Uno de los mitos más aceptados y menos fundamentados de nuestra historia democrática cuenta que los atentados del 11M alteraron dramáticamente el resultado de las elecciones generales de 2004, unos comicios que, según el relato conspiranoico, iba a ganar cómodamente el Partido Popular y en los que finalmente y, debido a los atentados, se impuso el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero por 16 escaños de diferencia.
Nada más lejos de la realidad.
Si miramos los sondeos previos a esas elecciones, lo que nos encontramos es un escenario muy diferente al que nos han tratado de vender los teóricos de la conspiración, con un PSOE tremendamente competitivo que tras la elección en el año 2000 de José Luis Rodríguez Zapatero como secretario general, fue recortando mes a mes y décima a décima la distancia que le separaba de un PP aznariano ensimismado en la sucesión de su líder hasta colocarse por delante a solo 12 meses de la elección y posteriormente alternarse a la cabeza de las encuestas con los populares en uno de los empates técnicos más prolongados de nuestra historia demoscópica.
Pese a las críticas constantes en la opinión publicada, la estrategia de Pablo Casado comienza ya a dar sus frutos en la opinión pública
La táctica de Zapatero fue tan sorprendente como eficaz: convencido de que debía recuperar a los más de dos millones de ciudadanos que en 1996 dejaron de votar al PSOE para hacerlo por el PP, huyó de la crispación previa y carbonizó a los populares a base de besos y abrazos, desencadenando una tormenta de propuestas de acuerdo en políticas de estado a la que los populares no supieron reaccionar, una lluvia fina de pactos en las más variadas materias que finalmente llevó a los socialistas en volandas a la Moncloa.
Un fenómeno similar
Como ustedes sospechan con acierto, ni estamos en 2004 ni la situación política es parecida a los últimos y convulsos años del bipartidismo, ni la lluvia fina que está utilizando Pablo Casado para superar en las encuestas a Pedro Sánchez tiene nada que ver con la que utilizó ZP, pero la cosa es que desde el punto de vista demoscópico estamos asistiendo a un fenómeno tremendamente similar al vivido aquellos años.
Según los datos del Votómetro elaborado por el equipo de Redlines, recuerden, el primer instrumento que allá por el mes de mayo adelantó el sorpaso de los populares sobre los socialistas, la lluvia fina de Pablo Casado, basada (I) en ocupar ese espacio de moderación política abandonado por Sánchez tras su pacto con Podemos y todos los partidos independentistas así como (II) en diferenciar nítidamente su discurso del de los nacionalpopulistas de Vox y sobre todo, (III) en hablar de los problemas reales de la gente real, especialmente de las clases medias y trabajadoras precarizadas, comienza a ofrecer ya óptimos dividendos para los populares, que de producirse hoy las elecciones se colocarían con 141 escaños como primera fuerza en el Congreso aumentando en 52 escaños su resultado de las pasadas elecciones, dejando al PSOE de Pedro Sánchez en segunda posición con un retroceso de 22 escaños por debajo de su anterior resultado.
El tobogán de la izquierda
A Sánchez y a sus socios de Podemos, que también perderían 15 escaños respecto a los anteriores comicios, no les ha servido de nada el cambio de gobierno previo a las vacaciones, el cumplimiento de la profecía de vacunación o la evanescente lluvia de millones europea, siguen descendiendo milímetro a milímetro por el tobogán que lleva a la oposición en una caída tan imperceptible como continuada.
La nómina de caídos que refleja el Votómetro se completa con Vox, un partido que a pesar de mantenerse en tercera posición sigue perdiendo fuelle día tras día a lomos de unas iniciativas cada vez más excéntricas y alejadas de los problemas reales de los ciudadanos y sobre todo con Ciudadanos, un proyecto político finiquitado que ya solo está a la espera de que un tiro de gracia acabe con sus sufrimientos.
Por supuesto que a casi dos años de las próximas elecciones nada está aún escrito, pero lo que comienza a quedar claro es que, pese a las críticas constantes en la opinión publicada, la estrategia de Pablo Casado comienza ya a dar sus frutos en la opinión pública, de tal suerte que a Sánchez solo le queda un posible aliado para minimizar la hégira casadiana, que no es otro el siempre diligente Santiago Abascal, ya saben, el chico de derechas que más gusta a la izquierda.