de una sociedad verdaderamente igualitaria. Olvida que la función del juez es aplicar las normas y que es haciendo esto como los jueces contribuyen a la existencia de una sociedad mejor, porque está históricamente acreditado que las sociedades en las que eso sucede son más justas que las sociedades en las que no. El modelo de juez del feminismo de género no es algo progresista, sino todo lo contrario: una genuina regresión de la civilidad.
La reciente sentencia Supremo asume resueltamente la ‘perspectiva de género’ e ignora la presunción de inocencia o el principio de culpabilidad, y eso es gravísimo
Hay una razón más por la que rechazo el feminismo de género: también lo considero incompatible con la democracia constitucional y con las sociedades liberales, otros de nuestros grandes logros civilizatorios. Quienes defendemos la democracia constitucional y la sociedad liberal lo hacemos porque creemos que es preferible convivir y cooperar a enfrentarse. Pero la convivencia en común en libertad es imposible si los individuos nos percibimos como enemigos irreconciliables o presuponemos que somos y seremos lobos unos para otros. En una sociedad así no tiene sentido querer vivir en libertad, ni reclamar participar en condiciones de igualdad en la toma de decisiones colectivas vinculantes para todos. En una sociedad así, solo cabe reclamar un gobierno omnipotente que nos domestique. Por eso el feminismo de género es incompatible con la sociedad liberal: porque nos dice que todos los hombres somos lobos amenazantes a los que domesticar y exige todo el poder para poner fin a la supuesta guerra de todos contra todas, comprometiéndose, en vano, a devolverlo una vez completada la tarea.