Iba a ser el año de la restauración de la figura del Rey padre. Año de celebraciones, de regreso a la primera línea, de pausado retorno a un cierto protagonismo. Don Juan Carlos cumplía 80 años en enero. Doña Sofía, en noviembre. Don Felipe, 50. Y la Constitución, cuarenta. Cifras redondas para una festiva efeméride.
Había impulsado la idea su propio hijo, Felipe VI. Seis años ya del elefante de Botsuana y cuatro desde la sorprendente y vertiginosa abdicación al trono. Años de silencio, de postergación, ‘de purgatorio’, como lo describía el propio protagonista. “Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir”. Apenas actos oficiales, apenas presencia pública. Alguna toma de posesión en Iberoamérica, alguna final deportiva. Meses atrás, en la celebración de las primeras elecciones democráticas, se evitó su presencia en la Cámara. "Estaban hasta las nietas de la Pasionaria". Enorme enojo del emérito. Hasta prodigó mensajes a móviles de periodistas. Su hijo tomó nota. Habría una reparación.
La práctica totalidad de la agenda del Rey emérito han sido asuntos privados. Ocio puro. Largos viajes, visitas a destacados fogones, alguna escapada a los toros…”Me siento fenómeno, ahora me veo mejor, más descansado”, comentaba en diciembre de 2014, meses después de su renuncia, al contemplar el retrato de la Familia Real, obra de Antonio López. La pintura apenas agradó a alguien, pero, ciertamente, don Juan Carlos, sin el peso de la Corona, aparecía incluso más relajado y rejuvenecido que en el lienzo. El Borbón Dorian Gray.
Iba a ser el annus gloriosus después de tantos annus horribilis. En Zarzuela había dispuesto una especie de ‘operación blanqueo’ para remozar su deteriorada imagen, sumamente degradada en el epítome de su reinado. Demasiados errores, demasiados patinazos. Y, en el centro, como figura desencadenante del estropicio, Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Aquellos encomiables propósitos de principios de año han volado por los aires tras la reaparición de la princesa germano-danesa.
Nuevo ingreso en quirófano
La agenda del emérito, reactivada estos meses y sólo frenada por la operación de rodilla del pasado abril, tiembla. Los planes para el segundo semestre del año están en el aire. Todo pende de un hilo. Donde se preparaban actos y celebraciones se está ahora a la espera de la evolución del escándalo. Los partidos separatistas y de extrema izquierda, con Alberto Garzón al frente, pretenden situar a la Corona en el eje de su acción política. Ya se reclaman comparecencias del viejo monarca en el Congreso y ya se mira de reojo la evolución judicial del ‘caso Villarejo’. Don Juan Carlos es aforado pero no inviolable a efectos de la Justicia. Cuentas en Suiza, blanqueo de capitales, testaferros, comisiones, el AVE a la Meca, las fincas en Marrakech…un pasado que parecía enterrado resucita súbitamente de entre los muertos.
En Zarzuela se reacciona. Cambio de estrategia. “Las grabaciones que afectan a Corinna afortunadamente no afectan al jefe del Estado, su majestad el Rey don Felipe VI”, dijo torpemente la portavoz del Gobierno Isabel Celáa. El periodista no había nombrado en su pregunta a Felipe VI. La ministra, imprudente, lo mencionó en la respuesta, e incluyó un ‘afortunadamente’ que provocó un sacudón de estremecimiento en Palacio.
De nuevo en marcha otro blindaje. Hay que tender otro cortafuegos. Habrá que archivar los buenos propósitos. Ni siquiera está claro que padre e hijo compartan jornadas de vela en la Copa del Rey de Palma que arrancan el día 28. Por primera vez desde la abdicación, ambos tienen previsto competir en estas regatas que alcanzan ya su 37 edición. Don Felipe lo hace a bordo del Aifos de la Armada y don Juan Carlos en el Bribón con sus amigos de Sanjenjo. Unas jornadas familiares, tradición y deporte, pendientes de confirmar. El emérito quiere estar y en Zarzuela se lo piensan. En estos momentos de ebullición, determinadas fotografías más que ayudar, comprometen.
La cárcel de Urdangarín
Las grabaciones de Corinna, con el comisario Villarejo de coprotagonista y el empresario Vilallonga como inaudito testigo, han dado un vuelco a las intenciones de la Casa Real. Don Felipe había tenido que surfear estos meses, con aplomo y decisión, por algunos peligrosos acantilados. El ingreso en prisión de su cuñado, Iñaki Urdangarín, condenado a cinco años y diez meses por el caso Nóos. La sombra de la Gürtel y la cuenta ‘Soleado’ en Ginebra es otra tormenta en el horizonte de la Familia Real.
Doña Cristina se negó a dar el paso vehementemente reclamado por su hermano. El divorcio. La infanta siempre lo rechazó. Cuatro hijos y la convicción de ser el chivo expiatorio de los pecados de otros, le aferraban con fuerza al matrimonio. No fueron amables las imágenes de Urdangarín en el aeropuerto rumbo al presidio de Brieva. El cuñado del Rey entre rejas. Un episodio sin precedentes. Otra carretada de lodo sobre la institución.
Sucedió luego un incidente, quizás menor, pero que caló hondo en la sociedad. La escena en la catedral de Palma, tras la misa de Resurrección. “Niñas, esperad. Por favor, Letizia”. Dos reinas en disputa, un espectáculo estafalario en mitad de la Iglesia, atiborrada de público, ante las cámaras, los periodistas, los feligreses, el obispo. Una reacción aún incomprensible. Un espectáculo impropio que sirvió de escaleta a decenas de horas televisivas.
Y ahora, lo inesperado. La reaparición de Corinna. Un puñado de grabaciones atiborradas de confesiones, delaciones, venganzas y rencores que aventan detalles sobre ‘affaires’ ya conocidos y que hurgan en pasajes que apuntan delitos. Don Juan Carlos, otra vez, a la fresquera, dice con ironía un miembro de la familia. “Una maldición, un despropósito”, añade.
Felipe VI deberá desistir en gran parte de su empeño por restaurar la figura paterna. No están los tiempos. El cimbronazo político todavía se prolongará unas semanas. De nuevo hay que impedir que las turbulencias familiares sacudan a la institución. “Delenda est monarchia”, dicen estos días algunos diputados republicanos. El separatismo ha puesto a Felipe VI en su punto de mira. “Rompe relaciones" con la Casa Real, veta al jefe del Estado en actos de la Generalitat, alienta y prepara marchas y encerronas. El socialismo gobernante mira hacia otro lado para no enojar a sus apoyos parlamentarios. Pedro Sánchez enmudece, le sonríe a Quim Torra cuando éste insulta al Rey, y todo sigue su curso.
La restauración tendrá que esperar. O posponerse indefinidamente. “Ahora ha sido Corinna, mañana, ¿quién sabe?”, dice la fuente mencionada. Lo importante es proteger a Felipe VI, blindar la Corona, preservar la Institución y, en suma, defender la Constitución. El Gobierno se muestra remiso. Ciudadanos planea sin horizonte claro y el PP busca, entre puñadas, a su nuevo líder. Preocupación en Zarzuela ante este panorama. Sólo faltaba la 'princesa danesa'.