Opinión

De la Transición a la deriva

Sánchez pretende llevar a cabo la Segunda Gran Transición con el apoyo de quienes quieren destruir la primera 

  • Pedro Sánchez, en el debate de investidura

Lunes 22 de julio de 2019. Sesión de investidura. Pedro Sánchez, aspirante a la Presidencia de España, promete una Segunda Gran Transformación. La primera, claro, fue la Transición que se abrió con la muerte del dictador. Esta segunda, el advenimiento de Su Persona, tiene como objetivo lograr un país “de hombres y mujeres libres e iguales en armonía con la naturaleza”.

Curiosamente, al otro lado del Atlántico, otro dirigente político anunció también hace unos meses una Gran Transformación. En este caso, la Cuarta. Andrés Manuel López Obrador, alias AMLO, presidente de México y adalid del populismo, aspira a dejar una huella tan imborrable como las guerras de la Independencia y la Reforma y la Revolución mexicana. La Cuarta Transformación, la 4T, “saciará el hambre y sed de justicia del pueblo”, dijo en una de sus mesiánicas conferencias matutinas. Erradicará la corrupción, la inseguridad, la desigualdad y, de paso, el neoliberalismo. Han pasado siete meses desde que AMLO llegó al poder. El Gobierno sigue adjudicando la mayoría de los contratos a dedo y mantiene al Ejército en el combate a la delincuencia. Pero además socava la división de poderes que tanto ha costado construir, amenaza a la prensa y polariza a la sociedad (además de respaldar la política migratoria de su vecino Trump).

España está en un punto ciego, con una nueva generación de políticos en la que sobra ambición y falta visión de Estado

Pero bueno, volvamos a nuestra Segunda Transformación. La 2T. Pedro Sánchez esbozó el lunes medio centenar de propuestas que lo abarcan casi todo, desde los juegos de azar al cambio climático. No precisó, sin embargo, cómo pensaba poner en marcha tanta iniciativa. De hecho, su larga intervención en el Congreso pareció más el mitin de un candidato electoral que el discurso de investidura de un presidente del Gobierno en funciones.

Al oírle, daba la impresión de que todo estaba por hacer. Que entre 1975 y ahora hemos vivido en el vacío. Su adanismo le llevó a anunciar la igualdad de hombres y mujeres y el derecho a la educación como quien ha descubierto la pólvora. Reconoció que España es una democracia plena y una potente economía europea. Pero luego presentó un país con retos equiparables a los de Ruanda. Prometió una ley del bienestar animal, pero no dijo una palabra del golpe en Cataluña ni del problema más grave que arrastra la democracia española: ese nacionalismo mimado por el bipartidismo.

Mientras transcurría la sesión de investidura, este lunes 22 de julio, la prensa se hacía eco del fallecimiento del general de brigada Santiago Bastos en un accidente de tráfico en el que también murió Lourdes, su esposa. Santiago Bastos fue subdirector de los servicios de inteligencia hasta 1995, con Emilio Alonso Manglano. Desempeñó un papel decisivo en la lucha contra la involución militar, primero, y el terrorismo de ETA, después.

En lugar de esbozar un pacto de Estado, las fuerzas democráticas que comparten principios básicos se ubican en trincheras distintas

Los medios han glosado su trayectoria. Cómo desactivó dos intentonas golpistas posteriores al 23-F: una en 1982, en vísperas del primer triunfo electoral socialista, y otra en 1985, en la que se frustró además un atentado contra el Rey Juan Carlos y Felipe González. En un comunicado, el Ministerio de Defensa definió al general Bastos como un “auténtico demócrata” y recordó “su integridad, su compromiso con el país y su vida dedicada al servicio del Estado”.

Todo eso es verdad. Además era un hombre bueno, solidario, lleno de curiosidad, ternura e inquietudes sociales. Pasó momentos muy duros, enfrentado a la pinza de aquellos que querían abortar la democracia. Eran tiempos convulsos que exigieron el sacrificio y la generosidad de Santiago Bastos y de tantísimas otras personas que querían dejar un país distinto a sus hijos.

Y ahora, dos décadas después, nos encontramos en un punto ciego. Con una opinión pública infantilizada, mucha de la cual no conoce siquiera el pasado más inmediato. Con una nueva generación de políticos, en la que sobran los apparatchiks y las niñas Gretas apocalípticas y faltan fundamentos. Justo ahora, cuando se necesita un liderazgo solvente que haga frente a unos partidos supremacistas que se dedican a blandir memoriales de agravios imaginarios y que están minando como nunca el andamiaje de la democracia.

En esta nueva generación de políticos sobran los ‘apparatchiks’ y las niñas Gretas apocalípticas, y faltan fundamentos

En lugar de esbozar un pacto de Estado, las fuerzas democráticas que comparten principios básicos (defensa de las libertades, unidad territorial, derechos humanos, economía de mercado, igualdad de oportunidades) se ubican en trincheras distintas. El PP y Ciudadanos bien podrían haber tenido la audacia de presentarle ese desafío a Pedro Sánchez, pero prefieren mirarse de reojo y esperar a que se pegue la bofetada con unos socios poco recomendables.

Sánchez, por su parte, pretende llevar a cabo su Segunda Gran Transición con quienes quieren destruir la primera. Y negocia un gobierno de coalición, que sería el primero de nuestra historia reciente, con un partido de la izquierda radical al que no quiere ni ver ni en su propio Consejo de Ministros.

El proceso de investidura apenas ha comenzado y yo ya me he perdido entre tantas paradojas. Sólo sé que antes que ver a Pisarello con un cargo ministerial, aunque sea de florero, prefiero mil veces votar de nuevo. Las veces que haga falta. Total, ya hemos cogido carrerilla.

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