Nunca es tarde para elogiar a Faemino y Cansado, los Hermanos Marx españoles que, sin ser hermanos, elevan a la categoría de clásico cualesquiera de sus gags. El del arzobispo de España, verbigracia. Pues bien, esos humoristas – preferiría “observadores de la realidad con un cierto distanciamiento irónico-crítico” o bien “empirocriticistas desalentados por el demonio de la fragilidad humana” pero no hay cojones de cambiarlo – tenían un sketch divertidísimo en aquel ya lejano programa llamado “El orgullo del tercer mundo” de TVE, cuando aún emitían programas de calidad y no entrevistas a asesinos etarras. Faemino interpretaba el rol del pícaro español de siempre, que intentaba saltarse reglas y leyes, pero que, al verse reprendido por la autoridad, Cansado y amenazado con el calabozo – ¡genial el calabozo de El Prado! – se zafaba pidiendo al público que gritase “¡Que va, que va, que va, yo leo a Kierkegaard!” ante lo cual, Cansado, lo dejaba ir.
Y digo yo que Quim Torra debe ser seguidor de Faemino y Cansado, porque está procediendo igual que en el gag. ¿Dicen que van a entrullarlo por pasarse de listo con su contumacia en desobedecer las indicaciones de la Junta Electoral Central por las pancartitas y los lacitos? Pues nada, que el Govern le diga a su señoría “Que va, que va, que va, yo leo a Kierkegaard”. ¿La sentencia por el intento de golpe de estado del 1-O es condenatoria – no es previsible que acaben regalándoles un Seat Super Mirafiori y un apartamento en Torrevieja – y han de chupar barrote? Más de lo mismo, todos a Lledoners y a gritar ante el presidio “Que va, que va, que va, ¡yo leo a Kierkegaard!”.
Y así todo, porque estos separatistas burgueses, alegre muchachada forjada al amor del pujolismo, siempre han creído estar por encima del resto de los mortales. Que las leyes no van con ellos, vamos, que eso es para los pobres, que sí, que está bien que exista un código penal, pero para los otros. Que un hijo de Pujol podía llevar millones en bolsas de la basura a las montañas andorranas, la madre decir que lo era, pero superiora, y el padre largarnos un confuso relato de herencias y abuelos y padres caguetas. Pero que lo que realmente importaba e importa era que, cuando toca ir a declarar ante del de negro, tu puedas decir que lees a Kierkegaard y estás por encima de los juicios humanos. Más o menos lo dijo el gran patriarca en el Parlament cuando amenazó con sacudir el árbol, porque no era el único en tener cuentas secretas en ese paraíso fiscal que fue Andorra ni mucho menos.
De ahí que Torra sepa que puede poner las pancartas que quiera en el balcón de la Generalitat, aunque digan la mayor de las barbaridades, porque, al fin y al cabo, el lee a Kierkegaard. Y lo leen los miembros de su gobierno, y los dirigentes de Junts per Catalunya y hasta, si me apuran, Puigdemont, tan tranquilito en Waterloo Sûr Mer, viviendo una plácida existencia alejado del mundanal ruido. La clase política – ahí tienen a Zaplana paseando por la playa com un aspecto que dista mucho del moribundo que nos pintaban hace nada – sabe que, en leyendo a Kierkegaard, lo tienen solucionado. No hacen falta explicaciones. Son ciudadanos por encima de cualquier sospecha,
Intente usted justificarse por retrasarse tres días en pagar la cuota del seguro autónomo; trate de convencer a un juez de que no ejecute el embargo por impago de su hipoteca alegando que no tiene usted medios y que se compromete a pagar en cuanto pueda; interpele a un inspector de hacienda demostrando que lo poco que usted factura se le va en pagar impuestos. Le anticipo el resultado: se lo van a comer vivo.
La culpa es de nosotros, gente iletrada y de clase baja, que no leemos a Kierkegaard. Bueno, y que albergamos un mínimo de vergüenza y decoro.