El agosto del presidente del Gobierno va a ser digno de estudio e incluso de elogio. Su desaparición del espacio público parece medida al milímetro hasta que, de repente, se nos muestra con corbata y cara seria, mirando a una pantalla que solo ve Su Persona. Atiende por videoconferencia, desde el Palacio de las Marismillas, al ministro Illa y al señor Simón, guardián del caos. Con las comunidades autónomas desbordadas por la covid y con la incertidumbre de la vuelta al colegio coordinada por una ministra de Educación que hace pellas, Sánchez ha cogido el hidrogel y se ha quedado quieto, a la espera, como si nada. El agosto de Sánchez consiste en dejar que sean otros los que se quemen en el descontrol.
España encabeza todas las clasificaciones de mala gestión contra la pandemia pero el presidente resiste con su silencio táctico y medido. La deuda pública exprimida, sin presupuestos creíbles a los ojos de la Unión Europea y con las empresas haciendo números para el ajuste o el cierre. Sánchez se ha recluido mientras los sindicatos de la educación preparan un otoño caliente al PP. Y no solo a Ayuso en Madrid. Cuando el PP está en el poder no hay sector moderado que valga. Las etiquetas que les ponen a los populares siempre vienen de fuera. La cuestión es por qué algunos las aceptan con tanta docilidad confundiendo la moderación con no hacer nada.
Mientras Sánchez hace su agosto, recibe regalos. El verano empezó como la seda gracias a Vox y su moción de censura en diferido. El populismo vive del ruido y a Sánchez le viene de perlas. La coartada para su largo mandato es la existencia de lo que llama ultraderecha, mirando de reojo al PP. Su Persona se ha apropiado el papel de cancerbero de la democracia. Abascal y su tosco discurso son la garantía de la permanencia de Sánchez en la Moncloa. Pero como casi nada es casualidad y en realidad lo que desgasta es estar en la oposición, el PP ha organizado en agosto -hace años que no pasa nada en este mes- una crisis interna en una España que toca fondo.
La portavoz tiene ideas propias y a la vez dificultades para compartirlas. El PP no es el de antes porque todavía queda algo de Ciudadanos y mucho de Vox. Entre medias, hay que decir y hacer algo
El triunfo de Núñez Feijóo -manda sin estar- ha cambiado el rumbo de Casado, por lo menos en las apariencias. La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo estaba pendiente del prendido de una cerilla desde hace semanas. Ella lo sabía y por supuesto no podía consentir que otros encendieran la traca final. Nuevo regalo para su señoría Sánchez en su remanso de paz. Su Persona sonríe agradecido por el obsequio: un tradicional ajuste de cuentas en la derecha. Y, además, en una derecha fragmentada que no sabe si quiere ganar desde del centro o con el centro.
A la portavoz le han cerrado el micrófono por decir lo que le parecía oportuno en cada momento. Tanto Casado como Álvarez de Toledo sabían desde el principio cómo iban a terminar. La portavoz tiene ideas propias y a la vez dificultades para compartirlas. El PP no es el de antes porque todavía queda algo de Ciudadanos y mucho de Vox. Entre medias hay que decir y hacer, no dejar pasar el tiempo. A Almeida le han puesto en primera línea donde se puede abrasar más de la cuenta. El alcalde de Madrid es ahora mismo una alternativa de futuro en un partido que no sabe si se juega meter goles o a achicar balones.
La moderación es el tono. Nada más, tampoco menos. La exportavoz no escatima las palabras, pero sin levantar la voz. Ni con Podemos ni con Vox. Sin temor a confrontar con la izquierda reaccionaria o la derecha nacionalista y populista. Algunos de los bautizados desde fuera como moderados del PP han alcanzado el poder autonómico negociando y cediendo ante Vox. Que se sepa, Cayetana Álvarez de Toledo, al igual que Núñez Feijóo, cree que con Vox ni agua, no se pacta.
Ni siquiera el discurso de la exportavoz es cercano al actual Ciudadanos. Su intransferible manera de recordar al PP que no solo se trata de hacer una buena gestión económica le ha condenado en un aparato que trata de hacerse mayor ya sin tiempo. A estas alturas de crisis hospitalaria y económica no se pueden hacer pronósticos. Pero el cuanto peor mejor no va a funcionar como le ocurrió a Rajoy con Zapatero en 2011. Sánchez reaparecerá como nuevo. Bronceado y disfrutando de los regalos recibidos y de los que están por venir. Rescate europeo incluido.