Pedro Sánchez solo puso un tuit sobre la catástrofe que asoló el sudeste de España el día 29 de octubre. En contraste, tuiteó en abundancia sobre su paseo triunfal por la India, más fuga privada que visita de Estado. Ya en Madrid, se negó a suspender el orden del día del Congreso porque urgía aprobar los cambios del reglamento de TVE para un control aún más partidista de la carísima e inútil televisión pública. Pero no trato de analizar otra vez la personalidad obviamente perturbada del sujeto, sino volver a la gran pregunta: ¿Cómo es posible que gente así halla escalado hasta la cumbre con tan escasa oposición y aún menor comprensión del peligro?
Sic transit gloria mindundi
La respuesta está en el escándalo de sexo y drogas que liquidó abruptamente la carrera de Íñigo Errejón la semana previa. Tampoco se trata de la psicología de este mindundi con mucha más ambición que talento, típico estafador incapaz de dominar sus vicios. El asunto va más allá del personaje y la persona desdobladas que dice ser. Es, de nuevo, cómo ha sido posible que alguien así llegara no solo a protagonista de la primera línea política, sino que gozara de tanto aplauso y admiración no de los suyos, como es natural, sino de tanto líder de opinión y analista político supuestamente solvente (como su ahora atribulada secuaz Yolanda Díaz, dicho sea de paso).
Cuando saltó el escándalo Errejón, infinidad de comentarios en redes sociales, que es donde hoy pasan las cosas, se preguntaron retóricamente si Errejón y su asamblea de comunistas de Ciencias Políticas solo habían entrado en política para obtener sexo y poder gratuitos. Obviamente, sí. Y no es una patología exclusiva de la izquierda, como insiste en equivocar la crítica del extremo derecha. Siempre hemos sabido que sexo y poder son cara y cruz de la misma moneda, y que por eso mismo forman una mezcla muy explosiva que se debe tratar con muchísimo cuidado (que le pregunten a Clinton).
La unión de sexo y poder reposa en lo más profundo de la misteriosa hominización. Jane Goodall asombró al mundo académico cuando sus investigaciones en el bosque tanzano de Gombe demostraron que los chimpancés tienen política compleja; puede resumirse en que forman coaliciones de machos con un alfa dominante, que se reparten y controlan la cópula con hembras, que reprimen brutalmente a los rebeldes, que cazan a otros monos y a menudo se los comen (canibalismo inclusive), y que declaran la guerra a otras bandas para adquirir más territorio y poder. Sexo y poder juntos y violentos: ahí tenemos el esquema más básico de la política. La simpática mona Chita de Tarzán era solo otro cuento.
La atención obsequiosa estaba garantizada sin importar lo estúpidos y ridículos que sean sus discursos, sus planes de acción, sus pretensiones intelectuales, sus currículos llenos de plagios y fraudes
La evolución cultural ha complicado mucho la política, añadiendo cosas como la riqueza material y nuestras ideas acerca de ellas, pero mantiene la ecuación de partida. El escándalo Errejón incluye hembras favoritas que se descubren engañadas muchos años después, conspiración y venganza de otro macho alfa antiguamente coaligado con el derribado, desconcierto y desmoralización generalizadas en la banda, que conocía y admiraba sus vicios, pero creía posible disfrazarlos de virtudes. Y una vez destruida la vital reputación del líder, ¿qué hacer ahora? Aquí aparecen importantes novedades emocionales de la evolución, en concreto el sentido del ridículo y de la vergüenza.
El ridículo que sufre Sumar es sobrevenido, y por tanto tardío e inútil. Les habría protegido un poco tener sentido del ridículo preventivo para no confundir su partidito con una nueva humanidad superior. Como en una tragedia griega donde los dioses primero confunden a quienes van a derribar, Íñigo Errejón prologó un libro de autopromoción narcisista de Ignacio Sánchez Cuenca, titulado, con sincero regodeo, La superioridad moral de la izquierda. Obtuvo, como es norma, los aplausos de la casta cultural. Porque se ha normalizado elogiarles sin medida ni sentido del ridículo. La atención obsequiosa estaba garantizada sin importar lo estúpidos y ridículos que sean sus discursos, sus planes de acción, sus pretensiones intelectuales, sus currículos llenos de plagios y fraudes. Inevitablemente, han acabado siendo víctimas de sí mismos, pero nosotros somos víctimas de haber aceptado cínicamente normalizar su anormalidad.
Las hazañas sexuales de Iñigo Errejón no serían constitutivas de delito de no ser por las nefastas leyes de Violencia de Género, que anula la presunción de inocencia para el varón denunciado por abuso, y por la Ley del Sí es Sí o Ley Montero, que elevó las conductas macarras a delito. Cruce de Gramsci de Somosaguas con imitador de Cantinflas, se enfrenta a la pena de banquillo que conlleva la infamante acusación de delincuente sexual gracias a leyes estúpidas e injustas que defendía como nadie.
Resulta que esos machos alfa, ultrafeministas y archicuidadores de la de la manada, esos policías del sentimiento, son los peores en conducta sexual y más vulnerables a tristes desórdenes mentales.
No sufriría todo esto si España no hubiera aceptado, por puro cinismo moral, miedo al wokismo y pereza intelectual, la aprobación de normas descerebradas cuya única finalidad era dar más poder a la banda primate de moda. Feminismo, libertad sexual e igualdad civil han perdido su significado en el proceso. Pero, y aquí es donde se imponen las nefastas consecuencias del narcisismo autodestructivo, resulta que esos machos alfa, ultrafeministas y archicuidadores de la de la manada, esos policías del sentimiento, son los peores en conducta sexual y más vulnerables a tristes desórdenes mentales. No habían sospechado que la desalmada lucha por el poder y el sexo a la que han reducido la política les pasaría factura también a ellos.
Como dice Sloterdijk, el cinismo es hoy la razón instrumental de occidente. Nadie cree a estos machitos alfa, pero se ha preferido fingir que sí porque era mucho más cómodo que practicar en serio las virtudes indispensables de la democracia, como elegir lo mejor y rechazar lo peor, exigir la verdad y perseguir la mentira, y tantas otras reglas soslayadas. Los griegos avisaron: quien es incapaz de gobernarse a sí mismo no puede gobernar a otros; podrá tiranizarlos y abusar, pero con el tiempo acabará cayendo de la rama en que se balancea. Veremos más caídas parecidas, pero entre tanto nuestro bosque quedará desolado para mucho tiempo. No nos sobran solo monstruos como Sánchez, a quien su tele le importa mucho más que la catástrofe y los muertos, nos sobra más aún ese cinismo moral y político que les ha permitido trepar destruyendo todo, y solo por ahorrarnos la molestia de elegir mejor y a las mejores personas, ideas y planes. Tenemos lo que hemos permitido.
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