Cabe decir, antes que nadie se preocupe por los presos, que la suya no será una huelga a muerte. Entre otras cosas, porque, de entrada, ya han dicho que lo será de sólidos, pero no de líquidos, que es lo que suele acabar fatalmente con quienes emprenden un acto de protesta tan radical como digno. No es su caso, pero es que, además, el ordenamiento legal vigente de ese Estado malísimo al que se oponen contempla que, dado el caso de que se advierta el menor riesgo en la salud de los huelguistas, se les suministrará alimento vía suero. Como no podía ser de otra manera, añadimos. Ya lo ven ustedes, que no comerán el rancho de Lledoners, seguro; que eso sea una gesta heroica equiparable a las huelgas de hambre de Gandhi, como anunciaba pomposamente el diario del Conde de Godó, es una trola como una catedral.
Se trata, imaginamos, de ir animando a la peña separata, que anda un tanto alicaída por todo lo que está sucediendo, más bien, por lo que no está sucediendo. Pasan los meses y ni llega la República ni llega nada que no sean las estupendas barbaridades de Arran y los CDR – menos de las esperables, seamos sinceros – y ni Puigdemont vuelve ni Torra se va. Tanto prometer que “estábamos a punto de tocar la República” y, al final, lo único que se toca en el mundo del separatismo es una melancolía brutal. Es lo que sucede cuando se prometen imposibles. Por eso, insistimos, los dirigentes del circo estelado creen que hay que dar motivos para que su grey se conmueva, se emocione, se anime. Llegan las fiestas navideñas y ¿qué mejor acicate que la imagen de unos presos padeciendo hambre por la independencia? Como recurso dramático no está mal, pero quizás haya que decir algo al respecto. Que Sánchez y Turull decidan protestar con la abstinencia de ingesta alimenticia es tan defendible como que Romeva se vista de lagarterana o Junqueras estudie la inmortalidad del cangrejo. Allá ellos. Pero que con eso se pretenda dar una imagen de sacrificio y heroicidad es pasarse de listos.
A estas alturas, pocos son los que no entienden que Lledoners, todo y ser una cárcel, no es un lugar de muros fríos y húmedos, ración mísera de zoquete de pan duro y mohoso, agua turbia y escasa y carceleros jorobados y de carcajadas siniestras. Que no vivimos en los tiempos del Castillo de If ni del Abate Faria, vamos. Los internos – estos, no otros, que aún hay clases – se hacen fotografías que aparecen luego en los medios, siendo una de las cosas más prohibidas por el reglamento de prisiones de la Generalitat; escriben cuentos, libros e incluso fabrican tazas de alfarería todo con destino al merchandasing que comprarán estas navidades los seguidores de la religión amarilla; reciben visitas a casco porro sin el menor control ni rigor; dictan la política que siguen sus partidos en el exterior; viven, en suma, apartados de la calle pero no del mundo ni de las comodidades, seamos claritos y digámoslo de una puñetera vez.
No es casual que quienes hayan decidido montar el numerito de la huelga de hambre sean Jordi Sánchez y Jordi Turull, hombres de la máxima confianza del fugado y enfrentados radical y enérgicamente a la estrategia pactista de Esquerra. Desde Waterloo se pretende apretar el acelerador con todo lo referente a la cárcel, los presos, los exiliados y el juicio, es decir, crispar lo máximo posible el ambiente.
A todo esto, están llegándoles mensajes por parte de los socialistas acerca de que lo suyo tiene arreglo, que el juicio se ve en enero y la sentencia será después de las municipales en primavera y que por entonces – de ahí que Sánchez les inste tanto a sostenerlo en el gobierno – se dictará un indulto, aunque ellos no lo pidan. Total, que entre pitos y flautas es más que razonable decir que solo les quedan seis meses en la trena para quedar libres y en olor de santidad. Aunque eso sea un puro chantaje por parte de los socialistas – ya no vendrá de uno – el criterio no cae en oídos sordos. Ni en los de Junqueras, que está preparando el escenario post cárcel y post hiperventilación, tanto como en los de Puigdemont, que ve con preocupación un escenario catalán con el líder de Esquerra en libertad y la aureola de haberse mamado año y medio de trullo frente a él, que solo puede oponer en contra de eso unas fotos comiendo langosta, la casita de Waterloo y un rato que pasó en una cárcel alemana.
No es casual que quienes hayan decidido montar el numerito de la huelga de hambre sean Jordi Sánchez y Jordi Turull, hombres de la máxima confianza del fugado y enfrentados radical y enérgicamente a la estrategia pactista de Esquerra. Desde Waterloo se pretende apretar el acelerador con todo lo referente a la cárcel, los presos, los exiliados y el juicio, es decir, crispar lo máximo posible el ambiente, porque creen que eso beneficia a la Crida puigdemontiana y da oxígeno al cesado President. Todo lo contrario de Esquerra, que busca acuerdos por debajo del mantel y trabajar en silencio, rufianadas aparte que deben ser consideradas como lo que son en realidad, payasadas para tener contentos a los más fanáticos.
Se comprende que lo de la huelga de hambre, mejor dicho, la dieta de sólidos de Sánchez y Turull no sea, pues, nada más que un truco propagandístico de efecto incierto y con poco recorrido. Si Junqueras me hiciera caso, les diría “nene, o te comes la sopa o no hay tele”. Dicho en plata, o dejáis de hacer el burro o no vais a pintar nada en la Cataluña post juicios.
Yo se lo diría, Oriol, ni que fuese por caridad cristiana y por no pasar vergüenza ajena.
Miquel Giménez