Opinión

El final del principio

El miércoles 10 de marzo, día en que supimos que el Gobierno Sánchez se había embarcado en una operación de demolición de la alianza entre PP y Ciudadanos en varias

  • Pedro Sánchez e Inés Arrimadas en el Congreso

El miércoles 10 de marzo, día en que supimos que el Gobierno Sánchez se había embarcado en una operación de demolición de la alianza entre PP y Ciudadanos en varias comunidades autónomas (léase en reducir a cenizas el poder territorial de los populares), 192 españoles perdieron la vida víctimas de la covid-19. A la altura del viernes 12, 2.649 compatriotas habían perecido en lo que va de marzo a causa de un virus que, además de producir dolor, ha puesto en evidencia la incapacidad de este Gobierno para gestionar semejante envite sanitario. Al cumplirse un año del primer encierro obligatorio, Sanidad reporta un total de 72.258 fallecidos, cifra que se eleva a 103.512 si se comparan los datos de población de un año a otro. Con panorama tan devastador detrás, resulta que apenas se ha vacunado un millón largo de personas, y ello porque a este Gobierno, a quien semejantes cifras deberían abochornar, lo que de verdad le importa es asentar el poder personal del sátrapa que lo preside, poder omnímodo cuya aspiración gira en torno a la eliminación, a derecha e izquierda, de todo aquello que entrañe un peligro para Su Persona. A Pedro Sánchez solo le importa acabar con la oposición. Lo demás puede esperar.     

No hablamos ya de la situación económica, del paro galopante que nos golpea, de una deuda pública susceptible de condenar a la pobreza a varias generaciones… No hablamos de esa Cataluña donde el golpismo, muy debilitado por los resultados electorales del 14 de febrero, sigue desafiando al Estado (discurso alucinado el viernes de Laura Borrás) entre el silencio atronador de Sánchez, ni del acercamiento de los presos de ETA al País Vasco para pagar los servicios del PNV… No hablamos de la persecución al español en buena parte de España, ni del asalto al poder judicial para domeñar una Justicia que tal vez tenga un día que sentarlo en el banquillo… Y deberíamos empezar a hablar de la corrupción que a este Gobierno le asoma ya por las orejas, como muestra el escandaloso rescate de una aerolínea casi desconocida, propiedad de unos venezolanos devotos de Maduro y amigos de Delcy Rodríguez, la 'cuate' del ministro Ábalos, asunto destapado por este periódico que apunta a lo que sospechamos: a corrupción, pero corrupción a lo grande, corrupción al por mayor, detrás de la cual está en este caso –como en todos los que tienen que ver con problemas empresariales entre sociedades de la UE y Venezuela- ese pájaro de mal agüero con pinta de sacristán apolillado que es Rodríguez Zapatero.  

Este es el contraste brutal que lo ocurrido en Murcia ha puesto en evidencia; esta es la filosofía que el golpe de mano de Sánchez ha desnudado. La disposición del sátrapa de Moncloa a gobernar en solitario durante muchos años reduciendo a escombros a todo lo que esté a derecha (el PP desde luego, pero también Ciudadanos, tarea a la que se ha prestado gustosa Inés Arrimadas) e izquierda (porque Podemos ya no es sino la gestoría particular de los marqueses de Galapagar). A Sánchez no le importa el paro, ni la ruina económica, ni los muertos de la pandemia. No hay vacunas para acabar cuanto antes con la letanía de muertos, pero hay operaciones subterráneas para reducir a escombros a la oposición. Contra esta deriva inane, contra este camino de perdición colectivo, es contra lo que se ha rebelado Isabel Díaz Ayuso al negarse a someterse al rodillo del sátrapa, al rechazar la apisonadora de derechos que Sánchez mostró días atrás a toda España en el País Vasco.

A Sánchez no le importa el paro, ni la ruina económica, ni los muertos de la pandemia. No hay vacunas para acabar cuanto antes con la letanía de muertos, pero hay operaciones subterráneas para reducir a escombros a la oposición

Se ha pasado de listo. Ha cometido un grosero error de cálculo. Tan en la nube le tiene esa armada mediática que le baila el agua, empezando por la práctica totalidad de las televisiones, que no ha percibido el riesgo de pegarse una costalada murciana. Se ha pasado de frenada. Ni él ni su gente imaginaron que la señora Ayuso reaccionaría como lo ha hecho, con el visto bueno de Pablo Casado. El error de cálculo se convirtió el viernes en ridículo histórico cuando se supo que el PP había llegado a un acuerdo con tres de los diputados de Cs en Murcia para derrotar la moción de censura pactada entre Sánchez y Arrimadas y ejecutada por la mano derecha de Inés y los pesos pesados del Gobierno, empezando por Ábalos, el amigo de Delcy, y siguiendo por Félix Bolaños, secretario general de Presidencia y persona de máxima confianza de Sánchez. Es decir, por el propio Sánchez.

