El fugado Carles Puigdemont lo ha dejado claro desde Escocia, tierra de fantasmas y destilados: “La mayoría de conflictos violentos tienen como causa responsable no admitir el derecho a la autodeterminación”, añadiendo que tengan cuidado aquellos que flirtean con la violencia.
Legalidad y democracia son elementos provocadores
A raíz del puñetazo en la nariz a la señora que retiraba lazos amarillos la vileza moral del separatismo ha caído aún mucho más bajo, y mira que era difícil. Los negacionistas lazis han vertido toneladas de fake news, de injurias, de epítetos groseros y burlas histéricas desde sus cuentas en Twitter, sus pagodas mediáticas o sus satrapías políticas. Pero la realidad es cabrona, muy cabrona, y, finalmente, incluso los Mossos han tenido que intervenir en el asunto. Ya lo ven. Hay violencia y la policía autonómica se ocupa, algo que sería normal en cualquier otro lugar del mundo.
Puigdemont puede graznar hasta la afonía sus consignas negacionistas, pero aquí hay violencia, y la que habrá si Dios y el Estado no lo remedian. Violencia física, quiero decir. El “susto físico” al que ha aludido en alguna ocasión Pío Moa y al que sectores de la política española son adictos secularmente. Es lo mínimo que puede sucederle a una sociedad paralizada por el cloroformo que sus dirigentes políticos le suministran a diario. En Cataluña hay gente que está dispuesta a creerse a pies juntillas cosas que son impensables en sociedades mínimamente alfabetizadas. De ahí que los hiperventilados anden proclamando a los cuatro vientos que apoyar al juez Llarena demuestra que no hay intención de pacto o que sean quienes defienden la constitución quienes flirtean con la violencia. Y eso lo dicen quienes han babeado junto a Arnaldo Otegui, calificándolo como hombre de paz, los mismos que no se han sonrojado al chapotear en el fango de la ignominia al asegurar que, si bien ETA puso la bomba de Hipercor, la culpa fue de la policía que no avisó a tiempo. Son els bons nois de casa bona quienes insisten en hacerse pasar por demócratas, cuando son ellos quienes cierran a cal y canto el parlamento, los que consideran que poner lazos en edificios públicos es ejercer la libertad de expresión, pero quitarlos es fascismo, los que ahora vienen a señalar a partidos constitucionalistas como de extrema derecha, ese nuevo fascismo al que hay que pararle los pies en Cataluña, como decía ayer un zangolotino poligonero de chulesco decir y nulo saber.
En Cataluña hay gente que está dispuesta a creerse a pies juntillas cosas que son impensables en sociedades mínimamente alfabetizadas
Hombre, no deja de ser curioso que quienes apenas son capaces de parar siquiera un taxi anden tan envalentonados. Pero, cuidado, que la tesis tiene enjundia. Se ha pervertido de tal modo la política que los valores están invertidos, diríamos más, retorcidos hasta el punto de no ser reconocibles. Si alguna conquista gestó la revolución francesa, el enciclopedismo, los movimientos obreros y las luchas sindicales fue el crear un marco legal que superase al feudalismo secular, al gobierno autócrata de aristócratas, terratenientes y cardenales. El estado moderno – y el servicio militar, el ejército de leva, dicho sea de pasada – son logros de una visión en la que las personas adquieren la condición de ciudadanos para dejar atrás la de súbditos. Eso confluye en el Estado moderno, en la división de poderes, en la aceptación de mayorías y minorías.
Los separatistas pretenden hacernos creer que todo eso es lo que ellos defienden frente a una España carpetovetónica, enamorada de Fernando VII, del turnismo de Cánovas y Sagasta. Pero son ellos quienes no toleran parlamentos en lo que se les discuta, ni las leyes que no les acomodan, inventándose referéndums ilegales sin más control que el suyo propio y derivando de ellos un “mandato”. Así las cosas, no es extraño que a Puigdemont, amigo de los partidos nazis de Europa, Ciudadanos o el PP le parezcan de extrema derecha o que los violentos somos quienes nos oponemos a que los suyos anden por ahí rompiendo tabiques nasales con total impunidad. Es el mundo manipulado a su antojo y conveniencia. Pero no el real.
Siempre les quedará Franco
En el simpático pueblo de Innerleithen y en el no menos simpático Fórum International Beyond Borders, el expresident ha sacado también a relucir el cadáver de Franco. Nunca movimiento político alguno ha sabido sacar tanto partido de un dictador que, recordémoslo todos, murió tranquilamente en la cama. No hablaré de la familia de Puigdemont y de su relación con la dictadura, simplemente me limitaré a señalar una vez más que Franco contó con la ayuda de la burguesía catalana, de los líderes de la Lliga Regionalista de Francesc Cambó y que en estas tierras se le recibió siempre en loor de multitudes, como no puede ser de otra manera en un régimen dictatorial que duró cuatro décadas y atravesó muchas etapas, porque hablar de un solo franquismo es simplificar estúpidamente la reciente historia de nuestro país.
Nunca movimiento político alguno ha sabido sacar tanto partido de un dictador que, recordémoslo todos, murió tranquilamente en la cama
Pero Franco les renta mucho a todos quienes, en lugar de hacer la revolución que quizás les comportaría perder sus oropeles y sus haberes, se dedican a combatir a un cadáver. Pírrica victoria, si es que podemos considerarla como tal. Puigdemont afirmaba con la solemnidad de aquel rey de la antigüedad que no era ni asno ni sabio que cuando falleció el Generalísimo el contaba con la provecta edad de trece años y, debido a eso, sabía perfectamente lo que significaba vivir en una dictadura. Sería risible si no fuese por la burla que supone hacia los que sí combatieron a la dictadura. A estos separatistas les importa un pito todo esto, claro, simplemente se sirven de estas metáforas para darse una aureola de partisanos, de antifascistas, de guerrilleros, un timbre de honor que jamás podrán alcanzar porque, de entrada, son unos cobardes y, en segundo lugar, porque son unos autócratas redomados.
Nadie ha sabido decírselo a la cara a lo largo de estos años y debido a ello se han creído sus embustes. Tienen la suerte de que Cataluña es un país muy dado a debatir acerca de las tres vías del misticismo, porque aquí no ha habido política y todo se lo ha comido esa retórica metafórica a la que hacia alusión. Eso de que el catalán es un ser práctico es más que discutible. Nos gusta pontificar acerca de aquello que sabemos que no tendremos jamás, criticar al que se va del café para alabarlo cuando nos lo encontramos por la calle, en fin, ser lo que corresponde a la peor tradición de la cultura mediterránea, tan rica en ejemplos de sayones, turiferarios y sicofantas. Somos, en fin, lo que calificó Pla como un país de encargados y poco más. Valls ya se lo espetó a los empresarios que lo habían invitado a cenar, afeándoles su falta de músculo, su condición de Tartufos, de comisionistas, de medianías, en suma.
El país real, en expresión feliz de Charles Maurras, les es totalmente ajeno a todas estas personas. Viven instalados en su mundo, una Arcadia en la que llevar un lazo amarillo equivale a luchar contra los nazis y las tropas de la república de Saló, como hizo Sandro Pertini. Les encanta ser los buenos de la película, los héroes, los salvadores. Pero cuando les dices que son justamente lo contrario, los villanos, los violentos, los que tienen a un presidente que apoya a los CDR y se jacta de que sus hijos formen parte de ellos, se indignan y te llaman fascista.
Creer que la violencia viene dada por la ley que emana de un estado de derecho, democrático y homologable al resto de países de Europa es la mejor evidencia de su maldad. Y de su estupidez.