Opinión

Sánchez deja al Estado en funciones

El candidato socialista no aguantaría en España una campaña electoral donde tuviera que defender la represión legal y legítima y, al tiempo, alardear de buenismo progre

  • El secretario del PSC, Miquel Iceta, junto al líder del PSOE, Pedro Sánchez

¿Por qué Sánchez ha convocado a Casado, Rivera e Iglesias? Ya tenía decidido no activar la ley de Seguridad Nacional, y tampoco había pensado poner en marcha el mecanismo del artículo 155. La explicación oficial es que los Mossos están actuando correctamente, y que no es preciso unificar las fuerzas de seguridad en un único mando.

Y, además, a día de hoy, dicen los socialistas de Sánchez, la Generalitat no ha vulnerado la ley como para proponer el 155. Es más; hasta aseguran que Torra se está mostrando equidistante entre los violentos y la ley, que ni apoya ni condena el vandalismo político organizado, a pesar de haberse sumado a la manifestación de ANC.

Lo lógico era haber convocado a todos a una reunión. Sentar en la misma mesa a los dirigentes del PP, Ciudadanos y Unidas Podemos. Debería haber sido una cita privada, sin cámaras, con planes. Pero ha sido todo lo contrario: un paripé para salir del charco, una muestra de falta de previsión y de responsabilidad. El propósito de Sánchez era aparentar que hace algo porque quiere desactivar a la oposición. Un falso gesto de hombre de Estado porque le atenaza el miedo. Tiene auténtico pavor a que el PSOE se quede sin socios en el Congreso, a que ERC y JxCat rompan con el PSC en los 40 ayuntamientos catalanes, sí, pero además hay otra cuestión.

El asunto es que Sánchez no quiere ser Rajoy, no desea que caiga sobre sus socialistas espaldas los insultos de “fascista” y “represor” por parte de los sediciosos

A Sánchez le viene grande el Gobierno de España. Quizá valga para una administración menor, pero no para guardar y hacer guardar la Constitución, sacar al país de la incertidumbre y el marasmo, y encauzar la sociedad hacia el bienestar general. Ante la quiebra del orden público en Cataluña, este amago posmoderno de revolución, Sánchez, con la urna entre las piernas, ordena a la Policía que no utilice pelotas de goma ni botes de humo contra los violentos. Que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad reciban, una vez más; esa es la consigna. Mientras, Cataluña se hunde en la esquizofrenia: el gobierno de Torra jalea a los revolucionarios y al tiempo les envía a los Mossos para que los disuelva.

El presidente en funciones no soportaría una rueda de prensa en el extranjero donde, tras pasear palmito, le preguntaran por los falsos heridos de las 'performances', como en el 1-O. No aguantaría en España una campaña electoral donde tuviera que defender la represión legal y legítima y, al tiempo, alardear de buenismo progre y verde.

El señor doctor

Ahora estamos atrapados. Los independentistas presentarán la acción policial, sea cual sea, como una demostración, a su estúpido entender, de que España es un país que no respeta los derechos humanos. Esto les servirá para vender de nuevo la legitimidad de la independencia, de poner en marcha un referéndum, para hablar de diálogo político, no de vía judicial, y pedirán más Icetas. Pero, por otro lado, si el Gobierno no actúa, los sediciosos, y aquellos que no lo son, lo verán como una demostración de debilidad. Y tendrán razón.

El asunto es que Sánchez no quiere ser Rajoy, no desea que caiga sobre sus socialistas espaldas los insultos de “fascista” y “represor” por parte de los sediciosos. No quiere que el PNV le llame la atención, y menos aún Bildu, de quien depende el Gobierno de Navarra. Tampoco quiere decir adiós a los votos parlamentarios de ERC o de Unidas Podemos, sobre todo si las encuestas auguran tan mal resultado para el PSOE que necesite taparse la nariz y rebañar todo apoyo posible.

Sánchez ha dejado el Estado en funciones. Si hasta ahora no le importaba utilizar las instituciones para su campaña personal, ahora hará lo mismo con el Estado. El daño para el constitucionalismo, para la confianza en el funcionamiento del sistema, en sus dirigentes, en la justicia incluso, será difícilmente reparable. Esa es la verdadera tarea de un hombre de Estado: salvaguardarlo. Pero es evidente que el 'doctor' también en esto fue habilitado para algo de lo que carece de aptitudes.

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