Opinión

Un mundo sin Sánchez

La alternativa es proponer un modelo de país que sea a la vez viable moralmente y realista, y ahí nuestros partidos de centro y derecha tiene tarea por hacer, que no sé si hecha

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. -

La brecha entre la realidad y un periodismo/análisis cuya principal finalidad es poner en circulación “narrativas” es ya tan grande que el perímetro gubernamental ha salido del debate sobre el estado de la nación vendiendo no ya rearme, sino auténtica euforia. Pero las noticias siguen siendo malas para el oficialismo. Primero, porque el debate parlamentario -cualquier cosa que emerja del Congreso, en realidad- no le interesa a nadie fuera de los círculos profesionales del periodismo y la política, que ya sabemos que son la misma cosa. Segundo, porque los anuncios de ayudas e impuestos se suceden sin fin y hasta los que nos dedicamos a esto de manera profesional estamos empezando a perder la cuenta. Y tercero y más importante, porque “los fundamentales” no sólo no han cambiado a mejor, sino que se agravan cada día.

El horizonte económico que perciben los ciudadanos está muy alejado del triunfalismo que se ha expresado hasta ahora desde instancias oficiales; y el propio presidente tuvo que empezar a virar su discurso en el DEN, admitiendo las dificultades presentes y las que vienen, siquiera con paños calientes. Tanto da que le enjarete la culpa de la situación a Putin, al calentamiento global, a Lehman Brothers o a Franco: de nuevo, a la gente no le importa. El consenso se va a acercando a la idea de que estaremos en recesión a finales de este año o principios del siguiente, y contra eso poco pueden en última instancia las fábricas de relatos, por engrasadas que estén.

Hay que empezar por tanto a considerar un escenario post-Sánchez que parece casi igual de incómodo a sus partidarios y a sus enemigos. Contra Sánchez se vive bien; y, como en el poema, hay barbaries que son una cierta solución. La alternativa es proponer un modelo de país que sea a la vez viable moralmente y realista, y ahí nuestros partidos de centro y derecha tiene tarea por hacer, que no sé si hecha. Lo que se viene, en principio, es una restauración feijooista-rajoyista con capacidad de estabilizar, ecualizar, templar... pero escasamente de transformar o poner los mimbres de otro equilibrio político. El Partido Popular no está hecho para nadar contra la corriente setentayochista y europea, y cuadrar las cuentas empieza a ser una utopía tanto en lo económico como en lo político-cultural.

Asistimos tal vez al descrédito definitivo del circo mediático post-15M, que aupó a la "nueva política" y, muy singularmente, al personaje que ahora se revuelve contra él como un capitán Renault chepudo

Por su parte, la izquierda está metida en otro lío de grandes dimensiones: por primera vez en democracia tiene que responsabilizarse en conjunto de una acción de gobierno, y una que va a dejar numerosos damnificados pese a los ditirambos de la clase opinativa concertada. Incluidos, llegado el momento, los únicos damnificados que importan aquí: pensionistas y funcionarios. El discurso de algodón de azúcar de Díaz parece más apto para el tiempo del que venimos que para el que vamos: siempre libramos la última guerra y siempre nos mata el enemigo que no vemos. Pero aunque ajustase el discurso a los tiempos recios que ya están aquí, parece difícil conciliar las políticas y los mensajes para las clases medias indexadas, que ya son los propios de toda la izquierda nacional, con lo que pide la parte de la población que vive a la intemperie económica o cultural.

Para rematar el panorama, asistimos tal vez al descrédito definitivo del circo mediático post-15M, que aupó a la “nueva política” y, muy singularmente, al personaje que ahora se revuelve contra él como un capitán Renault chepudo. Llevo casi tantos años oyendo que el infotainment está en decadencia como los que me he dedicado profesionalmente a la política; pero esta vez se diría que va en serio, habida cuenta de la influencia que la pareja real del género ha tenido en la España de los últimos 10 años.

Por tanto, dos retos fundamentales se presentan a los actores políticos, o a quien pretenda seguir siéndolo, de cara al siguiente ciclo. Por un lado, encontrar un papel y una utilidad para el electorado en el mundo post-Sánchez: un mundo ecualizado, seguramente átono y en el que Vox se va a sentar a la mesa sin que a nadie le importe gran cosa -y cada vez menos. Por otro, ser capaces de presentarse ante la opinión pública sin pasar por el fielato de los formatos de espectáculo político que han determinado la agenda de esta última década, y que son responsables no únicos, pero graves, de la degradación terminal de la vida democrática española; si alguna vez hubo tal cosa.

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