Con su dimisión tras solo 45 días al frente del Gobierno británico, Lizz Truss se ha convertido en el premier de vida más corta, puesto ocupado hasta la fecha por Canning que desempeñó esa función entre el 12 de abril y el 8 de agosto de 1827. La caída de Truss era inevitable tras los efectos provocados por un plan económico mal concebido y peor presentado que provocó una reacción muy negativa de los mercados, forzó la intervención del Banco de Inglaterra para evitar una crisis cambiaria y financiera, provocó la salida del Canciller del Exchequer, Kwai Kwarteng y dejó herida de muerte a una primera ministro que nunca obtuvo la confianza de los conservadores.
Truss quiso aparecer como una nueva Thatcher, recuperar el espíritu reformista de los tories abandonado desde hace años y romper con la dinámica de expansión del Estado desplegada por Boris Johnson. Su énfasis en la necesidad de aplicar una política pro-crecimiento era correcta, su apuesta por introducir más competencia en los mercados también, su apuesta por reducir los impuestos ídem de lienzo. Ahora bien, una estrategia de esa naturaleza ha de estar integrada en un plan sólido y consistente, cosa que Truss y Kwarteng no fueron capaces de hacer.
Thatcher nunca concibió las reducciones impositivas como un instrumento de expansión de la economía a corto plazo, sino como parte de una política de oferta insertada en un marco de disciplina de las finanzas públicas destinada a crear los incentivos para crecer de manera estable y sostenida. Eso la llevo a desplegar un programa en donde los recortes de impuestos fueron siempre precedidos por una reducción del gasto público y por una política monetaria estricta para combatir la inflación. Esta fue su respuesta a la estanflación que, entonces como ahora, aquejaba al Reino Unido
Este paquete sólo cabe ser calificado de keynesiano: aplicar una política fiscal y presupuestaria expansiva para reactivar la economía. En un escenario estanflacionario esto no ha funcionado jamás.
Esa referencia explica muy bien el fracaso de Truss. Puso en marcha un mini-presupuesto basado en una fuerte rebaja impositiva, acompañada de una potente expansión del gasto público con el objetivo de aliviar el impacto de la crisis sobre los hogares y las empresas británicas. Este paquete sólo cabe ser calificado de keynesiano: aplicar una política fiscal y presupuestaria expansiva para reactivar la economía. En un escenario estanflacionario esto no ha funcionado jamás. Sólo sirve para agravar los desequilibrios y para profundizar en la crisis.
Como enseña el manual, una estrategia de esa naturaleza, percibida como insostenible por los mercados, genera una rápida e intensa salida de capitales en una economía abierta desencadenando una fuerte depreciación del tipo de cambio y una elevación de los tipos de interés de la deuda que se acaba convirtiendo, caso del Reino Unido, en un riesgo para la solvencia de la economía. En ese contexto, el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir, comprar bonos soberanos, para evitar un colapso y hacer esto en un contexto de lucha contra la inflación y, por tanto, de elevación de tipos y de reducción de su balance. Esto ofrece una lección a tener en cuenta por otros Estados en estos momentos; a saber, la incompatibilidad entre una actuación monetaria restrictiva por parte de la banca central y una acción fiscal expansiva en un entorno de estanflación.
Se debaten entre un retorno a la “tercera vía” de las décadas posteriores a la II Guerra Mundial que les llevó a ser cogestores de un modelo socialista o recuperar la filosofía tacheriana
La caída de Truss muestra también la crisis de identidad de los conservadores británicos, la ausencia de un proyecto consistente, similar al que tuvieron en los años setenta del siglo pasado. Se debaten entre un retorno a la “tercera vía” de las décadas posteriores a la II Guerra Mundial que les llevó a ser cogestores de un modelo socialista o recuperar la filosofía tacheriana de la que Truss, pese a sus profesiones de fe, ha ofrecido una visión mutilada, incoherente e inconsistente. Este dilema tiene una solución difícil cuando Gran Bretaña se enfrenta a la peor situación económica desde el “Invierno del Descontento” y ha de gestionar el post Brexit.
A ello se suma el estado de su alternativa, el Partido Laborista, con una ventaja en las encuestas de alrededor de 30 puntos sobre los conservadores. El Labour de 2022 no es el de Corbyn pero está mucho más cerca de las posiciones de aquél que de las de Blair. Su líder, Keir Rodney Starmer es un socialista clásico, partidario de un aumento del papel del Estado en la economía a través de un mayor gasto público, incrementos de impuestos y de las regulaciones, así como de nacionalizar parte de los servicios privatizados por los tories en el pasado. Si esto no cambia y accede al poder dentro de año y medio, el Reino Unido corre el peligro de entrar en una dinámica similar a la pre-tacheriana.
La semana próxima, los conservadores elegirán un nuevo líder que habrá de conducirlos a las próximas elecciones generales en un clima socio-económico muy negativo. Es difícil hacer un pronóstico de quién habrá de asumir esa tarea y no cabe descartar una vuelta de Boris Johnson para pujar por el liderazgo. En este contexto sólo cabe lamentarse de la desorientación y de la falta de pulso del Partido que representó durante décadas la derecha liberal.
vallecas
Es usted muy generoso. La Sra. Truss y el Sr.Kwarteng han demostrado ser muy Torpes. Torpes por no ver lo que con claridad iba a suceder. Torpes por no conocer el mundo actual y sus resortes. Hay que añadir la torpeza de salir de la UE. El mayor error de la historia de UK. ¿Cómo es posible que personas torpes puedan llegar a tener puestos tan importantes? No lo se. En España tenemos Ministros y Vicepresidentes torpes e incluso el Presidente es un acreditado embustero/trilero. ¿Cómo es esto posible? I don´t know.
Sor Intrepida
Hasta tenían un negro disecado en un museo de Bañolas.....