Opinión

La tirita de Trump

Los magnicidios no los causan tanto las ideas ni los sentimientos vindicativos como los intereses

  • Donald Trump y J. D. Vance en la Convención Republicana -

No me digan que no es llamativo el silencio de tirios y troyanos sobre el presunto atentado contra Trump. Nadie dice esta boca es mía, no pía nadie ni para defender ni para oponerse a la versión oficial, sin duda porque nadie se atreve a exponerse a que lo señalen como “conspiranoico”. De mis tiempos de tertuliano conozco bien ese recurso fulero que consiste en callar al competidor incómodo acusándole de ese pecado capitalísimo que consiste en buscarle tres pies al gato del Poder incluso cuando éste anda con pies de plomo en torno a un relato trufado de las más peregrinas incógnitas. El problema consiste, a mi modo de ver, en que aunque el similiquitruqui (copyright Antonio Burgos) funcione una vez más, lo que no van a poder impedir los interesados es que la conspiranoia prospere y se difunda por doquier. Para nada, en fin de cuentas, porque la realidad es que no hubo jamás magnicidio consumado o fallido cuya autoría haya sido resuelta sin lugar a la duda razonable. Nadie supo nunca de fijo quién ni por qué mató a Lincoln o a Keneddy, pero eso es lo de menos si tenemos en cuenta que, tanto en esos casos como en los de Reagan o Theodoro Roosevelt, se pudo endosar el muerto a un pelanas. Lo que jamás se consiguió fue averiguar las manos invisibles que los apadrinaron. ¡Una buena comisión Warren y a otra cosa!

La virguería que supone que un chaval burle al mayor y más costeado servicio secreto del planeta Tierra, y logre luego rozar apenas con una bala el filo de una oreja a ciento veinte metros

Mi antiguo alumno y gran amigo José María Fontana ha consagrado su vida a desmenuzar la inextricable madeja que acabó con la vida de Prim y, si es cierto que ha rescatado no pocos datos relevantes, la verdad, pará qué mentirnos a nosotros mismos, es que seguimos, aproximadamente, en el mismo punto en que, hace la tira de años, dejó el tema el decano Pedrol Rius. Ni idea de los “autores intelectuales” como se dice ahora. Incluso hay magnicidios que pueden costar millones de muertos, como el atentado de Sarajevo, y que si quieres arroz. ¿O vamos a creer de verdad que no hubo nadie poderoso tras pringaos como Angiolillio o Mateo Morral --Dios los tenga en su gloria--, por no hablar de los ácratas mancomunados de la FAI que liquidaron a Dato o del pobre Pardiñas que hizo lo propio con Canalejas y se llevó el secreto al otro barrio por su propia mano?

En curioso que en ningún caso faltaran los escépticos, los incrédulos ni los negacionistas, como no han de faltar ahora, a poco que se considere la virguería que supone que un chaval burle al mayor y más costeado servicio secreto del planeta Tierra, y logre luego rozar apenas con una bala el filo de una oreja a ciento veinte metros, y, para que no faltara de nada, cuando acaba de requerirlo un policía que desistió de su empeño, como si tal cosa, al verse a su vez encañonado por el terrorista.

Se supone que mató a Kennedy

Los magnicidios no los hacen ni héroes ni villanos pues no son otra cosa que el cabo de amaños y  planificaciones superiores, lo que equivale a decir que no los causan tanto las ideas ni los sentimientos vindicativos como los intereses. Ravaillac, cuando mató a Enrique IV, sólo era el instrumento generado por el choque fanático de católicos y hugonotes, y no, como a mí me enseñaron en algún liceo, un héroe solitario y consciente. ¿Y Brooks, que diría ahora este membrillo de Brooks si no lo hubieran ultimado cautelarmente por la vía rápida tal como en su día hicieron con el infeliz de Oswald? Pues diría, qué duda cabe, lo mismo que dijo es su día el pobre diablo que dicen o se supone que mató a Kennedy: cualquier cosa menos la realidad.

¿Mató Alejandro a su padre, hubo alguien tras los etarras que volaron al almirante Carrero, estaba o no estaba el KGB tras la mano de Alí Agca cuando tiroteó al papa Wojtila, y la mano de Castro sosteniendo la del asesino del Che? Ni idea. ¡Cualquiera sabe quién alentaba el fanatismo de aquel Godse que acabó con Gandhi y hasta qué punto dispusieron de la anuencia de Prieto los sicarios  que le dieron “matarile”, como decía Corcuera, a Calvo Sotelo! Uno lee paciente el mamotreto de Mommsen y sale del trance en la incertidumbre que rodea la muerte de nada menos que 26 emperadores. O sea que nada tendría de extravagante la explicable conspiranoia que ronda el increíble atentado que rozó apenas la oreja de Trump cuando el candidato convicto más lo necesitaba para rematar a un rival como Biden que no pasaba de eso que en los rings llaman “paquete”`.

Necesitará de un milagro

Un tío provisto de un rifle que escala un tejado a la vista de todos, que luego es descubierto por un  agente que resulta encañonado por el fusilero cuando intenta identificarlo y se retira como si nada, una minilesión en el pabellón de la oreja que se oculta celosamente tras una simple tirita… Sabemos de sobra que no hay caso pero no me digan que no tiene sentido admitir, al menos, esa sombra de sospecha que ha de velar, después de todo, una campaña que, para terminar, necesitará de un milagro al menos tan fascinante como el que oculta la tirita de Trump.

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