Opinión

¿Y si Israel reconoce a Cataluña?

Todavía recuerdo los esfuerzos bajo el radar de la opinión pública del Gobierno de Mariano Rajoy, en particular de su ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, aquel no tan lejano octubre de 2017, p

Todavía recuerdo los esfuerzos bajo el radar de la opinión pública del Gobierno de Mariano Rajoy, en particular de su ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, aquel no tan lejano octubre de 2017, para evitar que Israel reconociera diplomáticamente la República Catalana surgida del referéndum ilegal del 1-O; eran momentos de máximo coqueteo con el Estado Hebreo por parte de la rama del independentismo que lideraba el entonces president de la Generalitat, Carles Puigdemont, en particular, por la más proisraelí de sus fans, Pilar Rahola.

España lo cortocircuitó desde el minuto uno porque temía que cualquier clase de pronunciamiento de un Estado relevante -e Israel lo es, guste o no, debido a razones históricas, geoestratégicas e incluso económicas-propiciara un efecto cascada: en definitiva, que a los israelíes les secundara la Rusia de un Vladimir Putin siempre presto a desestabilizar a su gran enemigo, Europa, y, a partir ahí, vinieran reconocimientos de la Generalitat republicana desde otros continentes.

Traigo este episodio a colación a propósito de la carta que la hoy diputada de la Kneset (Parlamento) Sharren Haskel ha remitido por carta al primer ministro, Benjamin Netanyahu, instándole a pagar a España, un país con graves problemas de unidad territorial, por su reconocimiento este martes del Estado Palestino “con la misma moneda”: con el reconocimiento de Israel a la independencia de Cataluña, País Vasco y otras autonomías.

El reconocimiento diplomático de la República catalana sonaría a broma si no fuera porque veo a Netanyahu muy capaz de hacer sudar tinta a Pedro Sánchez por su osadía de reconocer el Estado Palestino en medio de una guerra sin cuartel entre su Ejército y el grupo terrorista Hamas que ha costado ya más de 50.000 vidas, muchas mujeres y niños, y ha asolado Gaza

El asunto sonaría a broma si no fuera porque veo a Netanyahu muy capaz de hacer sudar tinta al Gobierno, en particular a Pedro Sánchez, tras el reconocimiento en medio de una guerra sin cuartel entre su Ejército y el grupo terrorista Hamas que ha costado más de 50.000 vidas, muchas de ellas mujeres, niños y víctimas inocentes, y ha asolado el territorio ocupado de Gaza.

¿Y sí a Israel le da por reconocer siete años después la República de Cataluña y el Govern legitim instituido por Puigdemont en Waterloo (Bélgica)? Admitrá, estimado lector, que para un país que demuestra hace décadas un respeto perfectamente descriptible hacia las resoluciones de la ONU y hacia la propia institución, tan descabellado no parece… aunque sólo sirviera para devolvérsela a un Sánchez al que Netanyahu y su coalición de ultraortodoxos han situado en el punto de mira.

Los votos y las ‘botas’

¿Significa esto que España no tiene derecho a reconocer al Estado Palestino, como lo van a hacer junto a nosotros en la UE Irlanda, Noruega -veremos si Eslovaquia-, y lo hicieron antes otros 142 Estados del mundo?… Rotundamente, no. Nadie tiene derecho a dictarle a España el cuándo y el cómo de nuestra política exterior... Pero nuestro Gobierno sí tiene/tenía la obligación de sopesar ambos factores.

Porque una decisión de Estado tan trascendente, por más que sea simbólica -no hay posibilidad efectiva de desarrollarla a corto plazo y, por tanto España no va a reconocer fronteras ni enviar embajador-, una decicisión, digo, que va a enfrentarse a la oposición férrea de Israel, a la no menos férrea de Estados Unidos, y al silencio cómplice con el Estado Hebreo de Alemania, Francia y Gran Bretaña, no debió tomarse sin consenso con el otro gran partido de gobierno, el PP; ni mucho menosen la antesala de estas elecciones europeas el 9 de junio, so pena de dar la impresión de que al Gobierno y sus socios les importan más los votos que las botas (militares).

No, ministra Robles, en Gaza, usted lo sabe mejor que yo, no hay genocidio propiamente dicho; ha habido y hay crímenes de guerra contra población civil palestina cometidos por el Ejército Israelí que, a su vez, acusa a Hamas de usar a los palestinos que intentan huir de sus bombardeos como escudos humanos para evitar la captura de sus terroristas

Además, nunca debió haber ido acompañada de tanta sobreactuación contra Israel, por mucho que la política de legítima defensa de Netanyahu hasta la fecha sea del todo condenable dada su brutalidad y falta de humanidad.

Por ejemplo, nunca la vicepresidenta y líder de Sumar, Yolanda Díaz, debió pronunciar el eslogan de que el Estado Palestino debe serlo “desde el río (Jordán) hasta el Mar” -expresión que en Israel se asocia a su aniquilación como Estado-, ni la ministra de Defensa, Margarita Robles, califica de “genocidio” lo que ocurre en Gaza sin que la Corte Penal Internacional (CPI) se haya pronunciado todavía, como le recordó muy oportunamente el domingo su colega de Exteriores, José Manuel Albares. Dos despropósitos gratuitos, se mire por donde se mire.

En Gaza, se puede decir ya, sí ha habido y hay crímenes de guerra brutales contra población civil cometidos por el Ejército Israelí que, a su vez, acusa a Hamas de usar a los palestinos que intentan huir de sus bombardeos como escudos humanos para evitar la captura de sus terroristas. Pero genocidio entendido como “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”, según la Real Academia de la Lengua (RAE), el que hubo, por ejemplo, en la Alemania nazi, donde se asesinó, se gaseó y se convirtió en jabón a seis millones de judíos, o las matanzas de los años 90 en Ruanda de cientos de miles de Tutsis a manos de los Hutus, no es lo que se está viendo en Gaza. Es otra cosa.

Confiemos en que nada de lo que está ocurriendo nos convierta en parte del problema palestino, en lugar de la solución, y que, puestos a reconocimientos simbólicos -sin fronteras físicas ni embajador-, Israel no caiga en la tentación de dar oxígeno a ese president en el exili que se considera Puigdemont. Porque entonces España sí que tendría un problema… y no simbólico

Llegados a este punto, puedo entender que muchos españoles, incluso algunas formaciones como Podemos y Sumar, abochornados por las imágenes de las atrocidades que llegan día a día desde hace ocho meses, califiquen de genocidio lo que está ocurriendo sobre el terreno con la población civil de Gaza y en su huida hacia el paso de Rafah.

Pero a una ministra de Defensa, no digamos a una vicepresidenta de la cuarta economía del euro, se les exige rigor; sobre todo, porque Benjamin Netanyahu, a quien le ha faltado tiempo para “felicitar” a nuestro Gobierno por apoyar la estrategia terrorista de Hamas (sic), va a tener todo el tiempo del mundo para practicar el ojo por ojo político sin miramientos contra su enemigo Sánchez.

Confiemos en que nada de lo que está ocurriendo ante nuestras narices nos convierta en parte del problema palestino, en lugar de la solución, y que, puestos a reconocimientos simbólicos -sin fronteras físicas ni embajador-, Israel no caiga en la tentación de dar oxígeno a ese president en el exili que se considera Puigdemont. Porque entonces España sí que tendría un problema gordo… y no simbólico.

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