Se han empeñado los contertulios de La Sexta y los editorialistas de El País en que el Partido Popular debe moderar su posición por el bien de España. Es la gran conclusión que han extraído tras el cese de Cayetana Álvarez de Toledo, una portavoz ruda y con tendencia a la acidez, pero que defendía un Gobierno de concentración para recorrer con las máximas garantías posibles el incierto camino que se ha abierto con la llegada del coronavirus. Es decir, apostaba por un Ejecutivo entre el PP y el PSOE, sin el influjo de los nacionalistas ni la presencia de Podemos.
No parece la mejor idea aglutinar en el Consejo de Ministros a las dos grandes fuerzas constitucionalistas, pues las crisis desgastan y la posible debacle de estos partidos podría beneficiar a las fuerzas radicales, que en momentos de vacas flacas resultan especialmente persuasivas para quienes pierden lo poco que conservaban.
Ahora bien, situar en un extremo político a quien realiza esa propuesta es profundamente equivocado. Álvarez de Toledo podía ser incómoda y deslenguada dentro y fuera de Génova, pero al menos tenía claro algo que ni la derecha ni la izquierda han asumido todavía: que los grandes acuerdos de Estado no pueden ser asimétricos para obtener el apoyo de los nacionalistas, que ni creen ni jamás defenderán la igualdad de los ciudadanos.
La hipocresía de Sánchez
Dijo Pedro Sánchez hace unos meses que en tiempos de dificultad es necesario que los españoles remen juntos y aparquen sus diferencias políticas; y su brunete mediática, acrítica y complaciente, parece haber asumido ese argumento sin cerciorarse de que los primeros que porfían de esa estrategia son partidos como ERC y el PNV, cuyos apoyos fueron decisivos para llevar a Sánchez a Moncloa. A estas dos fuerzas, el interés general se la trae al pairo, pues buscan el particular, que es el regional, donde obtienen sus votos.
En realidad, ese mensaje de Sánchez pretendía acorralar al Partido Popular, de modo que la opinión pública considerara como una deslealtad hacia la patria su crítica a las políticas propuestas para el Gobierno para mitigar la pandemia. Las cuales, por cierto, han deparado resultados desastrosos, con 20.000 muertos -abandonados a su suerte- en residencias de ancianos, una caída del PIB muy superior a la media de la OCDE y un confinamiento eterno que no ha dado buenos resultados. Para colmo, el país se abrió en verano para salvar la temporada turística y todo ha derivado en desastre. Ahora, en agosto, cada vez parece más cercana la posibilidad de que los españoles vuelvan a ver restringida su capacidad de movimiento. Resulta complejo pensar en un desatino de mayores dimensiones.
La gran conclusión que se extrae de la crisis del coronavirus es la auténtica incapacidad del Estado de las autonomías para abordar los grandes problemas de la nación. El Partido Popular, lejos de aprovechar ese tirón para reivindicarse como la fuerza alternativa, ha cesado a la portavoz que más crítica se había mostrado con la estructura territorial española. Quizá la decisión esté motivada exclusivamente por cuestiones de ego, pero el mensaje que se ha trasladado a los españoles es que la formación de centro-derecha no quiere librar esa batalla.
Doble vara de medir
Decía El País en su editorial del pasado miércoles que “España necesita recuperar una cultura de negociación que logre frutos en pactos vitales para la convivencia democrática y la lucha contra la recesión económica”. Se atribuye el desacuerdo al filibusterismo del Partido Popular, pero la pregunta que cabría plantearse es la siguiente: ¿Cuántos de los reales decretos que se aprobaron durante el estado de alarma fueron dialogados con la oposición antes de su aprobación? ¿Acaso el autoritarismo con el que el Gobierno ha gestionado esta crisis debe obviarse?
Cabría recordar que el propio presidente del Ejecutivo declaró hace unas semanas en el Corriere della Sera que nunca ha estado dispuesto a negociar un pacto de Gobierno con el Partido Popular; y habría que ver hasta qué punto quiere conversar de forma honesta con la derecha sobre educación, sanidad, pensiones, Presupuestos o, más importante, sobre el modelo económico que debe perseguir España para no ser tan dependiente de sectores tan volátiles como el turismo de sol y playa.
Desde luego, a la hora de debatir todos estos puntos, el margen de maniobra del PSOE -para negociar- será mucho menor que el del PP mientras comparta dormitorio con una fuerza radical como Podemos, con propuestas económicas que a medio plazo son ineficientes y, a largo, la ruina.
Nueva etapa
Sería un error que Casado presentara ante los medios de comunicación la cabeza de Álvarez de Toledo como un gesto, dado que, con la oposición segmentada y el PP, en las horas más bajas de su historia, no parece inminente un cambio de Gobierno. Por tanto, grupos que viven cómodos con su posición con Moncloa, como Prisa y Atresmedia, no le van a conceder una tregua. Ni siquiera un respiro. Más bien, al contrario, pues ante el mínimo indicio de que los populares cuestionan los Presupuestos, se van a lanzar al cuello de sus dirigentes con fiereza, pues el plan de Sánchez es el mismo: o conmigo o contra España. Y su brunete mediática ha demostrado un seguidismo ejemplar.
Lo peor es que el peligrosísimo debate sobre la legitimidad de los críticos se produce en mitad de la segunda oleada de coronavirus en España, donde los gobiernos central y autonómicos han demostrado una ejemplar ineficiencia para contener el avance de la pandemia, lo que ha agrandado el agujero económico.
Lejos de contenerse, la oposición debería ser más fuerte, certera y trabajadora, pero da la impresión de que una buena parte de su tiempo lo pierde en resolver cuitas internas y en disparar a quien discrepa.
No lo tienen difícil, pues la inutilidad de los gestores de esta crisis es cada vez más evidente; y señalar sus enormes errores, bastante sencillo. Sin ir más lejos, difundieron los propagandistas de Moncloa un vídeo el pasado miércoles en el que se apreciaba una reunión por videoconferencia entre Sánchez, Illa y Simón. En el documento audiovisual, se veía al presidente mientras pronunciaba una frase histórica: “He estado leyendo vuestros papeles y, otra cosa no, pero datos tenemos un montón”.
Otra cosa no... No tienen ni idea de cómo gestionar esto; y la oposición, en lugar de ofrecer alternativas, oxígeno y crítica certera, se encuentra a la búsqueda de una posición que no incomode. Tiene bemoles la cosa.