No seré yo quien se encargue de demoler la efigie de Arrimadas. En mi retina emocional está presente la imagen de aquella mujer que con ejemplar denuedo se batió el cobre en la tribuna del Parlament el 6 y el 7 de octubre de 2017, cuando el nacionalismo decidió asaltar por las bravas la legalidad del Estado de Derecho. Su posterior orfandad -la desaparición de la tutela que sobre ella ejercían Albert Rivera, Girauta y otros- le ha llevado por un camino de perdición que ha terminado en el cul-de-sac donde vivaquean cazadores sin escrúpulos del porte de Sánchez. De la Arrimadas catalana ya no queda nada. Tampoco del Cs al que votaron millones de españoles ansiosos de terminar con la corrupción del binomio PP-PSOE. Es hasta cierto punto normal que, en estas circunstancias, diputados del partido fundado por Rivera se nieguen a acompañar a Inés en este viaje de servidumbre al pozo de la inanidad ideológica y moral que representa Sánchez.  

De la Arrimadas catalana ya no queda nada. Tampoco del Cs al que votaron millones de españoles ansiosos de terminar con la corrupción del binomio PP-PSOE

Con el contraataque del PP haciendo fracasar la moción de censura murciana, Sánchez, Redondo & Cía añaden el ridículo a la ignominia. Un error que podría ser histórico andando el tiempo. El galán de Moncloa pierde la iniciativa por primera vez desde mayo de 2018. Qué error, qué inmenso error. Con su altanera soberbia destroza de un manotazo el pacífico horizonte de legislatura que tenía por delante, concediendo a la oposición de centro derecha un hito electoral entre las catalanas de febrero pasado y las próximas andaluzas (diciembre de 2022). Y regala al moribundo de Génova un balón de oxígeno en un momento crítico. De modo que el 10 de marzo de 2021 podría convertirse andando el tiempo en un punto de inflexión en la trayectoria de este aventurero de la política que se ha adueñado del PSOE y de la presidencia del Gobierno. De nuevo se van a repartir cartas sobre el tapete político español.

Elecciones en Madrid

¿Qué pasará el 4 de mayo? Complicado hacer pronósticos. El enemigo es formidable, porque tal es la capacidad de la acorazada mediática que acompaña a Sánchez. El País daba el viernes un ejemplo de lo que les espera a sus lectores. “El movimiento de Ayuso empuja al PP a perder el centro o a perder Madrid”. Un editorial convertido en noticia de apertura. Y decir El País, es decir la SER, La Sexta, Atresmedia, Mediaset, RTVE… Ello por no hablar de palomeras, escolares y otras aves de paso de menor trapío. Tienen mucha potencia de fuego, cierto, pero tienen también mucho miedo. Han demostrado que le tienen pánico a esta convocatoria electoral. “El PP quiere gobernar España en coalición con las ultrarreaccionarias huestes de Abascal” (Cadena SER). Y que en modo alguno quieren urnas. El susto del establishment que protege al sanchismo está justificado. “Sánchez fue a los tribunales para convocar elecciones en Cataluña porque confiaba en el efecto Illa y va a los tribunales para impedir que se celebren elecciones en Madrid porque tiene certeza del efecto Ayuso” (Rosa Díez). No quieren que los madrileños voten.

Pero en Madrid anida lo mejor de esta España extraviada a la que este tipo sin escrúpulos ha decidido conducir a la ruina en su personal provecho. El cabreo acumulado en amplias capas de la población, clases medias incluidas, es de tal calibre que cualquier cosa podría ocurrir. La gente quiere votar, porque ya conoce vida y milagros del trapacero de Moncloa y cree que es llegada la hora de pasar a cobro algunas letras pendientes. Ya nadie puede llamarse a engaño con Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Ningún demócrata puede sentirse tranquilo ante el riesgo que para las libertades suponen Su Persona y “la banda” que lo sostiene en el poder. Es una ocasión de oro para que, entre otras cosas, los madrileños escapen de la “armonización fiscal” que quieren imponer sobre su Comunidad quienes solo aspiran a meter la mano en el bolsillo del prójimo. Los Dioses les han concedido la insospechada oportunidad de darle con el voto en el morro. La importancia del envite a nadie escapa: si el sujeto gana esta batalla, habrá que renunciar a toda esperanza y, quien pueda, emigrar. Si gana Ayuso, se abrirá una cierta rendija a la esperanza. Parodiando a Sir Winston Churchill tras la batalla de El Alamein, esto no sería el final, ni siquiera el principio del final, pero sí sería el final del principio.

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