Desde los años noventa el aumento de la desigualdad salarial ha estado en la agenda de no pocos académicos. Aunque el interés prestado por medios y sociedad ha sido mucho más reciente, los estudios sobre su evolución son muy anteriores, en especial en los países anglosajones. Cuando pocos los conocía aún, un servidor leía a los ahora mega estrellas como Thomas Piketty o Daron Acemoglu, junto a otros no menos relevantes como Thomas Lemieux, Emmanuel Sáez, David Autor, David Card, David Dorn y muchos más.
Durante un tiempo hubo un interesantísimo debate sobre las razones del aumento de la desigualdad, en particular en aquel país que más información ofrecía: los Estados Unidos. Por simplificarlo mucho, durante los años centrales de la década de los noventa surgieron dos grandes líneas explicativas. Por un lado, Acemoglu, Autor y muchos otros señalaban a la tecnología como gran impulsor de este aumento. Por el contrario, Lemieux y Card, entre otros, explicaban que las instituciones tenían un papel muy relevante. Concretamente la caída del poder adquisitivo del salario mínimo en Estados Unidos junto a lo que en inglés se llamó la de-unionization, o algo así como pérdida de poder de los sindicatos, podrían explicar este aumento de la desigualdad.
El debate, aún no concluido, fue un caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de técnicas de análisis que hoy nos permiten encontrar evidencias sobre la variación de la desigualdad salarial. Solo por mencionar, técnicas como las "funciones de influencia recentradas", que, aunque se escapen del conocimiento de la inmensa mayoría de los lectores, salvo para los que nos dediquemos a estas cosas, han permitido encontrar las causas últimas del aumento de la desigualdad en no pocos ejercicios.
Esta relación causal podría venir de un debilitamiento del poder sindical al "salir" ciertas actividades de las grandes empresas, donde la influencia de los representantes de los trabajadores en los salarios es mayor
Digamos que, como muchas veces ocurre con dos visiones diferentes que tratan de explicar una misma realidad, la que parece vencer es una explicación ecléctica de ambas. Así, las instituciones han jugado un papel relevante, aunque estas no son absolutamente independientes de la evolución de las nuevas tecnologías.
En el libro que publiqué hace ahora tres años trataba de resumir buena parte de estos "canales de comunicación" entre instituciones y cambio tecnológico. Entre estos, mencionar la externalización de actividades, de la que ya hablé no hace mucho en esta misma columna y que sin duda es impulsada por el cambio tecnológico. En parte, esta relación causal podría venir de un debilitamiento del poder sindical al "salir" ciertas actividades de las grandes empresas, donde la influencia de los representantes de los trabajadores en los salarios es mayor. Otras razones que mezclan ambas explicaciones son, por ejemplo, el aumento del peso corporativo o la globalización.
Un nuevo tipo de trabajador
Sin embargo, hay una razón más que puede unir ambas explicaciones y que me parecen muy relevante y, si fuera representante de los trabajadores, muy preocupante. El cambio tecnológico ha hecho aparecer no solo nuevas tareas y tipos de empresas que se dedican a llevar a cabo actividades. Ha hecho aparecer un nuevo tipo de trabajador, no tanto por la peculiaridad de sus características, sino por las tareas que desempeña y cómo lo hace. Este tipo de trabajador, con tareas y habilidades muy complementarias con las nuevas tecnologías y, muchos de ellos, con mayores rentabilidades salariales conecta con las empresas por canales diferenciados. Muchos son autónomos, otros aprovechan las tecnologías para desarrollar sus relaciones laborales y productivas con las empresas de modos diferentes. Y lo más importante, parece que su necesidad de estar representado por un sindicato tiende a debilitarse.
Obviamente estoy hablado de Estados Unidos, más que en general de todos los países occidentales donde la cultura y el diseño institucional de la representación sindical es diferente. Sin embargo, es en este país donde solemos ver tendencias que, a continuación, parecen contagiarse a otros países. Lo que ya mostraban trabajos como los de Acemoglu, Aghion y Violante o Kollmeyer o más concretamente el de Açıkgöz y Kaymak es que el cambio tecnológico podría estar debilitando las bases del sindicalismo a través de varios canales. En este caso, al ser el cambio tecnológico sesgado en favor de los trabajadores cualificados, la cada vez menor productividad relativa de los menos cualificados, más susceptibles de ser afiliados y por ello de recibir un premio salarial por tal razón, provocaría una caída en la demanda de estos por las empresas. Esto tendría como consecuencia no solo una merma del poder de los sindicatos sino, además, un aumento de la precariedad laboral de este colectivo.
En resumen, las nuevas formas de empleo, como ya vimos, son muy heterogéneas y no solo pasan por corresponderse unívocamente con las generadas en la gig-economy. Las consecuencias del cambio tecnológico son muy variadas, generando dinámicas laborales, de oferta y demanda de empleo muy diferentes a las tradicionales. Entender esto es crítico. Los sindicatos deben saber (me consta que lo hacen y se mueven en esta dirección) que el mundo al que ellos vinieron a equilibrar ya no existe. La defensa de los derechos de los trabajadores sigue siendo, quizás aún más hoy, una prioridad. Pero la estrategia debe ser diferente. Porque tratar situaciones recientes con recetas antiguas solo lleva a no solucionar los problemas.