El puesto fronterizo de Cucutá entre Colombia y Venezuela es uno de los más concurridos de toda América del sur. Por el puente Simón Bolívar que sortea el río Táchira pasan cada día unas 40.000 personas en dirección a Colombia. Buscan comida, medicinas o simplemente huir del infierno cotidiano en el que se ha convertido su país.
El Gobierno colombiano lleva meses alertando a la comunidad internacional de la tragedia humanitaria que se abate sobre su frontera oriental, pero casi nadie escucha. Con el chavismo, como con casi todos los males, han aprendido a coexistir y fuera se conforman con que no se extienda. En Washington, en Bruselas y en todas las cancillerías hispanoamericanas se sigue confiando en que la dictadura caiga sola fruto del puro desgaste, de la ruina económica y de las protestas callejeras. Pero no termina de hacerlo.
Las bolsas con lo básico para sobrevivir sólo llegan a los que jalean a Maduro, y para acceder a ellas no hay tener informes en contra de los círculos bolivarianos que vigilan cada rincón de Venezuela"
Entretanto, el hambre es la norma. Son pocos los alimentos subsidiados a los que pueden acceder los venezolanos y para ello se les exige fidelidad política al régimen. Las bolsas CLAP con lo básico para sobrevivir sólo llegan a los que jalean a Maduro y sus ministros. Para acceder a ellas hay que contar con un carné especial y no tener informes en contra de los círculos bolivarianos que vigilan cada rincón de Venezuela.
El socialismo ha empobrecido a todo el país, excepción hecha del Gobierno, sus secuaces y de quienes hacen negocios con él. El resto de la población o padece un desabastecimiento crónico que ha ocasionado ya la muerte de miles de personas, especialmente niños y ancianos, o tiene que escapar del país y buscarse la vida en los países vecinos, en Estados Unidos o en la lejana España.
Se calcula que unos tres millones de venezolanos han huido del país en los últimos años. Nunca antes Venezuela había experimentado una diáspora semejante. El país, de hecho, era receptor de inmigrantes llegados primero de distintos puntos de Europa y posteriormente de los países limítrofes. Pero Venezuela no exporta pobres, exporta clase media empobrecida. Exactamente lo mismo que Cuba en 1960.
Las cifras de la diáspora son meras estimaciones porque el Gobierno no facilita estadística alguna al respecto. Ni de esto ni de la inflación, que este año alcanzará según el FMI un increíble 13.000% alimentada por la creación masiva de dinero nuevo. El régimen vive instalado en un gigantesco déficit fiscal, Maduro gasta mucho más de lo que el país produce y se hace trampas a sí mismo imprimiendo bolívares en tiradas industriales con una interminable ristra de ceros.
Se calcula que unos tres millones de venezolanos han huido del país en los últimos años. Pero Venezuela no exporta pobres, exporta clase media empobrecida. Exactamente lo mismo que Cuba en 1960"
La divisa venezolana no vale ya ni el papel en el que está impresa. Para comprar un dólar se necesitan hoy unos 230.000 bolívares, hace tres años bastaban 250, en 2010 por sólo 7 bolívares se conseguía un dólar en el mercado paralelo de Caracas. Más tarde o más temprano se tendrá que aplicar un electroshock al sistema monetario venezolano, como ya hizo el Gobierno de Zimbabue cuando en 2009 abandonó la acuñación del dólar zimbabuense.
Mugabe tuvo finalmente que rendirse ante la evidencia y autorizó el uso de otras monedas. Hoy Zimbabue es un país en el que conviven varias divisas de curso legal, las más importantes son el dólar americano, el rand sudafricano y el euro. El dólar zimbabuense desapareció formalmente en 2015.
Algo similar está abocado a hacer el régimen chavista, a no ser, claro, que su plan pase por la cubanización monetaria, que es lo más probable. En Cuba hay dos monedas nacionales: el peso y el peso convertible. Como su propio nombre indica, el segundo se puede cambiar por otras monedas, el primero es dinero de Monopoly, pero es este último el que el cubano de a pie está obligado a padecer.
La dolarización en Venezuela es quizá la única salida y la más razonable, pero choca con la ideología gobernante. Miraflores no puede emitir dólares y eso parte en dos la columna vertebral de su política económica. Maduro no podría gastar más de lo que le entra, que no es mucho porque cada vez vende menos petróleo y a un precio inferior. No hay mucho más de donde sacar, la economía está paralizada tras quince años de expropiaciones, corrupción e incentivos perversos.
Para comprar un dólar se necesitan hoy unos 230.000 bolívares; hace tres años bastaban 250. El precio de una taza de café con leche ha pasado de 1.800 a 75.000 bolívares en solo un año"
El Gobierno mantiene aún así un desorbitado gasto militar y suntuario para la casta dirigente, las misiones bolivarianas subsisten reducidas al mínimo y el resto se emplea en importar comida y en llenar bolsillos de políticos y sus allegados. Simplemente no hay dinero o, mejor dicho, no hay dinero de verdad. El de mentira, toneladas y toneladas de papel pintado con la cara de Simón Bolívar y otros próceres inunda el país. Y no es hablar por hablar. Una taza de café con leche cuesta hoy en Caracas 75.000 bolívares, hace un año costaba 1.800.
Claro que, bien mirado, una población hambreada y sin esperanzas es más controlable que un pueblo con dólares en el bolsillo y la barriga llena. Los asesores cubanos del régimen han hecho un trabajo impecable. La gente se queja sí, pero de ahí no pasa porque tiene que ingeniárselas a diario para salir adelante.
El hambre es, como los continuos cortes eléctricos o las dificultades para conseguir o renovar el pasaporte, algo intencionado, una efectiva arma política. Es fácil desmoralizar a la gente cuando se lleva 60 años en eso. En Cuba hace tiempo que dejaron de protestar. Los llantos mutaron primero en resignación y luego en cinismo. Algo similar sucederá en Venezuela. La revolución es, a decir de sus líderes, algo irreversible, no hay vuelta atrás. A no ser que suceda un milagro -que tiene necesariamente que venir de fuera- hay hambre para rato, y cadenas también.