La primera comparecencia de Pedro Sánchez ante el Congreso tras declararse el estado de alarma por el coronavirus se puede resumir en estas pocas palabras: un alarde de propaganda sanchista y de apelación a la desmemoria social.
Y es que Sánchez se dedicó a adecuar la realidad a sus necesidades egocéntricas, a relatar actuaciones tempranas del Gobierno que jamás han acontecido y a deslegitimar cualquier atisbo de crítica a Su Persona apelando a una nueva ocurrencia semántica: el sesgo de retrospectiva. Esta expresión viene a condensar el típico “todos sabemos qué habría que haber hecho a toro pasado”. Pero no nos llevemos al engaño: el sesgo de retrospectiva no es más que un recurso a la amnesia colectiva para acallar la mala conciencia. Asumiendo, claro está, que la tengan. En cualquier caso, qué enorme ironía supone que aquellos que han hecho de la memoria histórica una bandera electoral pretendan ahora recurrir a la memoria selectiva.
Es más: en lugar de hablar de la existencia de un sesgo de retrospectiva de los críticos, yo hablaría de sesgo de autocomplacencia de Su Persona, en cuya construcción llevan días inmersos tanto sus adláteres como los palmeros con distinto pelaje, no sólo políticos sino especialmente mediáticos. Menudo destape de algunos de los referentes periodísticos patrios. Personalmente, lo que peor llevo a este respecto es que, encima de tener que aguantar estoicamente su deshonestidad, tengamos que soportar sus aires de engreídos. No están ustedes ahora mismo para dar lecciones de nada a los españoles, asúmanlo. Hace mucho que dejaron de ser un faro moral o ético y que pasaron a convertirse en una pandilla de hooligans cuya tarea principal es el seguidismo político.
Apenas habían transcurrido 24 horas desde la publicación de mi columna semanal sobre cómo se iba a intentar imponer un nuevo relato en tiempos de la pandemia, apelando al discurso de “esto no se podía saber”, y me lo encuentro ni más ni menos que en boca del presidente. Eso sí, embadurnado con unos aires de intelectualidad de la que manifiestamente carece.
La verdad desnuda es que llevan mucho tiempo colocándose fuera de la realidad ante su incompetencia manifiesta para gestionarla
Caminar unidos es una cosa, pero olvidar las responsabilidades en las que pudiera haber incurrido el Gobierno por su inacción y falta de diligencia es otra muy distinta. Porque la unidad no es incompatible ni con la memoria ni con que, llegado el momento, demandemos explicaciones a quienes miraron para otro lado a pesar de las evidencias y las recomendaciones de organismos internacionales. A quienes antepusieron el electoralismo y las encuestas de popularidad a nuestra salud.
La verdad desnuda es que llevan mucho tiempo colocándose fuera de la realidad ante su incompetencia manifiesta para gestionarla. Ahora se enfrentan a la necesidad imperiosa de eludir las responsabilidades de toda índole que por esta ineptitud pudiésemos exigirles y, para ello, recurren a lo único en lo que son unos auténticos expertos: el relato. Pero mientras sumergen a la sociedad en una nueva fábula exoneradora, las residencias de ancianos se están convirtiendo en una forma macabra de triaje encubierto. Porque querer vivir anclados en la mentira reconfortante de la autocomplacencia es lo que tiene: que al final se paga con vidas.