En la España de 2001 vivimos uno de los mayores casos de Efecto Demostración que se recuerdan. La conexión a Internet se estandarizó entre las familias españolas, en empresas grandes y pequeñas, en colegios y universidades. 30 millones de usuarios comenzaban a estar desde entonces interconectados mediante un sistema intangible que nos ha cambiado la vida a todos.
Unos cincuenta años antes, James S. Duesenberry ya fue capaz de poner nombre y apellidos a este fenómeno socioeconómico totalmente determinante para entender los cambios que ha vivido nuestro mundo desde finales de siglo XX: nuestros hábitos de consumo dependen en gran medida de la demanda de aquellas personas con las que estamos vinculados.
En la actualidad, España ya es el décimo país del mundo y el tercero de Europa en términos acumulados de potencia instalada de energía solar. Además, en 2021, el autoconsumo aumentó un 102% respecto al año. ¿Nos encontramos ante un nuevo caso de Efecto Demostración?
Todo parece indicar que una buena parte de la ciudadanía española está cada día más concienciada con la doble solución que aporta la energía solar: gracias al aprovechamiento de un recurso limpio y endógeno como es el sol, la tecnología fotovoltaica supone una ventaja competitiva para consumidores individuales y empresas que están obteniendo un ahorro económico significativo a la vez que se integran en la transición energética, tan importante en la lucha contra el cambio climático.
Sin embargo, no es tiempo para la complacencia: España tiene el compromiso de reducir antes de 2030 las emisiones totales de CO2 un 23% respecto a 1990 y conseguir que el 42% de la generación de electricidad se produzca a través de fuentes renovables. Esto nos permitirá reducir nuestra dependencia energética, que en la actualidad alcanza el 73% de la energía total que consumimos en España.
Liderar la revolución energética
España tiene todo lo necesario para liderar la revolución energética que ha impulsado la Unión Europea como parte de su plan de recuperación económica para la región y que debemos acelerar para afrontar la crisis geopolítica a la que nos enfrentamos con la invasión rusa. Hay muchos factores para pensar que no solo no vamos a perder este nuevo tren, sino que podemos llegar a ser la locomotora que nos lleve hacia la independencia energética.
Tenemos sol y tenemos terreno, beneficios que nos aportan competitividad frente al resto de países. Más de 3.000 horas de insolación al año y 2.300.000 hectáreas (Ha) de terreno clasificado como erial, según el Anuario estadístico del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) de 2019. De ellos, sólo necesitaríamos el 0,2% para cumplir los objetivos de fotovoltaica previstos en el Plan de Energía y Clima a 2030, en el supuesto de que todo el desarrollo se hiciera en suelo agrícola.
No podemos olvidar tampoco el potencial de nuestra industria fotovoltaica. Un sector innovador y pionero con la capacidad de fabricar hasta el 65% de la cadena de valor de un proyecto fotovoltaico: tenemos 32 fabricantes con capacidad de producción nacional, 13 empresas tecnológicas, 15 centros de investigación y 15 universidades con actividad formativa o investigadora en fotovoltaica. En el ‘Top 10’ mundial de fabricantes de inversores, hay dos españolas.
Una ventaja que nos permite generar proyectos fotovoltaicos a muy bajo precio y ofrecer, de esta manera, un recurso importante a nuestras PYMES e industrias. Para que esto suceda, tenemos que continuar con el despliegue de renovables sin caer en moratorias o barreras administrativas. Para que el “Efecto Demostración” evolucione al “Efecto Transformación” en el que la contribución de la energía solar llegue a todos los rincones de la sociedad española y se convierta en una de las vacunas posibles contra la despoblación, la destrucción de empleo, las crisis geopolíticas y por supuesto, el cambio climático.