Los principios fundamentales de la Unión Europea exigen a sus Estados miembros respetar la independencia judicial, el imperio de la ley y luchar activamente contra la corrupción. Normas que no son solo ideales abstractos: representan la base de un sistema que protege los derechos de los ciudadanos y garantiza la estabilidad democrática. Valores que, por mucho que uno se proclame ferviente europeísta, si no se respetan te colocan en choque directo con el ideal europeo.
Este fin de semana, el Partido Socialista celebró su Congreso Federal en Sevilla. Para la historia quedan los debates ideológicos de Suresnes o las primarias con diversos candidatos de no hace tanto tiempo atrás. Sin embargo, lo único que salió de este encuentro han sido aplausos. Sonoros aplausos para tapar las declaraciones de Aldama en sede judicial, la dimisión de Lobato y los peores momentos de un Gobierno totalmente a la deriva. No es la primera vez que un líder político se rodea de aplausos interesados: en sistemas con democracias erosionadas, desde Venezuela hasta Hungría, los congresos de los partidos en el poder no buscan la renovación, sino la reafirmación de lealtades. En estos espectáculos la independencia institucional y, me atrevería a decir incluso, el futuro de la formación política, quedan siempre en entredicho.
En Sevilla se aplaudió y recibió con honores a Chaves y Griñán, hubo vítores y selfies para Begoña Gómez - llegando al evento como si fuese una estrella de rock - e, incluso, ovaciones para la larga lista de personas señaladas que rodean al presidente: Oscar López, Santos Cerdán, María Jesús Montero... Solo falt allí, aplaudiendo, el Fiscal General del Estado. Qué más da ya. Todo entre apelaciones puño en alto a tiempos pasados. Claros síntomas de un entorno que ha perdido el rumbo de la calidad democrática y el mínimo decoro institucional.
Manual de resistencia que es solo para el presidente, porque el que se resiste al número uno, desiste. O, más bien, se le hace desistir; que se lo digan a Lobato
España adelanta por la izquierda, proclaman, pero parece que sin hacer caso a los límites de velocidad. Mientras ellos aceleran, nuestras instituciones judiciales, en lugar de ganar en independencia, se han convertido en instrumentos para alimentar venganzas personales y tratar de superar las frustraciones electorales del presidente. En cualquier contexto político sano, la idea de un fiscal sospechoso de torcer la justicia sería motivo de dimisión inmediata, pero aquí se aplica un concepto innovador: la resistencia como virtud. Porque en el sanchismo todo se supedita a los intereses de Sánchez. Manual de resistencia que es solo para el presidente, porque el que se resiste al número uno, desiste. O, más bien, se le hace desistir; que se lo digan a Lobato. Una falta de coherencia que se disfraza de lucha contra el bulo -nunca el propio, siempre el ajeno- o unidad frente al ruido mediático.
Cuando un gobierno normaliza las estrategias de supervivencia política a toda costa, su credibilidad no solo se debilita dentro de sus fronteras, sino también en el escenario internacional. Cuando se pierden de vista todos los estándares de calidad democrática europeos, la imagen de España se resiente. Porque el problema de no tener líneas rojas es que, tarde o temprano, se pisotea todo: la transparencia, la confianza en las instituciones y, finalmente, la propia legitimidad de nuestro Estado de Derecho.
Sospechas de corrupción
La capacidad de algunos para aplaudir, con entusiasmo casi teatral, contrasta con el enrojecimiento del ciudadano medio, que asiste perplejo a este guion tragicómico. No importa que las investigaciones apunten al entorno familiar del presidente ni que la separación de poderes se reduzca a un concepto molesto propio de discursos o artículos de opinión. Todo se reduce a un espectáculo cuidadosamente coreografiado, donde la lealtad ciega se premia, y cualquier asomo de disidencia se persigue.
Y mientras se aplasta la independencia judicial y se apilan las sospechas de corrupción, la distancia de Pedro Sánchez entre su discurso de estado en Bruselas y la realidad en casa se vuelve insostenible. Al final, la mayor tristeza de lo visto en el Congreso Federal socialista es que lo que allí queda no es resistencia, sino rendición. Rendición a la impunidad, a la manipulación de las instituciones y al deterioro de la democracia.