El precio de las materias primas ha sufrido estas últimas semanas un retroceso lo bastante importante como para considerar que hemos podido haber visto ya los máximos anuales. El crudo, que vivió en junio el primer mes de 2022 en negativo, ha retrocedido un 10%, el cobre o el zinc superan el 20%, incluso el aluminio o el níquel se acercan al 40% de descenso. Productos agrícolas como el maíz o el trigo se ha registrado un retroceso que ronda el 20%, y llega al -35% en el algodón.
Estos datos, que parecen una buena noticia dada la preocupación general por el alza del coste de la vida, nos plantea una inquietante pregunta: ¿Bajan porque hay más producción y las rutas comerciales son más vigorosas o porque se compra menos ante la expectativa de un cada vez menor crecimiento? A pesar de la inmediatez de los precios en los mercados, lo cierto es que las adquisiciones de, por ejemplo, crudo, se realizan muchas semanas antes de que se convierta en la gasolina que entra en nuestro automóvil cuando llenamos el depósito. De hecho, la mayor parte de los negocios en commodities se hace sobre precios a futuro por lo que las expectativas son clave para las tendencias. Y éstas dicen que en muchos países el futuro económico se llama recesión.
Si a esa circunstancia añadimos que en verano empezamos a comparar con meses de 2021 en los que las alzas de precios ya habían comenzado y las medidas que casi todos los gobiernos están tomando para frenar la incontenible subida de la electricidad (el gas en Europa es de las pocas materias primas que no ha reducido su precio últimamente) y rebajar con ellas la factura de la luz, es posible que los niveles de IPC de junio sean los más altos del interanual. Esto, que es una buena noticia -caso de ser cierto, de momento es sólo una teoría- no cambia que el alto nivel de precios al consumo, y el daño económico que provoca, estén cerca de haber acabado.
Aunque el BCE sea más modesto y lento, parecen tener claro que la mejor manera de frenar el abrupto aumento de precios, es tomando medidas para ralentizar la economía
Si el consenso de economistas lleva décadas asumiendo que el nivel ideal de inflación está entre el 2 y el 3%, todo apunta a que no veremos números así en mucho tiempo. La mayor preocupación ahora de esos bancos centrales que no la vieron venir, no es que sea en 2023 o 2024 cuando se alcance ese objetivo, sino que se convierta en permanente muy por encima de esos números. Para ello, la mayoría de estas entidades está actuando con agresividad, y aunque el BCE sea más modesto y lento, parecen tener claro que la mejor manera de frenar el abrupto aumento de precios, es tomando medidas para ralentizar la economía. El propio presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, ya reconoce abiertamente que la posibilidad de una recesión existe. Y no nos engañemos, sin ella, o una situación muy similar, será muy difícil reducir de verdad la inflación. Como comentaba aquí no hace mucho, la única forma de reducir el coste del petróleo y el gas que importamos, cuyos precios no controlamos, es consumiéndolo menos y si reducimos el consumo y encarecemos los créditos, el crecimiento será menor. Aunque pocos lo reconozcan abiertamente, la forma más “rápida” de bajar los precios es enfriando la economía.
La temporada turística y el enorme gasto público (en gran parte financiado por el dinero europeo) aleja a España de un escenario de recesión a corto plazo que sólo se podría empezar a notar en el último trimestre. Muchos países europeos, sin embargo, podrían pasar una segunda mitad del año muy complicada que, a su vez, nos afectará negativamente, antes o después, ya que la UE es nuestro mayor mercado exportador. Por mucho que las elecciones del próximo año motiven a nuestro Gobierno a no enfriar la economía, la pérdida de poder adquisitivo de los españoles y el encarecimiento del dinero, reducirá, más pronto que tarde, nuestro consumo. Ya viene así reflejado en las cifras detalladas del PIB del primer trimestre de este año, publicadas hace unos días, y eso que aún falta por frenarse el mercado inmobiliario, que no tardará, y que tiene mucho peso aún en la economía nacional.
Un agravamiento del escenario bélico o de las sanciones económicas, sean del bando que sean, puede trastocar cualquier previsión
Volviendo a alejar el foco y fijándonos en la economía global, y más concretamente en la europea, la que más nos afecta, un escenario de uno o dos trimestres de decrecimiento coincidentes con una política monetaria más restrictiva y en paralelo a una caída clara de los IPCs, no parece tan negativo, aunque por supuesto nuestros dirigentes nunca reconocerán que es ahora mismo la opción más probable. No sería tan malo porque los riesgos se acumulan. Puede que si China aumenta su consumo, aunque lo bajemos en Europa, tal actitud mantenga los precios de las materias primas elevados a pesar de todas nuestras medidas. Luego están los riesgos geopolíticos, especialmente relevantes por la guerra de Ucrania que, como casi todas, empezó con el convencimiento de que sería rápida y ya supera los cuatro meses. Un agravamiento del escenario bélico o de las sanciones económicas, sean del bando que sean, puede trastocar cualquier previsión. Por supuesto es posible que llegue un desenlace inesperado que suponga un factor positivo en lugar de negativo pero me temo que el escenario más probable es el de un final de 2022 muy complicado en todos los aspectos.
Lo que más nos debe preocupar, lógicamente, es España. Me sigue inquietando mucho lo mal que se están gestionando nuestras cuentas públicas a pesar del aumento de ingresos debido a la inflación (ya de dos dígitos) y la mayor presión fiscal. Los inversores lo saben y el parche que pretende usar BCE, que había decidido dejar de comprar deuda, con un programa en el que intervendrá vendiendo papel alemán y comprando el de los países cuya prima de riesgo se eleve demasiado, no me ofrece mucha confianza. Es más de lo mismo: se buscan parches y no soluciones por lo que sólo se retrasa el problema. Y de eso ya tenemos bastante con nuestros gestores políticos nacionales.
Wesly
Que el BCE se dedique a vender deuda alemana (y de otros países solventes y responsables) para comprar deuda española (y de otros países insolventes e irresponsables) manda un muy mal mensaje, incentiva la irresponsabilidad y el derroche, y favorece el aumento de la deuda hasta hacerla más insostenible.