Quim Torra puede jactarse de sólido humanismo. Conocedor de Homero, que advertía acerca de lo penoso que es errar a la ventura, cuando viaja, lo hace bien surtido de alforjas. Las que pagamos todos.
Las promenades separatistas son un hecho caracterial de ese movimiento. Aunque sean viajes a ninguna parte, les encanta ir y venir, porque de esa manera se convencen de que su mixtificación es real, en tanto en cuanto les exige movimiento, aunque estén en el mismo lugar que hace diez años. El estelado es un ser que viaja, especialmente en estos tiempos en los que no haber visitado Bruselas deviene pecado de lesa patria, al igual que para un musulmán resultaría inconcebible no acudir al menos una vez en su vida a la Meca. Los que profesan el islam adoran la Kaaba, el meteorito negro que siempre produce un inquietante sentimiento en quienes lo miramos desde otra fe; los que no adoramos a Puigdemont también nos estremecemos cuando comprobamos su influjo. Es el mismo miedo, en el fondo.
En tales viajes destacan aquellos que realizan los dirigentes que cobran del erario público
En tales viajes destacan aquellos que realizan los dirigentes que cobran del erario público. Torra va a Waterloo como el que va de merienda al parque de Collserola, y lo mismo hacen – aunque cada vez menos – el resto de integrantes del Govern. Este President peripatético no deja de ir y venir, e igual está en Lledoners que inaugura una feria cualquiera de Ratafía. Hasta ahí, nada que objetar. La cosa se complica cuando sus viajes son a Washington, con el único objetivo de poner a caer de un guindo a España o, vaya por Dios, se va a visitar a prófugos de la justicia española. Esos viajes cuestan un dinero que no es baladí, dinero que sale de los presupuestos de la Generalitat. Y uno se pregunta si los vicios no deberían pagárselos estos chicos, en lugar de cargarlos a su cuenta de gastos.
Entre el viajecito a Suiza para ver a Marta Rovira y Anna Gabriel y el que hizo a Escocia para hablar con la exconsellera Ponsatí, la broma nos ha salido por cerca de cincuenta mil euros
Entre el viajecito a Suiza para ver a Marta Rovira y Anna Gabriel y el que hizo a Escocia para hablar con la exconsellera Ponsatí, la broma nos ha salido por cerca de cincuenta mil euros. El personal que acompaña a Torra -escoltas, asesores, etc.-, así como pasajes y estadías, sube un pico. ¿Son imprescindibles tales reuniones si, como ellos defienden, puede investirse a un president o gobernarse un país vía telemática? La respuesta, evidentemente, es un no como el presupuesto de TV3.
Están tan acostumbrados a que sus fiestas se las paguemos entre todos que no conciben rascarse el bolsillo para sufragar los tremendos dispendios que suponen. Recuerden a Artur Mas pordioseando para que todos los catalanes pusiéramos un eurito con tal de evitar que Hacienda le embargase su piso, a la par que veíamos imágenes suyas en un lujoso yate, tostándose al sol de las Baleares. Hace falta valor.
Todos esos viajes y gastos, ¿no podrían considerarse malversación de fondos públicos?
Sin ser un experto en materia jurídica, la duda nos asalta: todos esos viajes y gastos, ¿no podrían considerarse malversación de fondos públicos? Desde luego, irse a charlar con los que han huido de sus responsabilidades ante la justicia no es de interés para el conjunto de la población catalana. No se entiende que de tales entrevistas se haya desprendido ninguna mejora social, laboral o económica para quienes nos enfrentamos a diario con la frialdad de un mercado que estos capitostes de la fabulación han dejado completamente arrasado. Tampoco se vislumbra que esas tertulias de café mantenidas entre de Torra y sus compis yoguis sean de utilidad para encauzar la anómala situación política en Cataluña, más bien todo lo contrario.
Visto lo cual, esos cincuenta mil euros, que ya sé que son pecatta minuta si lo comparamos con el chorro de pasta que lleva gastando la Generalitat nacional separatista desde que Mas decidió que había que poner proa a Ítaca, podría pagárselos el señor Torra de su propio bolsillo, que, ganando más de ciento cuarenta mil pavinis anuales, podría tener un gesto. Caso de no poder, una colecta a escote entre los Consellers y Conselleres también podría ser de utilidad. En fin, cualquier cosa menos eso tan feo de que lo paguemos todos, separatistas y no separatistas, porque queda un poco en plan abusón que te roba el bocata en el patio del colegio.
Lo mínimo exigible sería que, a su vuelta, el portentoso y Muy Honorable Gulliver Torra nos explicase en TV3 como ha ido el viaje
Al fin y al cabo, el dinero que manejan Torra y su gobierno proviene del FLA, de Madrid, de esa España tremebunda acerca de la que no quieren oír ni hablar. Renunciar a tales viáticos demostraría su patriotismo ejemplar, ¿no creen? En fin, lo mínimo exigible sería que, a su vuelta, el portentoso y Muy Honorable Gulliver Torra nos explicase en TV3 como ha ido el viaje, qué ha comido, si ha encontrado a la Gabriel más arregladita o a Puigdemont más cartomántico, no sé, una especie de Sálvame separatista. Tome nota, Sanchís, que estas cosas gustan a los Pujol y a Madí y así hace usted más méritos. La cosa sería que cada uno se pagase el viaje y luego ver cómo se le saca rédito. Claro que, cuando Torra viaja, lo hace, como dijo Middleton, con la certeza del que sabe cuándo ha de regresar. Así se viaja mejor y más si se va con los gastos pagados.