Iba de verde. No llevaba toca negra ni vestido de terciopelo, pero la Susana Díaz de este domingo tenía el gesto oscuro de la joven reina Juana ante el sarcófago de Felipe El Hermoso. Había viudez en la boca de la andaluza, estropeada con el carmín de la derrota, la misma que ensombrece el rostro de la castellana mientras vela el cadáver de su marido en el lienzo de Francisco Pradilla.
Hay funeral suficiente en la ‘victoria’ de la trianera, que entierra al PSOE andaluz con su peor resultado en décadas: 33 escaños. A la Susana Díaz sin partido la une a doña Juana de Castilla el desamor que devuelve la política. La castiga la pasión no correspondida del electorado. Con las generales a la vuelta de la esquina, Susana pasea un partido en trance de morir.
Como la joven Juana que hace una pausa en la inclemencia del campo castellano para velar a su marido, Susana mira el sarcófago de su derrota
Como la reina que hace una pausa en la inclemencia del campo castellano para velar a su marido, Susana mira el sarcófago de su derrota. La andaluza preside su cortejo fúnebre como lo hizo la hija de los reyes Católicos en su travesía para dar sepultura a su marido, en Granada, a donde se dirige empujada por la pena y la viudez.
Así va Susana Díaz, flanqueada por los grandes velones que PP y Ciudadanos encienden en su nombre y que, como en el lienzo de Pradilla, parecen a punto de apagarse por la fuerte ráfaga de viento de Vox, que con sus 12 escaños y la llave de San Telmo en la mano arrasa el paraje y aviva la hoguera de la derecha desatando la humareda en Andalucía.
Pedro Sánchez no tardará en navajear a Susana Díaz como lo hizo don José con la Carmen de Bizet
Por perder, Susana Díaz perdió hasta en Triana, su territorio. No la acompaña a la socialista ni siquiera la preñez de la joven Juana, que llevaba entonces en el vientre a la infanta Catalina de Austria, la hija que serviría para evocar alguna vez al marido muerto y paliar la amargura de la viudedad. En su lugar, Susana Díaz tiene a Pedro Sánchez, que no tardará en navajearla como lo hizo don José con la Carmen de Bizet.
La que se viste de verde, de guapa presume, decían antaño de las mujeres que elegían aquel color. Y aunque se vista de oliva y oro, nada puede hacer ya la socialista, si hasta Morante de la Puebla pidió, puerta por puerta, el voto para Abascal. Así va Susana Díaz, rumbo a Granada, a punto de sepultar a un muerto o, por qué no, de recibir la cuchillada de quienes dijeron amarla. Triste final el de la reina, la cigarrera y la socialista.