Malos tiempos para la lírica socialista. Tras la asamblea del PDECat, la línea dura se ha impuesto entre los neoconvers y eso le pone las cosas muy difíciles a Pedro Sánchez. La consigna de Puigdemont es tajante: “Forzar nuevas elecciones generales”.
Una carrera de obstáculos
Según hemos podido conocer de fuentes solventes y próximas al expresident de la Generalitat Carles Puigdemont, la estrategia de este respecto al gobierno socialista solo pasa por deshacer lo que haya pactado Elsa Artadi con la ministra Meritxell Batet, impedir que el President Torra se vea con Sánchez de nuevo y forzar en Cortes la caída de los socialistas, provocando así elecciones generales antes de final de año. La misma Artadi en rueda de prensa tuvo que tragarse un enorme sapo aduciendo que “Apostamos por la estabilidad – del gobierno central, se entiende - siempre que haya negociación política”, en clara alusión a presos, fugados y referéndum de autodeterminación pactado. Un puro brindis al sol. La ministra Isabel Celaá respondía por vía indirecta que nadie iba a resistir más allá de lo razonable, aludiendo al adelanto electoral, por más que desde Moncloa se insista en todo lo contrario. El núcleo duro puigdemontiano ha debido estallar en un cerrad salva de aplausos.
Las fuentes consultadas a las que hacíamos referencia justifican la estrategia kamikaze de Puigdemont por varias razones. La primera es que el fugado no quería de ninguna manera investir a alguien del PSOE, al que considera tan culpable como el PP de la aplicación del 155 en Cataluña. “Puigdemont es persona de odios africanos y no perdona”, nos aseguraban y damos por cierta la afirmación, puesto que a Marta Pascal le ha costado la cabeza haber dado el visto bueno a los votos favorables del PDECAT a Sánchez en la moción de censura a Rajoy sin consultárselo a Puigdemont, a sabiendas de que este se opondría.
La primera es que el fugado no quería de ninguna manera investir a alguien del PSOE, al que considera tan culpable como el PP de la aplicación del 155 en Cataluña
Puigdemont, según nos informan, estaría preparando su Crida para convertirla en candidatura transversal en esas elecciones generales con un único objetivo: batir a Esquerra en el caso más que probable de que esta no quisiera ir bajo el paraguas de la plataforma creada recientemente por el fugado, el propio Torra, los ex Consellers Rull, Turull y el ex dirigente de la ANC Jordi Sánchez. Si la Crida, es decir, Puigdemont, saliera victoriosa de esos comicios en Cataluña, el fugado podría afrontar con más oxígeno tanto las municipales de la primavera como unas más que previsibles autonómicas catalanas anticipadas.
Todo esto llega cuando las relaciones entre los actuales socios de gobierno al frente de la Generalitat, Junts per Catalunya y Esquerra, pasan por su momento más agrio. La decisión de mantener el Parlament cerrado a cal y canto hasta el próximo octubre se inscribe en el deseo de no visibilizar más todavía el clima de desconfianza, cuando no de abierta oposición, entre ambos. Los de Oriol Junqueras se han visto desbordados por el rumbo caudillista que ha tomado el PDECAT, ahora totalmente sumiso a los deseos del cesado President, y temen esas elecciones, porque son muy conscientes de que Puigdemont morirá matando y porque, además, los sondeos indican que podría ser la fuerza ganadora tanto en unas elecciones generales como en unas elecciones al Parlament de Cataluña, arrebatándole el puesto número uno a Ciudadanos, que pasaría a segundo lugar, y relegando a Esquerra a un tercer puesto. Los republicanos han hablado por boca de su portavoz, Marta Vilalta, intentando revivir conceptos como conjurarse, unidad de acción, definir objetivos, sentarse y hablar, pero son pocos los que creen en esas palabras. Más allá de los intereses coyunturales, que en política siempre suelen ser poderosos, el cisma entre el nacionalismo de derechas y el de izquierdas es una realidad palpable. Todo eso, lógicamente, ha hecho que la luz roja se haya encendido en Moncloa, que empieza a ver como la intención de agotar la presente legislatura se va alejando cada día un poco más. No es casual que un veterano dirigente del PSC, ahora retirado de la actividad política, nos dijera, socarrón, “Al socialismo español siempre le sale entre los suyos un verdugo con apellido catalán. Con Felipe González fue Narcís Serra y las escuchas ilegales, con Zapatero, Maragall y su Estatut y a Sánchez le van a costar muy caro los bailecitos con Miquel Iceta”.
Elevar la crispación
Es justo lo que no quería para nada el ejecutivo del PSOE, pero Puigdemont está empeñado en llevar a cabo una escalada en las provocaciones para tensar aún más la cuerda. El entorno de Puigdemont apunta a que la elección de Miriam Nogueras, flamante vicepresidenta del PDECAT y diputada al congreso, encarna a la perfección ese perfil áspero que parece ser lo que ahora tiene mayor predicamento entre los neoconvers. Se acabó el tiempo de la ratafía y comienza el del vinagre, aseguraban. Viendo la trayectoria de la señora Noguera no es extraño. Desde el atril de las Cortes ha calificado a España como “Un femer putrefacte”, un estercolero putrefacto. Sus venablos también han ido dirigidos a las fuerzas de seguridad del Estado, a las que califica de fascistas, al gobierno de la nación o a los políticos catalanes no independentistas, a los que simple y llanamente tilda de cobardes, epíteto que la presidenta de la Cámara, Ana Pastor, le obligó a retirar.
Ese es el tarannà, el carácter, de la persona que tiene a su cargo cuadrar al grupo del PDECAT en el Congreso, al que Puigdemont considera como demasiado “tibio”. De hecho, la lista que ya está confeccionando la Crida de cara a esas elecciones generales, no incluiría a determinadas personas como Carles Campuzano, un histórico de las juventudes convergentes y veterano diputado. Bien podrán decir que sus verdugos también tienen apellidos catalanes.
En el grupo neoconvergente del Congreso se viven con inquietud todas estas maniobras, más allá de si van a repetir algunos o no. Han demostrado una cierta templanza de cara al gobierno socialista y la mayoría de ellos son proclives a un tiempo nuevo de entendimiento y pacto con el Estado, pero eso choca diametralmente contra Puigdemont, partidario de dejar caer a Sánchez. No es extraño, pues, que en los ambientes separatistas se comente, un poco en broma y un mucho en serio, que Puigdemont desea una victoria rotunda de Pablo Casado y que no deja de ser curioso que el líder del PP y el fugado coincidan.
Con un PSOE que recuperaría parte de su electorado y un PP galvanizado alrededor de Casado, poco espacio quedaría para Ciudadanos o Podemos, volviendo a un claro bipartidismo que debería apoyarse en nacionalistas diversos y variados. Pero esos cálculos le caen lejísimos a Puigdemont. Su única pretensión, ya lo hemos dicho numerosas veces, es consolidarse como epicentro de la política catalana y arrojar a Esquerra a la cuneta. “No tienen el más mínimo sentido del Estado, ni siquiera el del que ellos pretenden crear. Uno no es estadista por ponerse una foto de Churchill en la solapa”, confesaba apenado un es miembro de Convergencia.
Son patriotas de su propio ombligo, no hay más.