Opinión

La soledad de una espera

En estos últimos tiempos, he masticado mucho la soledad que conlleva una espera. Piénsalo bien. Quizá no se aprecia esa especie de vacío ajeno y propio si caminas por la vida sin sentir y de puntillas como una bailarina, pero basta un recorrido lento y

  • Los candidatos a lehendakari en el debate electoral -

En estos últimos tiempos, he masticado mucho la soledad que conlleva una espera. Piénsalo bien. Quizá no se aprecia esa especie de vacío ajeno y propio si caminas por la vida sin sentir y de puntillas como una bailarina, pero basta un recorrido lento y con lentes por la actualidad para comprobar que cualquier espera -sea la que sea- soporta toda una carga de desamparo.

El que deben sentir, por ejemplo, hoy sábado, los siete candidatos a la presidencia del gobierno vasco en una jornada de reflexión previa al “día D” que pasarán y en la que posarán junto a sus familias delante de las cámaras, aunque en realidad se encuentren terriblemente abandonados ante el objetivo real de asumir el peso de la victoria o la condena de la derrota. Porque siempre queda esa excusa manida de que “lo que ocurre es cosa del equipo”, del partido en su conjunto o hasta -en según y qué casos- del mismísimo líder supremo. Sin embargo, sabe el nombre propio que se presenta a las elecciones que será él y sólo él quien lleve a cuestas el lastre de los resultados y de todos aquellos titulares que perdurarán o bien en el recuerdo o bien buscarán un hueco en el pozo del olvido.

Ajeno -tal vez- al revuelo mediático que ha generado su historia y al trajín de idas y venidas de familiares, intuyo que muy sólo y con miedo se ha debido sentir, también, Álex en su angustiosa espera en la UCI de un hospital a miles de kilómetros de casa; entre tubos y médicos refiriéndose a él en una lengua extraña; en estado crítico tras dos intentos frustrados de repatriación; aguardando a que un avión de Defensa le saque de esa cama en la que nunca hubiera querido meterse. Es el vasco que a finales de febrero voló a Tailandia junto a su esposa en un viaje teñido del color rojo que se asocia al romanticismo y que una pancreatitis aguda no tardó en pintar de gris. Vaya espera la suya lidiando, incluso, con una muerte a la que jamás él mismo le hubiera hecho hueco entre los bañadores, en la maleta de ida.

También a solas, esperando una señal día tras día y noche tras noche, han debido sobrellevar una pesadilla que únicamente ellas conocen las catorce mujeres que esta semana han visto cómo la Fiscalía ha presentado su denuncia por presuntos delitos sexuales contra el dramaturgo Ramón Paso. Chicas de entre 18 y 25 años a las que imagino en sus comienzos presentándose a sus primeras audiciones teatrales vestidas de nervio e ilusión y que -lejos del guión previsto para la prueba- podrían haberse enfrentado a una escena demasiado real de acoso y hostigamiento. Ahora empieza para cada una de ellas otra espera en solitario, la de la justicia.

En una era con sobredosis de información, es escasa la que recibimos las mujeres sobre ciertos asuntos que nos atañen desde que abrimos un ojo

Cuántas esperas así. Cuántas, a pesar de la compañía. Cuántas, sin que nadie repare en ellas salvo quien las vive y padece. Como el aguardo de la mujer que vislumbra el final de su embarazo y cuyo vientre se hincha ahora ya no tanto de vida -que también, por suerte- sino de miedos e incertidumbre. Porque solo ella y su cuerpo conocen los verdaderos entresijos que conlleva que un ser humano crezca y coja forma en sus entrañas, con tantas dudas como alegrías y tristezas. Porque hay de todo y, sin embargo, poco o nada se habla o te hablan de esto. En una era con sobredosis de información, es escasa la que recibimos las mujeres sobre ciertos asuntos que nos atañen desde que abrimos un ojo.

Justo esta semana durante las clases de maternidad a las que asisto, tuve la “osadía” de compartir en voz alta esa sensación de soledad y desamparo que albergo en todo este proceso de gestación. No me refiero a que no tenga a nadie al lado, ni su cariño o su ayuda. No es eso ni mucho menos porque, por fortuna, voy sobrada en ese aspecto. Es algo más profundo y complejo de explicar. Traté de hacerlo ante otras tantas embarazadas buscando una complicidad y un consuelo que encontré únicamente a medias. Porque lo que obtuve fue esa clase de silencio incómodo que engorda el aire, seguido de algún vago “si todas lo hacen…” o “al final, las cosas salen por instinto”. Todo eso ya lo sé y ya lo sabía. Y puede que, en realidad, sea suficiente; que no hagan falta más respuestas; que no sean necesarias.

Puede que, en el fondo, no debamos temer ni la espera, ni la soledad que -paradojas de la vida- acompaña esa espera; que todo se reduzca a comprender aquello que una vez me dijo mi amigo Antonio: que cada etapa tiene su reto; que hay que ir “de a poco” y que, una vez cogido el tren, no debemos pensar ya en bajarnos del vagón ni cuestionarnos el viaje o la demora… pase lo que pase, venga como venga.

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